En el año 2010 el desconocido Marcos Efron se atrevió a debutar en la dirección de largometrajes con un remake de uno de los más fascinantes y escondidos clásicos básicos del cine de suspense/terror británico de los setenta, la inquietante De repente, la oscuridad, cinta de bajo presupuesto protagonizada por la ya adolescente niña del Suspense de Jack Clayton, Patricia Franklin, y realizada por todo un especialista del género fantástico como Robert Fuest, autor que al año siguiente acometería la filmación de otra de esas películas imprescindibles en el recuerdo de los fanáticos del cine de género setentero como es El abominable doctor Phibes, obra de culto protagonizada por unos ya veteranos Vincent Price y Joseph Cotten.
Y digo atrevimiento porque me parece una auténtica temeridad tratar de adaptar una historia tan singular cargada de una atmósfera tan personal y por tanto adscrita a una era, la de principios de los setenta, en la que el cine experimentaba un cambio de rumbo radical en su concepción como arte, siendo por consiguiente una tarea que advierto más que quimérica el intentar igualar los resultados obtenidos por la obra original. Porque De repente, la oscuridad es una de esas películas de suspense de pulso amateur (algunos lo consideran más que amateur, televisivo) que mantiene fresco todo su encanto cuarenta años después de su estreno gracias a su puesta en escena hiperrealista plagada de escenarios naturales que retrataban a la perfección el ambiente claustrofóbico y opresor de los pequeños pueblos aislados del interior de la campiña francesa, al igual que al inquietante ejercicio de suspense cocinado por Fuest, el cual huyó del halo tremendista y obsceno que dominaba el cine de terror europeo de esos años gracias a las producciones más «trash» y fundamentalmente a la expansión del giallo italiano, para maquinar una obra que bebe de los films más enfermizos de Alfred Hitchcock y H.G. Clouzot, creando pues un cosmos turbiamente asfixiante a partir de una historia aparentemente sencilla.
Y es que uno de los puntos más perturbadores y subyugantes de esta gran película es especialmente su poder cautivador partiendo de un esquema en el que la espontaneidad y la carencia de todo lujo está presente en cada minuto del metraje. De repente, la oscuridad es un claro ejemplo de que para crear un espacio enrarecido colmado de suspense de calidad suprema no hace falta ni grandes presupuestos ni efectos impostados, ya sean éstos tanto de maquillaje o sonido, como de iluminación. Simplemente basta una cámara, un guión absorbente y unas interpretaciones ascéticas para fulminar nuestra consciencia. Puesto que uno de los aspectos que más llaman la atención del film es su capacidad de insuflar terror desde la intensa luminosidad que otorga el hecho de centrar la epopeya a lo largo de un día soleado (algo que posteriormente Polanski se encargaría de acrecentar con su magistral cinta de cine negro Chinatown).
Este es uno de los puntos críticos, unido al hecho de que el silencio es la melodía que domina la música que acompaña al film. No recuerdo una película de terror tan silenciosa, en la que la introspección y los gestos corporales son mucho más importantes que los escasos diálogos mantenidos por los personajes que emanan de la trama argumental. Por tanto, la oscuridad que evoca el título del film no hace referencia para nada a la ambiental, sino que trata más bien de otro tipo de oscuridad más soterrada y escondida en lo más profundo del entendimiento humano, que cuando aparece lo hace para aniquilar nuestros poderes cognitivos.
Sin duda uno de los temas sobre los que versa el film es la asfixiante incomunicación presente en la sociedad de aquel tiempo que desgraciadamente aún se mantiene en nuestros días. Esta denuncia del tiránico aislamiento social presente en los setenta se apoya en el silencio que impera en los cimientos del film al igual que en el inteligente recurso de dar el papel protagonista a dos turistas inglesas que se encuentran disfrutando de unas vacaciones en la Francia profunda, lo cual otorga al relato un imponente resorte de intriga por el hecho de hacer partícipe al espectador de las dificultades que experimenta la protagonista, la cual es incapaz de comunicarse y manifestar sus problemas e inquietudes al autóctono que se expresa en idioma extranjero. Y este aislamiento se acrecenta por acción de una modesta puesta en escena que huye tanto de las aglomeraciones como del exceso de personajes, dado que en la película aparecen únicamente unos diez intérpretes, siendo el principal protagonista de la misma la solitaria e interminable carretera carente de vida animada en sus alrededores, que esconde en el bosque que la atraviesa una especie de hombre del saco que aguarda expectante la aparición de una confiada presa para devorar sus ansias homicidas.
