Katrin (Greta Garbo) es una joven despreocupada y algo superficial que a pesar de sobrepasar la veintena aún no se ha casado. Tras la celebración de la boda de su hermana menor, Katrin decidirá contraer matrimonio con Walter Fane (Herbert Marshall), un joven médico ayudante de su padre especializado en la investigación de enfermedades. Walter es un hombre apocado, inteligente y excesivamente celoso de su trabajo, por lo que una vez que el matrimonio arriba a Hong Kong las obligaciones laborales de Walter alejarán al mismo de Katrin. Ésta ahuyentará su aburrimiento al conocer a un compañero de Walter: el aventurero, galante y divertido Towsend (George Brent), un galeno al que le importa más la diversión que el ejercicio de la medicina. Después de varias salidas a la ciudad, Katrin caerá en las redes seductoras lanzadas por Towsend engañando así la confianza de su marido. Sin embargo, Walter descubrirá el affair surgido entre su mujer y su amigo, lo que provocará que despechado por la traición, el médico plantee a su esposa dos opciones: que le abandone por Towsend lo cual impulsará un escándalo público o por el contrario que le acompañe a una zona en la que se ha detectado un brote virulento de Cólera. Ante el rechazo de Towsend, a Katrin no le quedará más remedio que acompañar a su marido al poblado afectado por la enfermedad, lugar en el que descubrirá el amor verdadero abandonando la ligereza y banalidad que dominaba su personalidad.
En el año 2006, el desconocido John Curran adaptó por segunda vez al cine la famosa novela romántica del inclasificable William Somerset Maugham El velo pintado. La película contaba en su reparto con una bella Naomi Watts a la que acompañaba un Edward Norton en pleno declive popular y artístico, y fue rodada en escenarios naturales con el regusto y el ritmo del viejo Hollywood clásico. ¿A qué se debía ese aroma a melodrama de la Edad de Oro del cine americano? Puede que a un intento de los poderosos estudios estadounidenses de reflotar un género que desprendía naftalina motivado por los cambios sociológicos y tecnológicos habidos en los últimos tiempos no solo en el mundo del cine sino que fundamentalmente en el ordenamiento social del mundo occidental. Pero en mi opinión, el estilo clásico de la película de Curran se debe básicamente al modelo de referencia que seguramente abrazó el cineasta americano a la hora de levantar su proyecto, el cual no es otro que el estupendo original en el que se basaba su cinta: El velo pintado de Richard Boleslawki.
El velo pintado es un magnífico melodrama producido por la Metro Goldwyn Mayer en el año 1934 para gloria y lucimiento de la gran estrella de los estudios del león: la varonil, sensual, atractiva e hipnótica actriz sueca Greta Garbo. Ello se observa desde el primer fotograma del film, el cual no es otro que un inter-título en el que aparece en letras gigantescas el apellido de la diva. La divina atravesaba un excelente momento tras los rotundos éxitos cosechados en el sonoro con Gran Hotel, La reina Cristina de Suecia y Mata-Hari, por lo que la Metro puso todos sus recursos y medios a disposición de la Garbo para que ésta se luciera en uno de esos melodramas románticos que encandilaban al público americano de los años treinta basados en obras de autores de gran éxito por aquel entonces.
Los fanáticos del texto del ínclito dramaturgo y espía Somerset Maugham puede que se sientan algo decepcionados, puesto que el guión adapta la novela incidiendo únicamente en los pasajes más poderosos y representativos del libro, no parándose en los pequeños e íntimos detalles vertidos en su obra por el autor de origen francés. Sin embargo la capacidad de contención demostrada por Richard Boleslawski otorga fantásticos resultados para el engranaje del film en su objetivo de retratar en apenas una hora y media la columna vertebral que sustenta la sustancia fundamental de la obra literaria, al que se une el propósito prioritario de la cinta, el cual no era otro que edificar una obra revestida con un potente ornamento visual y altas dosis de entretenimiento con el fin de hechizar a todo espectador que optara en su momento (y también actualmente) contemplar esta magnífica obra cinematográfica.
El ritmo vertiginoso con el que avanza el film (totalmente alejado de la cadencia pausada, tediosa y algo aparatosa del remake protagonizado por Watts), no es óbice para que el mismo desprenda algunos de los temas centrales de la novela: la frivolidad de una sociedad que obligaba a las mujeres a casarse aún no estando enamoradas para evitar la rumorología, la hipocresía y la falsedad invocada por los convencionalismos sociales, el despecho provocado por el desamor y el engaño, así como un tema que a día de hoy puede que sea políticamente incorrecto: la renuncia de la mujer al adulterio para caer en brazos nuevamente de la institución matrimonial, siendo quizás la moraleja del film y de la novela que es dentro del matrimonio (aún siendo un matrimonio no guiado inicialmente por los caminos del amor) y no en las redes de la aventura extramarital el lugar en el que una mujer acabará realizándose personalmente.
Sin duda uno de los puntos más llamativos del film es el fantástico plantel de actores que ostenta. Greta Garbo está sencillamente imponente. Su presencia varonil, descarada, libre, adornada con una mirada moderna y carnal amparada en una belleza que desborda la pantalla (imposible olvidar a la divina enfundada en ese velo que tapa su cabello pero no su hipnótico rostro) es el aspecto más poderoso del film, el cual convierte a la obra en una pieza inmortal del séptimo arte. Pero no solo la Garbo se luce, sino que igualmente reseñable es la presencia de los dos intérpretes masculinos que completan el triángulo que sustenta al armatoste argumental del film. Herbert Marshall vuelve a lucirse en un papel que parece hecho a su medida: el de un noble, responsable, sensato (vamos aburrido) personaje cuyo carácter bondadoso y sin malicia repelerá la pasión femenina hacia otros brazos más lascivos. Pero también es de ley resaltar la interpretación de George Brent, el gran galán acompañante de las estrellas femeninas de los años treinta (famosos son sus papeles junto a Barbara Stanwyck o sobre todo junto a Bette Davis) que en El velo pintado está magnífico como ese truhán vividor que conquista la pasión de la libertina Katrin.
Como en toda buena producción de la Metro, la cinta posee un extraordinario andamiaje técnico, gozando tanto de un espectacular diseño de decorados como de vestuario que conectan directamente con el halo de modernidad supino con el que Boleslawski supo dotar a su obra. Así, dialécticamente la cinta parece conectar más con el estilo de los melodramas de los años cuarenta gracias a la agilidad escenográfica demostrada por Boleslawski, el cual huye de los rígidos mandamientos teatrales del cine de los treinta para incluir en su obra una puesta en escena moderna amparada en innovadores y vibrantes movimientos de cámara que amplían superlativamente la profundidad del plano, a los que se unen unos virtuosos travellings empleados básicamente en la portentosa escena final de masas, planos para nada sencillos y habituales en el cine de esa época. Aquellos espectadores más reacios a contemplar cine clásico que consigan deshacerse de los prejuicios típicos hacia este tipo de cine, podrán deleitarse con una película construida con una impecable factura que emana una historia eminentemente romántica y muy bien filmada que a pesar del paso del tiempo conserva toda su esencia artística tan fresca como hace setenta años.
Todo modo de amor al cine.