A principios de los años noventa, y tras el éxito sin precedentes de Pretty Woman y de El silencio de los corderos apareció por nuestras carteleras Sommersby, un extraño y llamativo drama romántico con reminiscencias al cine de autor europeo ambientado en los años posteriores de la Guerra de Secesión estadounidense y protagonizado por las dos estrellas del momento gracias a los filmes anteriormente mencionados: un Richard Gere en plena segunda juventud tras haber permanecido buena parte de los años ochenta en un discreto segundo plano perdido en productos de serie B y una Jodie Foster que no pudo desprenderse de ese olor a colonia barata de la agente Sterling a pesar de puntuales aciertos en su carrera como actriz. Aunque la cinta ostentaba un elenco de actores ciertamente cautivador y pese a los intentos de Jon Amiel de huir de ese tono almibarado y cutre de los melodramas comerciales del Hollywood de los noventa, el resultado final de Sommersby fue ciertamente decepcionante.
Empero del defectuoso margen obtenido, si que es cierto que había algo en Sommersby que sabía a buen y añejo cine. Ese algo más bebía directamente del punto de partida de la cinta. Y es que Sommersby no era más que un remake americano de uno de los grandes éxitos del cine francés de principios de los ochenta, la fantástica El regreso de Martin Guerre, un sólido y entretenido drama medieval basado en hechos reales interpretado por dos monstruos del cine francés de esa época: el actualmente nacionalizado ruso Gerard Depardieu y la angelical Nathalie Baye, ambos en el esplendor artístico de sus portentosas carreras. La cinta original adoptaba la forma narrativa de un vetusto cantar de gesta del medievo descrito a modo de retórica ancestral por una especie de juglar cuyo objetivo no era otro que regalar una historia increíble dotada de cierto revestimiento moral a todos aquellos oyentes dispuestos a acompañar al juglar en la narración de los acontecimientos. En ese sentido, el vestido narrativo del film guarda cierta semejanza con el ideado unos años antes por Pilar Miró en su El crimen de Cuenca.
La película adapta al cine la memoria de un caso acontecido en el siglo XVI en los alrededores de Toulouse localizado en los archivos judiciales franceses. Dicha memoria fue escrita por el consejero del reino que se encargó de instrumentar él mismo, el protestante Jean de Coras, un magistrado (asesinado 12 años después del archivo del caso en la matanza de San Bartolomé) que hipnotizado por la personalidad del supuesto Martin Guerre así como la hipocresía, corrupción, traiciones familiares e impostura que rodeó todo el litigio decidió plasmar el mismo en un pergamino como clara representación de la esencia que caracterizaba (y caracteriza) el alma humana en unos tiempos en los que la oscuridad y el misterio triunfaban sobre las luces y la racionalidad. El pleito en cuestión no era otro que un supuesto caso de suplantación de personalidad llevado a cabo por un ex-soldado llamado Martin Guerre retornado a su pueblo natal tras haber estado ausente por su partida hacia la guerra.
Así, si antes de partir al frente Martin manifestaba una personalidad esquiva, aniñada, introvertida y cobarde tanto hacia sus parientes como hacia su mujer, a la cual trataba más como un objeto inerte que como a una persona a la que amar, el vecino Martin retornará a su pueblo manifestando una personalidad totalmente contraria a la conocida hasta entonces, expresando un carácter enérgico, combatiente contra causas que considera injustas, extrovertido y simpático, pero fundamentalmente enamorado hasta los huesos de su hasta entonces abandonada esposa. Si en un principio esta divergencia de perfiles parece no preocupar a su ambicioso tío y familia política, esto cambiará en el momento en el que Martin reclame a su allegado el dinero que éste le debe por haber trabajado y explotado sus tierras durante el tiempo que Martin estuvo ausente. La reclamación de propiedad y fiduciaria de Martin hacia su tío provocará que éste aproveche un comentario vertido por unos vagabundos que arriban al pueblo que confunden a Martin con un compañero de batallas vecino de un pueblo cercano, para acusar al recién llegado de haber suplantado la personalidad de su sobrino. Ello incitará una salvaje lucha física y judicial protagonizada por Martin y su esposa contra su codicioso y bruto tío en el que saldrán a la luz los más bajos instintos del ser humano, generados éstos en el momento en el que nace un conflicto de intereses económicos, envueltos en todo tipo de artimañas y malas artes: trampas, malas artes, engaños, mentiras vertidas por interés, odios familiares y demás virtudes que caracterizan al ser humano.
