He de reconocer que El monstruo alado no es una gran película. Carece de la fotografía del cine de Ingmard Bergman y del prodigio narrativo del cine de Raoul Walsh a lo que se añade el hecho de que no hay un Marlon Brando ni una Bette Davis dando la talla a nivel interpretativo. Pero que más da. El monstruo alado es un placer perverso, es decir, una película esencial e imprescindible para cinéfagos que sepan disfrutar del cine en toda su esencia. Enmarcada en la más pura serie B de ciencia ficción y monstruos (a pesar de estar producida por una major como la Universal Pictures), que tan de moda estuvo en el cine americano de los años cincuenta, El monstruo alado pertenece a lo que podríamos calificar como el tardío cine fantástico americano de bichos de corte militar- pseudocientífico de bajo presupuesto que plagó las salas de los autocines y pequeños cines de los pueblos americanos en la década de los cincuenta. Esto es, el cine con el que crecieron y alimentaron su hambre cinéfila autores de referencia actualmente como Steven Spielberg, Martin Scorsese, George A Romero, John Carpenter o Joe Dante.
Filmada en las postrimerías del cénit del subgénero, son claras las referencias que podemos atisbar en la cinta reseñada de clásicos de la sci-fi cincuentera. Por un lado tenemos a un insecto gigante, voraz y con ganas de liarla parda (nada menos que una mastodóntica mantis religiosa que ha permanecido congelada desde el pleistoceno a la espera de ser despertada para devorar a los seres humanos), tal como sucedía, por ejemplo, en clásicos como El monstruo de los tiempos remotos, Godzilla o Tarántula. Por otro lado tenemos al eficiente ejército americano para proteger al mundo de este ser tan destructivo, como por ejemplo pasaba en La humanidad en peligro, La Guerra de los mundos o Los invasores de Marte. Hay un científico, con una increíble falta de apetencia sexual hacia el género femenino, y una estación militar sita en El Polo Norte donde se inician las aventuras devoradoras del bicho en cuestión (¿Les suena esto a El enigma de otro mundo?). Finalmente el ritmo frenético, las elipsis enloquecidas (y maravillosas), la presencia de imágenes documentales de pruebas aéreas o de poblaciones exóticas (en este caso esquimales) que encajan a la perfección en el sentido cronlógico de la trama, la usanza de una voz en off que aparece y desaparece para facilitarnos datos e informaciones de carácter estadístico o gubernamental y las sobreimpresiones narrativas (noticias de periódicos fundamentalmente) son un hábitat habitual de la cinta y del género, por lo que los amantes de la sci-fi de esta era (yo, uno de ellos) se deleitarán con todos los recursos exhibidos en el film.
Un punto a destacar de El monstruo alado es su impecable factura técnica (tanto montaje, como fotografía y sobre todo unos magníficos efectos especiales, en los que apenas se aprecian los trucos fílmicos empleados para integrar al insecto gigante con los actores, que son coronados con el diseño de una amenazadora maqueta de la mantis religiosa protagonista de carácter hiperrealista), medios técnicos muy por encima de la media del cine de serie B de este período. Ello se debe sin duda al sello de los estudios Universal, pero sobre todo a la presencia en la dirección de un auténtico especialista del género como Nathan Juran.
Director adscrito a la escasez de medios y abundancia de talento (famosas fueron sus colaboraciones con el maestro del stop motion Ray Harryhausen), Juran fue un artesano capaz de dar a luz con escasos recursos económicos obras fascinantes como Simbad y la princesa, La gran sorpresa, La bestia de otro planeta o El ataque de la mujer de cincuenta pies. Juran evita caer en el patriotismo barato y trascendental que emanaba en algunas de las películas de ciencia ficción de los cincuenta para apostar por el entretenimiento sin pretensiones, el suspense y la ironía socarrona, tal como se define su forma de hacer cine. Realmente intencionada y pícara es la insinuación acerca de la homosexualidad del científico protagonista de la cinta, así como el carácter autoparódico de la rocambolesca subtrama de romance insertada en la cinta entre el oficial del ejército encargado de liderar la destrucción del bicho y la ayudante del científico, romance de esos en los que los preparativos y precalentamientos brillan por su ausencia, o sea, flechazo instantáneo real como la vida misma, ¿o es qué no es cierto que una mujer prefiere el peligro que supone un machote uniformado que el de un aburrido y gris científico?
