El segundo largometraje del director checo Matěj Chlupáček se traslada a la Checoslovaquia de los años 30 para explorar, a través del personaje de Helena, estudiante de medicina y esposa del director de una fábrica, el revuelo y las aristas políticas y morales que rodean el hallazgo del cadáver de un bebé intersexual dentro de la misma. Helena, quien desde el principio puede apuntar gracias a sus conocimientos que el neonato nació muerto e intuye que alguno de los empleados debió dar a luz en su lugar de trabajo, se enfrenta a una maniobra por parte de la directiva para tratar de culpar a los comunistas del suceso, enmarcándolo como una suerte de boicot para desprestigiar a la fábrica.
El mundo de ayer aborda, como su idea principal, el rechazo generalizado que la moral de la época proporcionaba a la identidad intersexual. Lo que, a lo sumo, se puede tratar y concebir en ese contexto como una anormalidad médica, adquiere con facilidad derivas incluso más turbias e indignantes; es común entre los personajes hablar de seres monstruosos, el suceso se convierte en una cuestión política porque entienden que la presencia, no de un bebé muerto, sino de un bebé muerto con genitales mixtos es una trampa para manchar la institución, y el discurso eugenésico está a la orden del día. La forma en que está naturalizado hablar del hallazgo como algo horrible e inhumano por la condición fenotípica del neonato es lamentablemente lo más esperable en una ficción ambientada en la época, pero no deja de resultar escandaloso y enervante.
Pero no es esa la única derivada que introduce esta película. Por supuesto, la presencia y acciones de Helena se convierten en un elemento disruptivo de inmediato; desde una mentalidad que al principio es estrictamente médica y que va consolidando una conciencia social a medida que avanza y descubre más sobre el caso, la protagonista se enfrenta a los techos de cristal de una sociedad en la que ha vivido cómoda hasta el momento. El privilegio de ser la esposa del director y disfrutar de una vida cómoda que le ha permitido iniciar sus estudios amenaza con tambalearse cuando empieza a constatar que su libertad para progresar está condicionada, que su papel en las reuniones y eventos de la fábrica es ser el florero que ponga de manifiesto su imagen de prosperidad y estabilidad, y que el entorno que le rodea es retrógrado y la mira por encima del hombro.
Faltaría todavía otra pata en este entramado, y es la enorme complejidad política de la Europa de entreguerras, que cristaliza a la perfección en esta sociedad checoslovaca en la que el comunismo, todavía muy popular en el país décadas después del empuje ideológico de la Revolución Rusa, comienza a ser criminalizado y caer en el ostracismo; todo ello, mientras la Alemania nazi llama a la puerta y Hitler es presentado por uno de los personajes como un modelo a seguir. Hay una vertiente de ironía trágica en este contexto histórico, y es que la esperanza que Helena manifiesta en que su sociedad experimentará una apertura choca frontalmente con lo que se estaría por venir en los años siguientes.
Situados estos tres elementos, la cinta de por sí resultaría bastante audaz y comprometida, pero dentro de su potente retrato de conspiraciones, injusticias sociales y una moralidad de la época muy restrictiva, algo que me llama la atención en particular es que la figura de Helena no es mitificada en su conciencia activista por los derechos civiles: su viaje es también uno de aprendizaje y de choque con sus propios prejuicios, y llega a negar e imponer la identidad de género a una persona intersexual cuando la confronta por primera vez, fuera del contexto de los libros médicos. Se trata de alguien con voluntad humanista pero sin experiencia personal con gente del colectivo y sus realidades, y esto es algo que se resalta mucho no como una forma de condenarla o disminuir el alcance de sus reivindicaciones, sino como la necesidad de desembarazarse de sus ideas preconcebidas y comprender la complejidad de la realidad que hasta el momento solo ha observado como una curiosidad, una anécdota al pie científica.
El resultado es una película muy bien planteada a nivel narrativo, con un desarrollo de su protagonista excelente y, por su contexto y temas, muy cargada de ideas y ganas de meter el dedo en la llaga. Por ese motivo, siento una cierta ambivalencia con el planteamiento de hacer de esta historia un drama de época. No porque el momento histórico en sí no sea muy interesante y añada una tensión de fondo que la obra aprovecha bien, sino porque, al fin y al cabo, uno de los daños colaterales de encuadrar este tipo de tramas, que se centran en el sufrimiento y ninguneo de un colectivo, en un pasado más o menos lejano y bastante más retrógrado es generar una cierta sensación de conformidad con el presente y lo que ya se ha avanzado; es decir, que en vez de rimar con la denuncia a los discursos rancios sobre sexo y género y a los prejuicios sobre las personas intersexuales que aún hoy en día están muy presentes, el enfoque parece eximirlos y darse un golpe en el pecho, congratulándose de los, sin duda enormes, avances sociales realizados al respecto. En esta reticencia, tal vez no es del todo culpa de la obra, también tienen un peso los vicios estéticos del drama de época de corte clásico y que se reproducen aquí: pese a lo valiente de su propuesta narrativa, sigue viéndose todo muy medido, muy pulcro y aséptico, contribuyendo a un distanciamiento emocional con lo que se narra, como si se estuviera observando desde una modernidad condescendiente.
Por otro lado, no siento que uno de los elementos más centrales de la trama realmente aporte demasiado. Gran parte de la tensión narrativa que ofrece esta cinta se basa en la idea de que Helena está embarazada y a punto de dar a luz, algo que no deja de resaltarse en diversos momentos generando una suerte de cuenta atrás; pero es algo que queda bastante de fondo y que no supone un punto de inflexión orgánico en ningún momento, más allá de proporcionarnos un trasfondo a la situación complicada de la protagonista. El problema con esto, claro, no es que no sea estresante, sino que no es en ningún momento definitorio del personaje y la obra juega todo el tiempo a plantearte que sí lo es y que va a suceder algo al respecto.
Con los defectos que le puedo sacar al planteamiento y la presentación de El mundo de ayer, no puedo negar que abordarla desde lo discursivo resulta de una riqueza conceptual fascinante y una audacia en su exploración temática nada desdeñable. Es, además, una película que engancha en su propuesta, que está narrada con mucha pericia y que ofrece un desarrollo central impecable, con tantas aristas como las que propone en su contexto histórico y social, poniendo encima de la mesa realidades que, aún en la actualidad, la sociedad en su conjunto está lejos de comprender.