La búsqueda de un lenguaje a través de los clásicos de la literatura
Justo ahora hace 100 años, en 1923, se estrenó en Nueva York la película El jorobado de Notre Dame (The Hunchback of Notre Dame), la primera versión en formato largometraje de la obra homónima de Victor Hugo, dirigida por Wallace Worsley (1878-1944) y protagonizada por Lon Chaney (en el papel de Quasimodo) y Patsy Ruth Miller (en el papel de Esmeralda).
El argumento nos cuenta la historia de Esmeralda, injustamente acusada y condenada al patíbulo por el intento de asesinato de su amado, y Quasimodo, campanero de la Catedral de Notre Dame, un hombre deforme y de gran fuerza, que la va a intentar salvar introduciéndola en la torres del territorio infranqueable, por sagrado, que es el templo en el que habita.
Nos encontramos ante uno de los primeros proyectos auspiciados por el mítico productor Irving Thalberg (justo en los inicios de su carrera, en Universal, cuando trabajaba para Carl Laemmle). Fue un gran éxito de la época y también la película que consagró definitivamente a Lon Chaney como una gran estrella del cine. Lo hace a las órdenes de Wallace Worsley, director de la quizás primera gran película de Chaney, El hombre sin piernas (The Penalty), de 1920, cuya carrera solo trasciende en la actualidad en sus colaboraciones con el actor, y que aquí se pone al frente de una película ambiciosa y de gran presupuesto que va más allá del cine de terror, en el que había desarrollado principalmente sus anteriores trabajos.
La figura del jorobado, por supuesto, resulta muy llamativa y Lon Chaney, especialista en este tipo de papeles, donde la fisicidad es esencial, lo acompaña de un maquillaje impactante, que acrecienta la deformidad del personaje, convertido casi en un monstruo y aumentando así su lucimiento interpretativo.
Dando réplica al jorobado, tenemos a la actriz Patsy Ruth Miller en el gran papel de su carrera. Para mí, quizás la gran sorpresa de la película. Su interpretación fresca y electrizante, es capaz de combinar diferentes registros según va evolucionando la historia.
Todo esto integrado en unos excelsos decorados, sorprendentes por su grandiosidad y grado de detalle y magnificados, además, por una cámara que en muchos momentos se pone al servicio de su contemplación, lo que los convierte en el tercer gran protagonista de la película.
La historia, el ritmo de la película, es correcto, aunque se nota que Worsley no es un grande, un director que haya trascendido y pasado a la historia del cine. Así, está lejos de la pericia narrativa de otros de la época como Cecil B. de Mille o el mismísimo D.W. Griffith. Esto se resiente un tanto en una primera parte algo plana, demasiado descriptiva y con un exceso de rótulos, que lastra unas imágenes que no alcanzan a ser lo suficientemente reveladoras para explicar por sí mismas lo que ocurre. Además, hay algunas historias periféricas que no acaban de cuajar bien en la trama. Sin embargo, la segunda parte de la película, cuando se centra más en la relación entre Esmeralda y Quasimodo, ayudada por la acción y la carga dramática inherente a la historia, elevan el tono del film.
Los principales artífices de esta película no trascendieron del cine mudo. Worsley apenas dirigiría alguna película más, desapareciendo con la llegada del sonoro. Igual Patsy Ruth Miller, que a pesar de trabajar posteriormente con directores como Lubitsch o Sjöström, ya no volvería a tener un papel de relevancia parecida. En cuanto al gran Lon Chaney, que iniciaba aquí su sendero como estrella de cine, que encadenaría con El fantasma de la ópera dos años más tarde y que se asienta gracias a sus colaboraciones con Tod Browning, moriría prematuramente en 1930, con apenas 47 años, lo que le convierte, junto al resto, en una figura neblinosa, casi una pieza de museo de la historia del cine, que es lo que es hoy el cine mudo, algo lejano, espectral y casi olvidado.
Un buen ejemplo del cine de los años 20, en el ámbito de la traslación a la pantalla de un clásico de la literatura. Un medio aún a la búsqueda de un lenguaje sobre el que asentarse y que aquí apuesta por una gran historia de Victor Hugo, envuelta en un lujoso y espectacular decorado capaz de trasladar a los espectadores a París, a Notre Dame y al siglo XV. Y qué es el cine, sino un artefacto para hacernos viajar a tiempos y lugares reales… o imaginarios.