No será el último filme de Daniel Burman un icono generacional, ni el taquillazo del siglo, ni una película de culto, ni cualquier otro reconocimiento oficioso importante que se le quiera dar a una obra cinematográfica. Pero resulta sorprendente como una película como El misterio de la felicidad, huyendo de cualquier pretenciosidad o y simplemente siendo algo detallista con una trama sencilla y liviana, consigue no decaer en su intento de combinar la dualidad entre la amistad de un par de socios de toda la vida y la relación matrimonial que uno de ellos mantiene y, en cierta manera, también sufre.
La línea argumental se subdivide por tanto en ambas relaciones, aunque la interacción entre los dos socios sólo la vemos durante los primeros minutos de la película, concretamente hasta que Eugenio deja plantado a Santiago y toma las de Villadiego sin que éste sepa el motivo concreto, ya que estaban a punto de cerrar la venta del negocio que compartían. Sin embargo, la relación entre ambos personajes se seguirá examinando a través de la búsqueda que Santiago emprende junto a Laura, la mujer de Eugenio, que tiene pocas dudas de que la fuga de su marido se debe a que realmente no era feliz. Cosa entendible, ya que como el propio Burman deja claro en el título, la felicidad es un misterio. Y bien que lo sabe la historia del cine, vaya.
Con tal base, era entendible que muchos pudieran tener cierto miedo a la hora de afrontar esta película. En innumerables ocasiones, se ha tratado este tema de la felicidad desde una manera artificiosamente trascendental, cuando no vacua y cursi. El mérito de Burman es alejarse de esos terrenos pantanosos y centrarse en narrar una historia pequeñita, pero creíble y natural. Empero, al hacer esta apuesta por rebajar el tono pretencioso del filme, también se corría el serio peligro de que su liviandad generara bostezos entre la gente. Por fortuna, tampoco se llega a tales extremos.
Así, Burman construye con El misterio de la felicidad un gratificante relato que cimenta su punto de partida sobre el coste de oportunidad, esto es, cuando una persona deja pasar una ocasión que en su interior quiere tomar, pero que por diferentes motivos decide dejar pasar. En el caso de esta película, descubrimos que fue un pacto entre ambos socios el que dejó a ambos sin posibilidad de vivir otra vida que pudiera haber sido gratificante. A partir de ahí, las conversaciones entre Santiago y Laura van construyendo cada vez más y más detalles sobre el pasado de los dos compañeros y amigos, cuya amistad quizá alcanzó cotas tan elevadas que ya resultaba ligeramente estrambótica, como bien nos demuestra una escena paródica al comienzo de la obra.
Una película así siempre necesita apoyarse en la interpretación de sus actores. Con Guillermo Francella, al que hace poco vimos en Corazón de león y que hace no mucho tiempo también nos regaló una gran actuación en El secreto de sus ojos, esa parte está solventada. Francella combina bastante bien el tono cómico de su rostro con otros gestos más dramáticos, acorde al espíritu de la obra. Menos gratificante, pero también aceptable, es el papel de Inés Estévez como la esposa abandonada que tiene que afrontar una nueva vida, en un registro que por momentos puede resultar algo cargante.
Así, la película de Daniel Burman resulta muy recomendable para todo aquel que quiera disfrutar de un relato agradable, sutil, que no pone a prueba al espectador porque tampoco lo intenta. Esta ausencia de ambición es a la vez su mayor virtud y su mayor defecto, y depende exclusivamente de lo que sus receptores esperen encontrarse. No perdura, no atosiga, no conmueve, pero El misterio de la felicidad ofrece 100 minutos entretenidos en los que trata diversos temas por los que todos hemos pasado o pasaremos a lo largo de nuestra vida, sin medias tintas y sin ridiculizar el intelecto del espectador. Cosas de la que no todas las películas pueden presumir, por cierto.
