El cine griego actual es uno de esos milagros que de vez en cuando acontecen motivados por innumerables condicionantes que confluyen en espacio y tiempo dando lugar, por el influjo invisible de estos reflujos, a un oasis dotado de un potente suministro de arte en ebullición el cual ejerce sobre el inconsciente espectador occidental un poderoso y fascinante influjo hipnotizador. Sin embargo, lejos de ser un fenómeno acotado a un instante contemporáneo, basta con efectuar una somera labor de investigación relacionada con las películas que adornan la filmoteca pretérita del cine heleno para verificar que la inspiración rebosante de genialidad que desprende el moderno cine griego no es un canto efímero sino que precisamente bebe en gran parte de las magníficas muestras de ingenio que se encargaron de inyectar en las venas de estas nuevas generaciones de cineastas, una serie de autores, desgraciadamente muy desconocidos para un servidor, que gracias a una cáustica e inteligente ironía impregnada en su ADN durante los crueles años de post-guerra, legaron al cine griego unas cautivadoras y magníficas muestras de cine de veinticuatro quilates. Películas que no eran más que un fiel retrato, realizado desde la sátira costumbrista, de las mezquindades presentes en la sociedad de la época.
Por ello esta es una ocasión perfecta para reivindicar un clásico básico del cine griego como es El ogro de Atenas. Y es que el visionado de El ogro de Atenas me ha impactado profundamente. Tenía muy buenas referencias de esta película, sobre todo a través de los entusiasmados comentarios del crítico Josu Eguren, el cual fue quien me puso sobre aviso de la existencia de este film. En principio todo parecía indicar que me iba a encontrar con una película de cine negro de los cincuenta de ambiente europeo, de modo que las analogías que venían a mi mente a la hora de adivinar el contenido del film no eran otras que las geniales Muerte de un ciclista de Juan Antonio Bardem o esa joyita noruega que es Two Suspicious people. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, ya que El ogro de Atenas es fundamentalmente una película inclasificable de una complejidad supina que aborda una trama de atmósfera negra desde diversos vectores muy alejados en esencia y espíritu del género negro puro y duro.
Porque principalmente la película es una sátira muy negra y corrosiva que vierte una crítica rocosa y cruel sobre la propia etnología y ritos presentes en el pueblo griego, esto es, los falsos aires de grandeza manifestados por una población orgullosa de su pasado, que se desvanecen cual éter en el aire, cuando éstos se dan se bruces con la cruda realidad, que no es otra que la reducción de la vida a la mera supervivencia en un país humillado y derrotado por la imperante miseria económica y moral arrastrada desde tiempos ancestrales una vez superados los años dorados de la civilización helena. Todo ello es reforzado por el hecho de situar la narración en los años de post-guerra lo cual dota a la epopeya de un halo decadente y crepuscular que estimula los efectos demoledores que ostenta en su seno el relato así como el ingenioso recurso de plagar el argumento con una galería de personajes perseguidos por la fatalidad y la mala suerte, esbozando de este modo una clarividente representación de los impávidos individuos que han sido obligados a habitar los barrios marginales de una sociedad enferma incapaz de ofrecer mejores oportunidades a sus despojos sociales que no sean los de la delincuencia y transgresión de las normas.
Así el protagonista de la historia es una clara representación del inocente mártir condenado a expiar los pecados de una serie de marginados y ladronzuelos de poca monta (muy a su pesar), los cuales observan en su figura a la de un Mesías enviado por los Dioses para guiarlos hacia un futuro esperanzador lejos del aislamiento y pobreza que dominan sus vidas. Sin embargo, nuestro héroe es un falso Mesías ya que su personalidad ha sido confundida con la del auténtico criminal salvador de almas contaminadas (mismo esquema argumental de la maravillosa La vida de Brian), por lo que las iniciales displicencias prestadas por los seguidores del falso redentor sufrirán un brusco y cruento giro cuando la verdad arrastre como una avalancha de nieve la impostura del inocente ogro.
Aunque la descripción que he expuesto pueda hacer creer al lector que nos encontramos con un drama devastador, que lo es, hay que indicar que la película abraza con naturalidad los resortes de la sátira más mordaz e inteligente, de forma que esencialmente El ogro de Atenas es una comedia negra de contornos trágicos (como no podía ser de otro manera siendo originaria del país referente de la gran tragedia). De hecho lo primero que vino a mi cabeza tras visionar esta excelente obra, fueron los dos títulos que el director italiano Marco Ferreri dirigió en España, es decir, El pisito y El cochecito. Porque la cinta griega comparte con las dos obras de Ferreri y Rafael Azcona ese ambiente de cercano realismo costumbrista urbano en las que se aprovecha una desgracia originada por las penurias económicas que sufren los personajes protagonistas para delatar con honestidad y valentía, a modo de reflexión social, las mezquindades y miserias que ostenta el ser humano, proyectando la historia desde una óptica sarcástica que logra aflorar la sonrisa del espectador de situaciones que en principio carecen de gracia.
