A mediados de los años noventa aterrizaba en las carteleras españolas una película ciertamente llamativa. Se titulaba Un paseo por las nubes siendo el hecho que la convertía en un producto seductor la presencia en el reparto de una joven Aitana Sánchez Gijón, actriz española que con esta película daba el salto internacional al cine americano acompañada nada menos que del veterano Anthony Quinn y del actor de moda del momento, un Keannu Reeves que venía de triunfar en las taquillas de todo el mundo con esa pieza de museo del cine de acción trepidante que es Speed. Dirigía el producto el mexicano Alfonso Arau, otra luminaria en un espléndido momento de forma gracias al éxito internacional cosechado con el melodrama mexicano Como agua para chocolate, el cual parecía haber elegido dotar a la película de ese regusto añejo y clásico que tanto se añoraba en una década, la de los noventa, repleta de películas rupturistas alejadas del talante emanado por el cine del viejo Hollywood. Sin embargo, el resultado final obtenido por Arau no fue del todo satisfactorio debido al temperamento excesivamente almibarado que desprendía el film así como a una patente falta de garra intelectual que acercaba al film más al universo del telefilme de sobremesa que al del cine de veinticuatro quilates.
Un hecho quizás menos conocido es que la película de Arau era un remake de uno de los grandes clásicos de oro del cine italiano de los cuarenta, la fascinante y esencial Cuatro pasos por las nubes, emblemática obra maestra del cine trasalpino filmada en plena II Guerra Mundial por el cineasta Alessandro Blasetti, uno de los pioneros del denominado cine fascista italiano y sin duda el más interesante autor de aquella época que continuó regalando su arte con espléndidas comedias a la italiana como la imprescindible La ladrona, su padre y el taxista. Para situar la importancia en la cinematografía italiana de Cuatro pasos por las nubes basta reseñar que ésta es una de las películas de presencia insoslayable en cualquier listado de las mejores películas del cine de aquellos lares. La misma no solo fue objeto de remake por el cine americano, sino que en Italia también se produjo una revisitación de la obra en los años cincuenta de la mano de Mario Soldati en un producto producido fundamentalmente para el lucimiento de Fernandel que obtuvo resultados eminentemente menores en comparación con el original. Estos antecedentes manifiestan la presencia mítica y legendaria de la cinta de Blasetti en la mente de los cinéfilos italianos y por tanto reflejan los solemnes atributos de una película que a pesar de sus credenciales aún continúa ostentando una presencia desgraciadamente oculta entre los aficionados al cine en España en relación con otras cintas originarias del país de la bota.
Uno de los puntos más seductores del film es la sencillez con la que Blasetti tejió la trama argumental del mismo amparándose en los mandamientos de la comedia melodramática italiana de tono costumbrista, la cual sentaría las bases de la posterior corriente neorrealista que arrancaría para los historiadores cinematográficos con el Ossessione de Visconti. Y es que aunque sería muy aventurado calificar a la cinta de Blasetti como una obra neorrealista si que se perciben sobre todo en los primeros compases de la película algunos de los mandamientos que construyeron los cimientos del cine neorrealista de trincheras. Así las escenas filmadas en exteriores rociadas con la presencia de actores de la calle no profesionales que con su entusiasmo salvan con éxito los obstáculos que la rutina planta en el tortuoso camino de los Don Nadie que constituyen el núcleo de las sociedades occidentales evocan directamente a cintas de la talla de Milagro en Milán o Pan, amor y fantasía.
En este sentido Cuatro pasos por las nubes tuvo la suerte de ser edificada como un producto de mero entretenimiento con la única pretensión de surtir con una historia romántica, muy entretenida, positiva y humanista a una población italiana inmersa en una cruenta guerra que dejaba escasos espacios para el oxígeno y la sonrisa melancólica. Así, la película fluye como un río sin detenerse en pequeños detalles ni complicadas elucubraciones, de modo que los escasos 88 minutos de metraje se dividirán en dos partes de atmósfera claramente diferenciada, narrando casi en tiempo real, rociado únicamente con pequeñas elipsis que ayudan a discurrir la trama de una forma ágil, el devenir de un nuevo y rutinario día de un vendedor de chocolatinas llamado Paolo (interpretado magistralmente por un Gino Cervi en el que es sin duda su papel más recordado).
