Visionar una película de Andrzej Wajda es asistir a una clase magistral de la Historia de Polonia acontecida en la última mitad del siglo XX impartida en primera persona por un actor que ha vivido los sucesos que relata en sus carnes. Me encanta el cine de Wajda no solo por su carácter comprometido, yendo siempre a contracorriente no dudando en arriesgar la comodidad que suponía ser considerado un alumno aventajado de la escuela de cine polaco, sino sobre todo por su extrema sensibilidad a la hora de contar historias marcadas por un claro pesimismo y su capacidad para conferir a la narración del dinamismo necesario para hacer atractiva su película no sólo a los más eruditos cinéfilos sino también al espectador medio que busca pasar un rato entretenido a la vez que didáctico.
Marcado por sus vivencias como guerrillero antinazi en la Segunda Guerra Mundial y la muerte de su padre en los bosques de Katyn, Wajda ha hecho de la lucha contra la injusticia su patente como contador de historias. Me gustan muchas de sus películas desde sus primerizas Kanal y Cenizas y Diamantes pasando por La Tierra de la gran promesa, El hombre de hierro y El director de orquesta hasta llegar a mi último encuentro con el maestro que no es otro que la denuncia contenida de la crónica del fallecimiento de su padre a manos del ejército soviético en la imprescindible Katyn. Sin embargo he decidido reseñar El hombre de mármol por dos motivos: el primero porque nos encontramos con el Wajda más puro —cine de denuncia realizado con tal ingenio que fue capaz de sortear la tan temida censura gracias al posicionamiento de Wajda como narrador omnisciente que adopta una postura neutral— y el segundo por la magistral puesta en escena ideada por Wajda que utiliza un montaje en paralelo (surtido de imágenes documentales de gran potencia histórica) de dos historias temporalmente distanciadas para criticar el olvido en el que cayeron los ídolos de barro del estajanovismo polaco de los cincuenta, conectando esta denuncia con la lucha por la libertad en el presente de una combativa nueva generación de polacos que trataba sortear las trabas coercitivas de un Estado liberticida.
La película se inicia con un espectacular y largo travelling que recorre los interminables pasillos del edificio de la Escuela de cine polaco donde observamos como la joven aspirante a directora Agnieszka discute acaloradamente con su profesor. Agnieszka desea realizar un documental sobre el estajanovismo polaco, pero el maestro temeroso de filmar sobre un tema tabú la insta a realizar un documental sobre la industria siderúrgica polaca al estilo de los documentales propagandísticos de Dziga Vertov. La combativa Agnieszka, buscando material de filmación para su película, encuentra en los abandonados almacenes del Museo de Arte Moderno la estatua de un antiguo héroe del estajanovismo polaco, un obrero llamado Birkut que llegó a ser un símbolo de la lucha obrera, para caer años después en desgracia desapareciendo sin dejar rastro alguno. Por medio de la recopilación de bobinas cinematográficas de la época (espectaculares imágenes documentales escalofriantemente similares al NO-DO español) y de los testimonios de los compañeros y familiares de Birkut, Agnieszka llevará a cabo una ardua investigación para averiguar cual fue el paradero del obrero que nadie parece querer hacer aflorar.
Una de las principales virtudes de la película es su ritmo virtuoso capaz de mezclar presente y pasado utilizando la técnica del flashback al estilo Ciudadano Kane, de modo que la trama fluye con agilidad sin presentar grietas en las que pueda descansar el aburrimiento, por lo que las más de dos horas y media que dura el metraje se pasan en un abrir y cerrar de ojos. Por otra parte hay que destacar la espectacular e histriónica actuación de la gran actriz polaca Krystyna Janda, que asoma en pantalla guapísima y poderosamente atractiva atavidada en un varonil mono vaquero desprendiendo toda la rabia y pasión de la juventud.
Wajda emplea astutamente el hecho de relatar una historia de cine dentro del cine para enmascarar la memoria real de Birkut, personaje que llegó a ser un héroe del estajanovismo de los años cincuenta tras protagonizar una película propagandística sobre la construcción de una utópica ciudad obrera, y cuyo carácter no complaciente con los desvaríos burocráticos de los poderes fácticos le convirtieron en enemigo del sistema. Esta sutil estratagema narrativa es apoyada por los cuatro flashback que Wajda incrusta en la trama para describir la biografía del desaparecido, por lo que la ficción del presente se yuxtapone con la realidad del relato pasado otorgando una extraña mezcla de sensaciones en el espectador que no sabe si está asistiendo a una ficción o a una historia basada en hechos reales (grandísimo acierto de Wajda con objeto de relajar el tono crítico de la película sin el cual no hubiera podido sortear los obstáculos censores).