De este modo el materialismo, la hipocresía, el amor interesado, el culto al dinero como nueva religión que mueve los hilos de la sociedad son temas que están muy presentes en los cimientos de El ogro de Atenas. Igualmente, Nikos Koundouros optó por adoptar los esquemas metalingüisticos del tardío neorrealismo italiano, incluyendo la presencia de actores no profesionales así como una pesimista fotografía en blanco y negro en la que se plasma el ambiente arrabalero de los bajos fondos de la ciudad y la atmósfera turbia y decrépita de las tascas griegas, donde el jazz y el cabaret hacen las veces de enmascarada ensoñación de la desdichada realidad de sus moradores gracias a las despreocupadas y magnéticas coreografías y bailes llevados a cabo en su seno por las famélicas cabareteras y clientes que ahogan sus penas en la pista del local.
Todas estas aristas son vertebradas por Koundouros con la siguiente sinopsis. La historia se sitúa en el día de Nochevieja de un año de post-guerra. Thomas es un gris y aburrido empleado de banca, ignorado por sus compañeros de trabajo cuya vida discurre sin ningún aliciente. Recién finalizada la jornada laboral, Thomas, un solitario soltero al cual no se le conocen amigos ni familiares, se dispone a acudir al refugio de su habitación en un humilde hostal ubicado en las afueras de la ciudad. Sin embargo, en el transcurso del trayecto de retorno a casa, Thomas cree adivinar su foto expuesta en la portada de un periódico. Sin embargo, debajo del encabezado de la fotografía del personaje que parece compartir rostro con Thomas se advierte un inquietante titular: se busca al peligroso criminal fugado de la cárcel El ogro de Atenas. Sin embargo el parecido entre Thomas y la foto de El ogro despierta las sospechas de un policía el cual cree haber encontrado en Thomas a la figura del malhechor que trae de cabeza a media policía. Esta confusión obligará a Thomas a escapar de la policía topándose en su desesperada huida con una cantante de cabaret, la cual creyendo reconocer la fisionomía del evadido procurará a Thomas un refugio en el bar en el que trabaja.
Sin embargo el refugio encontrado por Thomas pronto se convertirá en una prisión, ya que el local está regentado por una banda de pequeños delincuentes que están planificando el robo de una serie de obras de arte de la antigua Grecia para venderlas como piezas de contrabando a un comprador norteamericano. A pesar de que la cuadrilla está dirigida por el fogoso dueño del bar, éste carece de la firmeza y experiencia precisa para que sus secuaces confíen plenamente en él, lo cual ha retrasado la ejecución del golpe. Por ello cuando el dueño confunde igualmente a Thomas con El ogro de Atenas, solicitará su apoyo para llevar a buen puerto la planificación del robo con la esperanza de salir de este modo de la pobreza extrema en la que viven. Si bien, Thomas no parece querer participar inicialmente en la expoliación, la admiración y adoración que su nueva identidad parece desprender (algo que choca con la indiferencia y desinterés que dominaban su vida) le llevan a asumir la falsa identidad del ogro, convirtiéndose de este modo en el líder espiritual de la banda de maleantes.
Del mismo modo Thomas experimentará el amor gracias a la atracción que por el ogro siente la bella cantante de cabaret. La inicial timidez de Thomas mutará en confianza en sí mismo al abandonar su tradicional bondad por la maldad. Sin embargo, este pequeño rincón de felicidad deberá vencer los obstáculos que representan vivir una mentira que no será tan fácil de ocultar una vez que se ponga en marcha el plan de robo diseñado por el dueño del bar. ¿Qué desenlace le esperará a Thomas?
La película es una maravilla a nivel técnico ostentando una fotografía de interiores que claramente evoca al expresionismo alemán más extremo, esto es, el de El gabinete del doctor Caligari o Waxworks gracias al diseño de unos decorados abstractos en los que las pinturas surrealistas comparten plano con fotografías de grandes actores de Hollywood como Gloria Grahame o Clark Gable entre otros, lo cual aporta una mesiánica simbología que enfrenta el infierno terrenal vivido en el local con el paraíso ilusorio e inalcanzable que representa el lujo hollywoodiense. Es clara la atmósfera malsana plena de claustrofobia que brota de cada palmo del film adquirida gracias a la iluminación tenebrosa repleta de claro-oscuros que adopta la narración la cual hace gala del imprescindible fatalismo y pesimismo característico del cine negro. Pero, tal como hemos comentado, El ogro de Atenas no es una película de cine negro, a pesar de exhibir dichos mandamientos.
A diferencia del cine negro puro, la cinta griega opta por mostrar la violencia y el cinismo presente en el género noir de un modo radicalmente distinto, es decir, por medio de la insinuación sugerente y poética de modo que las traiciones y tragedias que sufrirá el protagonista al final del trayecto recorrido se revestirán de un cruel lirismo lo cual inducirá el desprendimiento de la desalentadora fragancia de derrota del perdedor. Porque si hay un elemento magistral en El ogro de Atenas es la ausencia de héroes y de anti-héroes con los que empatizar nuestras filias y fobias. ¿No es esto la vida real? Desde luego que sí, porque como en la vida real El ogro de Atenas nos demostrará que la vida es un escenario gris en el que hay pocos resortes para la bondad. Y es que cuando nacemos bajo la marca del fatalismo, ni siquiera los golpes del destino lograrán borrar la estrella de la desdicha.
Todo modo de amor al cine.