Parece haberse instaurado durante los últimos años una voluntad en el cine mexicano de denunciar aquello que no dejan de ser los vestigios de un sistema desequilibrado expuestos en una distancia de clases reflejada, con más o menos fortuna, especialmente en el cine de Michel Franco. Con su segundo largometraje, El hoyo en la cerca, Joaquin del Paso busca seguir esa estela tras dirigir un film en clave satírica, Maquinaria Panamericana, y lo hace situándonos para ello en un campamento de vacaciones que bien podría asemejarse a cualquier internado con lo que ello conlleva: cierta restricción de las libertades —de hecho, el título del film alude a una cerca que, en efecto, los chicos que conviven en el campamento no deberán traspasar—, el seguimiento de una doctrina específica y, ante todo, la asunción de una serie de normas reveladas —en este caso, con una estrecha relación con la sociedad hetero-patriarcal— con tal de guiar la mirada de sus acólitos.
Lejos de lo que se podría asumir como la repetición de esquemas y elementos que suelen co-habitar este tipo de films, El hoyo en la cerca logra ya desde su plano inicial modular la consecución de un tono que, si bien desvela una suerte de carácter fabulador, incluso un tanto naif, pero de alguna manera veladamente irónico, reconstruyendo mediante la imagen el influjo de un cine pretérito, emboca del mismo modo una raigambre genérica, capaz de inocular en su inquietante y las veces atmosférica condición la naturaleza idónea desde la que transitar el abanico temático propuesto por el cineasta mexicano.
En ese contexto, la exposición de Joaquin del Paso apunta directamente a algunos ámbitos que se evidencian tanto a través de la figura de ese rector extranjero apodado “el polaco” como mediante las interrelaciones entre los distintos adolescentes que conviven en el campamento; precisamente esa correspondencia es la que hace resaltar un clasismo evidente en algunos casos, llegando a generar dinámicas desde las que poder marginar y discriminar a los compañeros que menos encajan en el marco de voraz competencia que nos llevará en más de una ocasión en conatos violentos que derivarán en un incidente a raíz del cual se personará uno de los padres, instante en el que el realizador aprovechará para matizar ese dominio desde una perspectiva distinta: la del grupo de tutores buscando evitar la intromisión de una figura paterna que, además, rememorará lo poco que parecen haber cambiado las cosas en ese tiempo, cuando él formó parte del campamento.
El hoyo en la cerca desarrolla sus ideas con un poso que en lo visual encuentra algunas estampas de lo más estimulantes, y es que pese a colindar con imaginarios ajenos —a uno le viene a la mente el nombre de M. Night Shyamalan, y ya no sólo por las similitudes argumentales—, denota interés en una puesta en escena por momentos de lo más eficiente, que acompañada de esa inmersiva banda sonora contribuyen en la creación de un horror tan irreal como latente. Un carácter que bien se podría desplegar en un tercer acto que toma forma de detonante, pero por contra termina no sólo otorgando una patente inestabilidad al conjunto, cuyo equilibrio había sostenido con creces su autor, sino además explicitando un discurso que deviene el resultado de una estridente falta de sutileza. Y es que si bien es cierto que el estallido propuesto por del Paso remite a unas imágenes más furibundas y directas como las que acaban concretándose en el film, nada justifica lo grosero de unos brochazos que dejan El hoyo en la cerca en un incómodo punto intermedio donde suscitar una reacción se mece entre la incredulidad de lo percibido y la total carencia de una agudeza que, tristemente, sí parecía haber recogido con la suficiente firmeza el mexicano en los primeros compases de su obra.
Larga vida a la nueva carne.