Recuerdo que asistí a la proyección del documental de Tatiana Huezo en el día conmemorativo de la matanza de Srebrenica en la capital Bosnia durante el Festival de cine de Sarajevo de hace dos años. Una proyección especial enmarcada en un día de recuerdo y dolor para el país balcánico. Digo esto porque lo que ocurrió a continuación fue un interminable goteo de personas que huían de sala con el alma desgarrada, acercando en el tiempo y en el sufrimiento a aquel once de julio del noventa y cinco y la terrible Guerra civil de El Salvador que asoló al país durante (oficialmente) doce años.
Y no es que el proyecto de Tatiana use imágenes duras que hagan a uno apartar la mirada. Nada de eso.
Lo primero que llama la atención es la manera harto inteligente con la que la directora afronta el reto de contar su película; la cámara nunca está cerca de los hombres y mujeres a los que observa con cierta distancia en una mezcla de respeto y ternura. Asímismo, aunque la historia la cuentan dichos personajes, nunca hablan a cámara, sus voces son escuchadas en un pulcro off mientras los observamos realizar sus quehaceres diarios.
Así, los vemos meditar, fumar, caminar y hacer las tareas del hogar mientras sus voces nos dibujan lo acontecido en ese pueblo hace ya 30 años. Las voces. La directora le da toda la fuerza del relato a sus voces y a los sonidos. Es la clave de todo. Sin ninguna sola imagen de archivo la cámara nos muestra con ternura a las personas, mientras van explicando los fantasmas del pasado que son ahora sus familiares y amigos fallecidos, huyendo en todo momento dela sensiblería y de la pornografía barata, sin huir en ningún momento de los terribles acontecimientos que describe. Como decía, hay mucha mimo y cuidado en la mirada, una cámara que nos presenta un respeto pocas veces visto en el medio, mezclado con la simpatía que desprenden las mujeres y los hombres y sus voces. Es brutal el tratamiento del sonido del filme. Esas voces. Ese sonido de la selva. Esos silencios. Y ese sonido del helicóptero, único elemento no real que se permite mostrarnos la directora. Pero cuando los ancianos callan, el sonido de la selva se apaga y ese ensordecedor sonido de las hélices se va acercando al pueblo, uno vislumbra el miedo de los muertos y los vivos de hace más de 30 años.
Las personas entrevistadas van desvelando la situación del momento. La ilusión por el cambio. Y la represión. La represión sin cuartel que se cometió sobre tantos poblados del interior del país por parte del ejercito. La huida por la selva. Los refugios en las cuevas. Las personas del relato vuelven a esos sitios poblados por fantasmas. Es lógico que sin mostrar imágenes hirientes buena parte de los espectadores fueran yéndose poco a poco de la sala. El documental consigue transportarte, no al horror, sino a un estado de consternación y sincera fraternidad humana. No necesita morbo ni recrearse en exceso para ello. No busca que apartemos la mirada de la imagen para impresionarnos. Ni siquiera busca indignarnos, que indigna. Lo maravilloso del documental, el milagro del mismo, es que es un homenaje sincero a los que quedaron, pero aquí llega otro golpe maestro de su directora, sin caer en el derrotismo absoluto, ya que al final descubrimos asombrados que ella no se permite caer en el desánimo ni en el estado lacrimógeno. Hay demasiado respeto por las personas que salen en el el documental para ello.
Y es que a pesar de tanto sufrimiento y dolor, la directora se afana por no pegarle una paliza emocional al espectador. Por eso su cierre acaba siendo, con mesura y un mimo que acompaña a todo el filme, precioso y dentro de lo que cabe, sí, esperanzador. Porque hay fantasmas por toda la selva, pero al final también hay vida.
El lugar más pequeño es el documental que más honda impresión me ha causado jamás. Yo también estuve a punto de irme de la sala, como tantos bosnios, ese once de julio del 2012, día en el que se conmemoraba por toda la ciudad la masacre de Srebrenica. A la salida apenas pude articular palabra para darle la enhorabuena a la cineasta, presente en Sarajevo.
Creado con respeto, dignidad, sutileza y toneladas de cariño, nadie va a aprender nada nuevo sobre la guerra civil de El Salvador a grandes rasgos. Lo importante son las voces que no se apagan, que recuerdan por siempre lo sucedido en ese pequeño pueblecito.