La película posee un tapizado formal ciertamente sugerente. Y es que uno de los puntos más llamativos del film es su espléndido diseño de producción y vestuario, que evoca directamente al cosmos del medievo. Pero no solo son fantásticos el vestuario y ambientación desprendida por el film, sino que Daniel Vigne hizo gala de un inmejorable virtuosismo narrativo dividiendo el film en dos partes diferenciadas. Así pues, en el primer vector del film Vigne narrará la epopeya en forma de flash back a través de la declaración efectuada por la mujer de Martin Guerre al magistrado Jean de Coras para la celebración del primero de los diferentes juicios que tuvieron lugar durante el discurrir de los acontecimientos. En este episodio tendrá lugar la presentación de la personalidad del joven Martin Guerre, se plasmarán las ancestrales tradiciones del lugar con la celebración de hipnóticos ritos de iniciación con gran influencia del salvaje mundo rural y por último relatará la llegada de ese extraño personaje que se hace llamar Martin Guerre que revolucionará la calma tensa exhibida por la estirpe familiar hasta entonces.
Una vez que la memorización de la esposa de Martin alcance el presente del interrogatorio llevado a cabo por el procurador de Toulouse, la película adoptará la elipsis como criterio narrativo, siendo especialmente relevante en este segundo tramo el aspecto judicial, dado que mayoritariamente la película se centrará en los juicios que tuvieron lugar con objeto de desenmascarar la verdadera personalidad oculta presuntamente bajo el rostro del supuesto impostor Martin Guerre. Es esta parte del film la que más me gusta y seduce, siendo especialmente cautivador la armadura descriptiva llevada a cabo por Vigne, gracias a la cual la cinta mezcla con total desparpajo el cine judicial de fábrica (con estupendas escenas que evocan al mejor cine de este subgénero) con el melodrama histórico más demoledor, es decir, aquel que destapa las traiciones, intrigas y funestas maquinaciones originadas dentro del seno familiar.
Un punto muy a favor de la película, totalmente necesario para preservar a lo largo del metraje ese tono de suspense e intensidad dinámica preciso para evitar que la trama decaiga en el vacío más pesado, es sin duda el hecho de mantener al espectador con la intriga de si efectivamente el recién llegado es el auténtico Martin Guerre que ha caído víctima del odio visceral de su tío desde el momento en que Martin reclamó a éste el dinero que legítimamente le pertenece o si al contrario Guerre es un impostor que ha aprovechado su parecido físico con el auténtico personaje así como su desparpajo, memoria e inteligencia para suplantar la personalidad original, regateando con su privilegiada dialéctica e inteligencia los maléficos embistes de sus interesados vecinos. Este hecho únicamente será conocido por el espectador al final del film, gracias a un magnético giro argumental de talante paranoico y ciertos tintes de esquizofrenia, magníficamente puesto en escena tanto por Vigne como por un Depardieu que con Martin Guerre regaló al público un portentoso recital interpretativo marcado con letras de oro en la historia del cine.
Sin duda, El regreso de Martin Guerre es una cinta que merece una severa reivindicación y rescate para evitar que su arte caiga en el olvido bajo la pared de su remake Sommersby. Y es que si bien ambas cintas narran la misma historia situándola en la Edad Media de dos países distintos (La Guerra de Secesión se asimila a una Edad Media del joven EEUU), el acabado final no podría ser más divergente. El drama con tendencias excesivamente románticas hasta caer en el absurdo de la cinta americana, se enfrenta con un melodrama histórico muy seco que para nada hace gala de un sentido romántico o sensiblero que muy bien podríamos comparar con el cine de los setenta de François Truffaut (de hecho la cinta cuenta como protagonistas con dos de los actores fetiches de la última etapa de la filmografía del autor francés). Es decir, El regreso de Martin Guerre, es uno de esos ejemplos del magnífico cine francés de los ochenta que no sólo hacen del entretenimiento su razón de ser, sino que partiendo del dinamismo escénico también saben emanar intimistas y demoledoras historias que encierran una terrible moraleja acerca del oscuro futuro que se avecina para el ser humano… Un futuro en el que a pesar de los intentos por regatearla, solo se atisba la muerte en el horizonte.
Todo modo de amor al cine.