La primera parte del filme arrancará con el despertar de Paolo, uno de esos buenos hombres que dan robustez a la sociedad poseedor de un carácter generoso y trabajador, que lucha día a día para sacar adelante a su familia compuesta por su avinagrada mujer y sus pequeños retoños. La vida de Paolo carece de interés ya que la misma es tan previsible y aburrida como lo son los amaneceres. Ningún atisbo de aventura ha brotado en los últimos tiempos en su existencia, reduciéndose la misma al encierro entre las cuatro paredes de su hogar, dominado dictatorialmente por las órdenes de su esposa, y a sus salidas en busca de clientes que compren la mercancía que vende al estilo de los viejos viajantes de comercio. Sin embargo, el nuevo día amanece torcido. Y es que tras abandonar los suburbios de la ciudad con destino a la estación de tren, Paolo se topará en su compartimento con una frágil mujer que parece estar huyendo de alguna aventura pasada tortuosa. La joven, que responde al nombre de María, ostenta esa belleza y mirada pura que Paolo hubiera ansiado para sí, pero que su actual estado civil y prudencia le impide poseer. Tras defender a la bella María de las exigencias de un impaciente revisor, Paolo será desalojado del tren debido al olvido de su abono, siendo pues llevado al centro de control ferroviario. A partir de este momento Paolo iniciará un complicado viaje con destino a la ciudad que de nuevo se verá truncado por un nuevo encuentro casual con María. Así, Paolo descubrirá que María es en realidad una joven que se dirige hacia su casa tras haber sido abandonada por el hombre al que amaba el cual la dejó embarazada de su primer hijo. Ante la vergüenza que le supone comunicar este hecho a su familia, María propondrá al bonachón de Paolo que suplante la identidad de su supuesto marido para así atemperar el trauma que supondría comunicar a su tradicional padre el hecho de haber mantenido una aventura amorosa fuera del matrimonio. Si bien en un principio el carácter responsable de Paolo le hará rechazar la oferta, apenado por la pesadumbre manifestada por María y temeroso de que esta última cometa una locura, el tímido vendedor terminará aceptando el ofrecimiento.
Así dará comienzo la segunda parte del film, en la cual el tono de comedia costumbrista que imperaba en el primer vector (para mi el sector más fascinante del film gracias al retrato cotidiano de la vida de la Italia de los suburbios que llevó a cabo Blasetti apoyado tanto en la naturalidad de un Gino Cervi que da el do de pecho en cada secuencia en la que se manifiesta su presencia como en unas bellísimas escenas fotografiadas en el exterior de una luminosidad seductora que se engalanan con la presencia masiva de extras que con su forma de ser ensalzarán las ganas de vivir del espectador) dejará paso al melodrama profundo con ciertas gotas de tormento. En este segundo tramo, Paolo y María arribarán a la hacienda rural de la que es propietaria la familia de esta última, formada por el octogenario y sabio abuelo, la resignada madre de María y los tradicionales padre y hermano de la joven, los cuales olvidarán sus iniciales reservas ante la presencia de Paolo a medida que perciben la bondad y carácter responsable del recién llegado presentado como marido de su retoña. Esta segunda parte ostenta igualmente escenas de una belleza descomunal, como por ejemplo el fantástico paseo en coche de caballos protagonizado por los intérpretes principales en el que se exhiben las tradiciones rurales de las haciendas vinícolas italianas. ¿Serán capaces Paolo y María de salvar el día sin que los familiares de la atormentada joven descubran el engaño?
Como comentaba en párrafos anteriores, la película presenta ciertos retazos de la corriente neorrealista, y ello no solo se debe a la puesta en escena descrita, sino también al magnífico guión firmado por el alma mater de los escritos del cine neorrealista: Cesare Zavattini. Se nota la influencia del maestro Zavattini en cada verso cantado por los diferentes personajes que aparecen a lo largo de la trama gracias a ese regusto por homenajear los actos desinteresados en favor del beneficio de la gente corriente, así como ese canto a la humildad por bandera como eje fundacional necesario para poder vencer las miserias sociales. La cinta, poseyendo una sensibilidad supina, no cae en la sensiblería de otros productos que apoyan su eje argumental en los sentimientos más profundos del ser humano. He de decir que una lagrimita se me escapó con el monólogo final recitado por Paolo, indudablemente una de las escenas más románticas y emotivas que un servidor recuerda haber visto en una pantalla de cine. Y es que otro de los mandamientos de Zavattini, el sacrificio amoroso motivado por los convencionalismos sociales transformado en desamor, emana en esta escena imborrable de la historia del cine.
No puedo dejar de recomendar una película que combina con maestría sencillez con sentimiento y que supone ante todo un bello canto en favor de las personas humildes y trabajadoras desprovistas de ambición, poder y dinero, esto es, las únicas que poseen la esencia humanista de la solidaridad y el sacrificio por los demás, unos personajes que son calificados por la mayoría como perdedores, pero que para mi son realmente los auténticos ganadores de esta vida carente de auténticos héroes.
Todo modo de amor al cine.