Lucía Puenzo comienza la adaptación de su propia novela dejando bien a las claras la fascinación mutua entre los dos protagonistas de la cinta, un médico alemán y una niña con un problema de crecimiento, que se encuentran en una gasolinera en medio del desierto previo viaje a Bariloche, en la Patagonia. No hace falta ser muy avispado para entender desde la primera mirada, que algo malsano ocurre. El caso es que la cinta está llena de nombres reconocidos, pero es la pareja formada por la niña Florencia Bado y Àlex Brendemühl lo que lo mueve todo. Ambos está impecables en sus papeles, sobre todo el catalán, que da un recital gracias a ese caramelo de personaje.
Y es que es harto interesante la manera en que se construye la figura del temido Joseff Menguele, conocido por sus experimentos con judíos y gitanos en los campos de la muerte de la Segunda Guerra Mundial. La cineasta nos muestra a un hombre que en ningún momento se retracta de su pasado, pero el retrato del monstruo queda aún mejor perfilado gracias a plasmar algunas de sus obsesiones, que se focalizan en esa dulce niña con problemas de crecimiento (tiene ya 12 años pero aparenta 8). Educado, metódico y obsesionado, el “ángel de la muerte”, como se le conocía en Auschwitz, se introduce en la vida de una familia argentina que viaja al sur para abrir un hotel.
Pero la historia no sólo se vertebra en las relaciones entre un núcleo familiar y el doctor, sino que también se nos presenta otro relato, de dimensiones más grandes e históricas, al retratarnos el lugar al que van a parar nuestros personajes como un paraíso. Sí, un lugar casi mágico lleno de frondosos bosques, cristalinos lagos y majestuosas montañas que incluso hacen recordar a Menguele su tierra natal. Pero infectado, podrido y corrompido. Un refugio de nazis. Desde el hospital hasta el colegio germanófilo donde estudia la pequeña y previamente había asistido su madre. A sus anchas.
Estas dos historias acaban enlazándose de manera maravillosa cuando los servicios secretos israelitas se pongan sobre la pista de tan afamado asesino, pero aunque hay una clara intención de remarcar la situación latinoamericana de aquella época, sobre todo en Argentina, esto sirve más como contexto y para otorgarle una dirección al filme, ya que queda claro desde el principio cual es la historia que quiere contar la directora.
Y la intención de Lucía Puenzo se detiene en los cuerpos, como ya había hecho en sus anteriores trabajos (XXY o El niño pez). Pero más que en el cuerpo de nuestra protagonista, la cineasta encuentra una analogía genial en las muñecas. Y así, mientras Menguele inicia un tratamiento innovador en la pequeña de la casa para ayudarla a crecer, también decide acercarse a sus progenitores, ofreciendo su ayuda en el futuro parto de la madre e involucrándose en el negocio de muñecas del padre. El médico alemán del título se dedica a fabricar dichas muñecas en serie. Es simplemente brutal como la directora consigue filmar ese mencionado taller como si fuera un campo de exterminio nazi, con cuerpos mutilados y quemados ante el orgullo de Menguele por la perfección que logra en las muñecas, que incluso tienen corazón y mueven los ojos.
Pero todo esto sólo es un pretexto para los verdaderos planes de doctor, que no es dibujado como un loco sanguinario, sino como un obsesionado de su trabajo. Esto no lo exculpa, pero sí lo hace más atractivo e interesante. Menguele estaba en las antípodas de la banalidad del mal de Eichmann, que al fin y al cabo daba las órdenes desde su despacho a cientos de kilómetros de los campos. Nuestro protagonista era conocido por esperar él mismo en la estación de tren de Auschwitz para seleccionar a sus víctimas, normalmente embarazadas, gemelos de poca edad y personas como la propia Lilith, la niña a la que promete ayudar. Esto creó una figura en el ideario popular que hasta en cierta manera, mitificaba al propio doctor, sobre todo al lograr escapar de Europa y esquivar durante tantos años los intentos por capturarle.
En suma estamos ante una de las propuestas más estimulantes que podamos encontrar en nuestras carteleras. Una historia que va y que consigue un final prodigioso, donde la maldad y la necesidad se dan de la mano. «No me importa lo que haya hecho mientras nos ayude».
El doctor hace el bien por el mero hecho de seguir experimentando.
Menguele jugando a las muñecas.