La trama es sencilla de resumir. La cinta comienza con una misteriosa cita a la ley de acción y reacción y una serie de imágenes documentales que explican el funcionamiento del escudo antimisiles estadounidense implementado en la frontera con Canadá. En medio de estas sugerentes informaciones presenciaremos la erupción de un volcán que parece provocar el deshielo de un iceberg que esconde una amenazante mantis religiosa prehistórica, la cual abandona su eterno cautiverio con un apetito feroz por destruir y comerse a todo bicho viviente que se cruce en su camino. Las primeras consecuencias de la liberación del ser monstruoso es la demolición de un observatorio militar sito en el Polo Norte. En el lugar del crimen se localizan unas misteriosas huellas y una especie de pinza animal gigante, hallazgos a los que los militares no encuentran explicación lógica. Una vez analizadas las pruebas por parte de los científicos del ejército, éstos deciden pedir ayuda al mayor especialista en el estudio de animales prehistóricos del mundo para tratar de hallar una solución al misterio.
Mientras transcurre la investigación siguen produciéndose inexplicables accidentes y desapariciones. Tras una matanza en un poblado esquimal llevada a cabo por la mantis, el científico llega a una conclusión: los macabros incidentes acontecidos han sido llevados a cabo por un insecto prehistórico de tamaño descomunal que ha permanecido vivo hasta nuestros días en estado de congelación. Una vez descubierto el causante de los desastres, el monstruo dará rienda suelta a sus ansias de destrucción, comiendo a cuantas personas pueda y provocando el pánico entre los habitantes de las grandes ciudades americanas.
La cinta posee varias escenas espectaculares desde el punto de vista visual: la primera de ellas es la aparición de la mantis en la estación polar militar, una vez que se ha descubierto su existencia. Los planos de acercamiento del bicho al lugar, así como la devastación de los barracones y posterior pelea con los miembros del ejército, estando éstos ataviados con potentes lanzallamas, son realmente increíbles. También son impresionantes los combates aéreos que confrontan a los cazas aéreos con la mantis voladora (los cuales se adornan con magníficos planos documentales de exhibiciones aéreas militares). Finalmente la escena final de la película en la cual los militares luchan en un túnel para destruir al monstruo ponen la guinda desde el punto de vista técnico al film (a los amantes del cine de los ochenta seguro que esta escena les traerá a la memoria alguna secuencia de Regreso al futuro y de ET). La moraleja final de la cinta podría resumirse en que el potente ejército americano está equipado y ataviado para defender a su país incluso del más mortífero animal que habitó la tierra, pero igualmente este pseudomensaje político se entierra gracias a la ausencia de intención política del film, el cual también nos recuerda que por pequeña que sea la acción que osemos acometer, ésta puede tener consecuencias fatales para la población (¿puede haber cierto mensaje pacifista? Para mí, sí.)
En definitiva, El monstruo alado es una de esas películas que nos hacen disfrutar de la inocencia y falta de pretensiones del cine de ciencia ficción y entretenimiento hecho a la antigua usanza. Es una película imperfectamente perfecta que se disfruta desde el primer minuto hasta el último y que además de servir de un estupendo medio de esparcimiento, igualmente es un documento histórico que manifiesta el tipo de cine que dispensaba el esparcimiento que exigía el pueblo americano en los años cincuenta. ¡A disfrutarla!
Todo modo de amor al cine.