John Huston adaptó en 1941 una de las novelas más emblemáticas de la historia del género negro: El halcón maltés, extraordinaria y entretenida novela salida del imaginario de uno de los pioneros de la novela negra, el autor estadounidense Dashiell Hammett. Sin duda Huston llevó a cabo una adaptación ejemplar dando lugar al inicio del cine negro moderno, el de los duros detectives moradores de las cloacas de las grandes ciudades estadounidenses que sustituían a los arcaicos gangsters que ejercían sus labores delictivas durante la época de la ley seca. La película se beneficiaba del tono fatalista, dinámico, pasional, seco, sórdido y enrevesado de la novela a lo que había que añadir un elenco de actores inigualable e irrepetible con un joven Humphrey Bogart a la cabeza dando sus primeros pasos en la luminaria hollywoodiense en el papel del mítico detective privado Sam Spade.
El halcón maltés es uno de esos casos en el que el remake es más conocido y de una calidad superior al original. De hecho no todo el mundo conoce que existe una película anterior a la realizada por Huston. La escasa repercusión popular de la cinta original, producida por unos primerizos estudios Warner bajo la batuta de uno de los grandes artesanos de la compañía, Roy del Ruth, me hizo pensar que me encontraría con una película pequeñita de calidad ajustada y perfectamente olvidable. Pero tras el visionado de la misma me percaté que la cinta, si bien alejada del tono del remake, es una pequeña joya del incipiente cine negro de los años treinta. Resalto el término años treinta porque el espíritu de la película está claramente delimitado por la forma de hacer cine de los primeros años de la década de los treinta, época en la que las películas contenían ciertos tics del recien desterrado cine mudo, tales como las sobreimpresiones narrativas, las elipsis, el manierismo de las interpretaciones de los actores y la rigidez estática escénica con predominio del plano fijo. Así podríamos comparar el film por su estilo con las películas de la serie El hombre delgado (casualmente otra de las criaturas de Hammett) en particular con la estupenda La cena de los acusados o, por poner un ejemplo dirigido por el propio Del Ruth, con El guapo, cinta protagonizada por James Cagney que aprovechaba una trama de tono negro para desarrollar una historia en la que el romance, la comedia y el drama acababan imponiéndose al hecho negro.
La adaptación original abraza el hilo argumental de la novela de Hammett, esto es narra la historia en la que se ven implicados Sam Spade y su socio Archer tras arribar a su oficina una preocupada femme fatale que les contrata para que traten de localizar a una supuesta hermana desaparecida sin rastro. Sin embargo la verdadera intención de la astuta fémina no es otra que localizar una extraña y mítica estatua de un halcón obsequiado a Carlos V por parte de los Caballeros de la Orden de Malta y que fue esquilmada antes de llegar a manos el Emperador por unos piratas que se apropiaron de ella. La joya, objeto de deseo de traficantes y delincuentes internacionales, ha arribado a San Francisco de contrabando en un barco mercante procedente de Hong Kong, despertando las ansías de riqueza de una serie de frikis y maleantes.
Este hecho arrastrará a Spade a un caso de asesinato (el de su socio, el cual la policía sospecha que ha sido cometido por Spade) y enredos provocados por la aparición de una serie de estrafalarios y corruptos personajes que se cruzan en la investigación llevada a cabo por Spade. Las traiciones, personajes, romances y enredos de la película de Huston están presentes en la de Del Ruth, pero de una manera radicalmente diferente, ya que la historia se desarrolla como una especie de comedia policíaca, de estilo muy teatral, en la que los planos de interior ganan la partida claramente a las escasas (por no decir nulas) escenas de exterior, que se reducen a unas bellas tomas documentales de la ciudad de San Francisco al comienzo de la película.
La narración policial avanza con ritmo frenético y sazonada con una sana picaresca pre code de un humor fresco y picante en el que se aprovechaba la ausencia del rígido código moral implantado por el puritano Hays para mostrar sin pudor alguno las piernas y los cuerpos semidesnudos de las actrices mientras toman un baño o recien levantadas del sueño de Morfeo. Muy divertida es la escena en la que se sugiere el coito fuera de campo protagonizado por Sam Spade y la sibilina Ruth Wonderly el cual es representado por el movimiento sincopado de un disco rayado en un erótico y arcaico gramófono.
La cinta hará las delicias de los espectadores más fetichistas y románticos amantes del cine clásico. He de admitir que disfruté de las escenas más picantes y libres (muy reconfortante fue comprobar el grado de libertad sexual que imperaba en los incipientes años treinta, confirmada por la presencia de largos besos fotografiados en unos nada tímidos primeros planos), así como de la soltura escénica que explota el libre albedrío maximizador de entretenimiento gracias a la excentricidad de los personajes que entran y salen de la trama, siendo especialmente regocijante la performance de Otto Mattieson como el estrambótico, cuasi homosexual, Dr Cairo (aquel mítico personaje interpretado por Peter Lorre en la cinta de Huston).
A los fans de la película de Huston les chocará profundamente el retrato que dibuja Del Ruth del detective Sam Spade. Lejos del carácter duro, seco, romántico, violento y astuto del personaje de Bogart (fiel reflejo del mito del perdedor, espejismo del sueño americano), el Spade interpretado por Ricardo Cortez es un auténtico galán latino, despistado, mujeriego (bebe los vientos por todas las faldas que asoman por la sinopsis, persiguiendo sin ton ni son a su secretaria, su amante, su cliente y no a las abuelas de las mencionadas porque no da tiempo a que aparezcan en la trama). La sagacidad de Bogart es sustituida por la personalidad despistada y despreocupada de Cortez, el cual parece que resuelve el caso más por rutina que por genialidad. Del mismo modo, el Spade de Cortez prefiere usar la verborrea y la dialéctica en lugar de la violencia y la fisicidad, dando lugar por tanto a un personaje muy divertido, irónico, pícaro y burlesco, que podría haber sido alumbrado en la mejor comedia sofisticada.
No obstante, este tono humorístico que brota de la trama, no desvirtua para nada el interesante ejercicio de intriga y cine policial que elabora Del Ruth, el cual diseña un cocktail complejo y divertido, técnicamente perfecto, al cual no le falta ni el más mínimo y preciso detalle para embellecer cada plano captado por la potente cámara de William Rees y que podríamos asimilar a un sainete de un acto de ochenta minutos en el que el entretenimiento y la diversión están asegurados.
Cinta desconocida, difícil de encontrar por desgracia y que merece mucho la pena, no solamente como objeto de culto para los fans de la megapelícula filmada por Huston sino como un especimen con personalidad propia del cine negro de los treinta, aquél que gracias a la labor desempeñada por los pioneros del séptimo arte sentó los cimientos del gran cine negro de los años cuarenta y cincuenta. Muy recomendable.
Todo modo de amor al cine.