El fresco realista se completa con las poderosas imágenes de los tenebrosos edificios burocráticos construidos en horizontal con ladrillo blanco —que Krzysztof Kieslowki se encargó también de reflejar en pantalla en sus míticas No amarás y No matarás— y de las fábricas siderúrgicas a media construcción del proyecto de ciudad fantasma inacabada. Igualmente intensa es la escena en la que la fotografía del ídolo Birkut es sustituida cual estatua de mármol por la imagen de alguien que suponemos ha adoptado una actitud menos contestataria con la clase dirigente.
Ciertamente nos encontramos con una película espectacular, reflejo de su época puesto de manifiesto por un vestuario repleto de pantalones campana, furgonetas hippies e incluso una banda sonora psicodélica que evoca a la música de Ennio Morricone. Un aspecto muy destacable es la cantidad de información que proporciona al espectador sin que exista un posicionamiento aleccionador, ayudado en la actitud de Wajda que se limita a describir los hechos con el necesario distanciamiento para no tomar partido, dejando que sea el espectador el que saque sus propias conclusiones. Esta dicotomía compuesta por intimismo y representación descriptiva de los acontecimientos es lo que me atrae especialmente del cine de Wajda, que es capaz de hacer un cine comprometido políticamente sin impartir lecciones partidistas, algo difícil de localizar en el panorama cinematográfico, lo que convierte al director polaco en un extraterrestre en este sentido.
Por todo lo mencionado El hombre de mármol es una cinta imprescindible, de enorme belleza visual, transgresora y nada complaciente. Su testimonio es fácilmente trasladable a cualquier país dominado por la corrupción política lo que la convierte en un decálogo fílmico en el que Wajda se postula a favor de la libertad representada por aquellos jóvenes que intentan encontrar grietas de libertad en los cimientos de la enquilosada clase dirigente que trata de preservar el status quo de las cosas. Y lo que es todavía más grande, todo ello contado de una forma sumamente entretenida.
Todo modo de amor al cine.
¡ Saludos desde Radiopolis.org-Sevilla–El Tiempo Vuela: Rubén ! Estupendo artículo, muy ameno-sensible-documentado, sobre La Memoria Histórica en la Polonia Comunista, otro enorme película del militante pacifista, Wajda, en favor de los Derechos Fundamentales de las Personas y contra los Totalitarismos, en este caso provenientes de la URSS, mucha y noble Humanidad, constantes en su Cine. Libertades en acción, en un Cine de Compromiso Político, Social, valiente en sus palabras e impactantes imágenes de una poco corriente belleza estética. Estoy preparando un artículo sobre la Polonia hoy y en el Katyn, jóvenes y simpáticos polacos, nos han visitado, y hemos conversado muy a gusto.
¡ Mis felicitaciones por el muy notable artículo,seguimos en muy buena conversación y puntos de encuentro y un muy grato, comienzo del año 2016, con tus personas queridas ! Antonio Ayala
Muchas gracias Antonio. Efectivamente Wajda, como muy bien comentas, es uno de los últimos humanistas que sigue derrochando su esencia. Gracias por el comentario. Muy interesante ha debido estar la charla sobre un país que me apasiona como es Polonia. Buscaré el post de su radio en la web para escucharlo.
Un saludo y feliz comienzo del año igualmente,
¡Gloria eterna a Radiopolis! Felicidades Ruben por la crítica, pero tardas ya en ponerte Teddy Bear, una de las mejores películas polacas sobre la sin razón de la dictadura comunista del país, con un humor negrísimo y muy irónica, superando en muchos casos a los guiones de nuestro serbio favorito, Dusan Kovacevic. En serio, has de verla a la de YA.
Gracias Pablo. La tengo pendiente. He oído muy buenos comentarios de Teddy Bear. Las sátira es un género que el cine polaco ha dado excelentes resultados como por ejemplo Rejs. La veré en breve. Tendré que pasarme por Radiopolis en mi pronta visita a Sevilla que puede se produzca este mismo mes.
Un abrazo.
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