Robert Fuest usa de manera muy inteligente los principales paradigmas del cine de suspense para colmar a la película de un cosmos amenazador como pocas cintas de género han sabido crear. Es cierto que Fuest no descubre nada que antes no se hubiera hecho en las mejores cintas de la Hammer o en las grandes obras del cine de suspense, pero si que observo cierto componente de innovación en como inserta estos modelos en su película. Así los crujidos de las maderas y puertas, los primeros planos de las caras descompuestas de los intérpretes, los equívocos y falsas apariencias, las imágenes subjetivas para insertarnos en la mente del asesino y los trucos de puro suspense se visten con un juego fotográfico y de montaje que parece salido de un spaguetti western del mítico Sergio Leone. Precisamente el tempo marcadamente irreal surgido de las secuencias de pura ópera del genio italiano utilizado por el cineasta británico para jugar con el espectador y así hacer brotar el espanto del mismo, es uno de los axiomas más característicos del film de Fuest.
La sinopsis se resume de manera muy sencilla. Dos jóvenes enfermeras británicas se encuentran disfrutando unas merecidas vacaciones recorriendo en bicicleta los pueblos de la campiña francesa. A pesar de su amistad, las dos chicas tienen dos personalidades radicalmente opuestas. La morena es una chica responsable y mojigata mientras que la rubia es una mujer más fogosa y aventurera. Durante una discusión bastante infantil, la rubia decide quedarse reposando en las orillas de un enigmático bosque mientras que la morena optará por abandonar el lugar rumbo al pueblo más cercano con objeto de encontrar un sitio donde poder pernoctar. Sin embargo, lo que ambas no saben es que hace tres años una turista holandesa fue asesinada en aquellos parajes por un monstruo asesino que sigue en libertad y que aprovechará la soledad de la libertina enfermera de cabellos dorados para calmar su ansiosa sed de sangre. Cuando la morena regrese al paraje donde dejó a su amiga y descubra que ésta ha desaparecido misteriosamente, iniciará una desesperada y solitaria búsqueda de su compañera, enfrentándose a un ambiente hostil en el que nada es lo que parece.
La cinta es, sobre todo, una personal y agobiante búsqueda contrarreloj efectuada por la inocente protagonista, que desconoce lo que sabe el espectador, es decir, que su amiga ha sido asesinada tal como lo había sido la otra joven turista años atrás. En este desesperado rastreo la joven enfermera se topará únicamente con un misterioso hombre que parece obsesionado con las jóvenes turistas, una profesora de inglés que siente una atracción homosexual hacia nuestra protagonista, un extraño gendarme que parece no querer enterarse de nada, un tarado veterano de guerra y un extraño matrimonio que regenta un restaurante y que desconfía de los desconocidos. Estos son los únicos personajes que aparecen en pantalla, siendo igualmente reducido el espacio en el que se desarrolla la trama: unas eremitas carreteras, el hogar restaurante del matrimonio, la gendarmería, una casa abandonada y primordialmente el bosque en el que acontece el asesinato.
Con estos escasos recursos Fuest supo sacar adelante una cinta realmente espeluznante y honesta, en la que un segundo visionado demuestra que mantiene todo su poder aterrador y acongojante aunque sepamos la identidad (hay sorpresa, adelanto) del asesino/a. Es más, en una segunda revisión comprenderemos mejor la actitud del/la homicida, lo cual convierte a este magnífico ejercicio de cine de suspense en una obra que no solo recomiendo, sino que insto a que sea vista inmediatamente por todos aquellos que aún no se hayan dejado envenenar por su poderoso e intrigante elixir.
Todo modo de amor al cine.