Pietro Germi perteneció a esa generación de directores italianos forjados en las trincheras del cine italiano de post-guerra (no siempre neorrealista, si bien ejercieron cátedra en dicha corriente) tales como Luigi Comencini, Alberto Lattuada o Renato Castellani que sufrieron la tiranía de compartir generación con nombres que eclipsarían hasta a la más luminosa de las constelaciones, estos son Roberto Rossellini, Federico Fellini, Luchino Visconti y Vittorio de Sica, lo cual ha postrado a un doloroso segundo plano a estos autores poseedores de un talento descomunal. El caso de Germi es particularmente cruel. Cineasta total cultivó las facetas de guionista, director y actor con excelentes resultados. Artista ecléctico, abordó numerosos géneros y suyas son algunas de las obras más estimulantes y geniales del cine italiano de los cincuenta: desde un primerizo western como Il brigante di Tacca del Lupo, pasando por intensos dramas neorrealistas como El camino de la esperanza (maravillosa película con un estilo diferente en el que predomina como su propio nombre indica la esperanza sobre el fatalismo) o El hombre de paja, como también la comedia más grotesca en Divorcio a la italiana o el noir neorrealista de Un maldito embrollo.
Con El ferroviario Germi dio el do de pecho como artista del renacimiento encargándose de dirigirla, protagonizarla y co escribir el guión, esculpiendo una obra maestra sin parangón de una intensidad dolorosa y profundamente emocionante cargada de dureza y melancolía, a la vez que tierna y sensible, muy emparentada sin duda con El ladrón de bicicletas por el hecho de estar narrada desde los recuerdos del bambino de la familia protagonista de la trama (Sandro) describiendo, entre otras, la relación heterodoxa y disfuncional que se establece entre el inocente infante y su rudo padre, lo que convierte a El ferroviario en una cinta que seguramente disfrutarán los amantes del cine de puro sufrimiento. A pesar del desconsuelo que emana de la cinta, Germi inserta gotas de delicadeza con las que logra un interesante equilibrio de ambas partes de la balanza dibujando un collage de entrañable piedad.
El cine italiano de los cincuenta siempre ha ejercido sobre mí una escalofriante fascinación ya que en él noto el reflejo, como el de un espejo hiperrealista, de lugares comunes presentes en la sociedad española de la época. El ferroviario para mi es una película que perfectamente se podría ubicar en cualquier ciudad o pueblo de la España de los cincuenta. Los gestos de los actores, sus charlas en las tascas donde el vino corre al ritmo de las alegres tarantelas, y el modo de exponer los conflictos generacionales y familiares provocados por la emigración de la masa de desheredados del campo hacia las grandes ciudades industriales son rotundamente similares a las charlas que nuestros abuelos nos relataban a modo de expiación de su nostalgia. Como buena cinta neorrealista la trama parte de un hecho aparentemente sencillo, es decir, la delineación del discurrir de la vida de una familia aparentemente normal para lanzar una profunda reflexión sobre la condición humana, en este caso la pérdida de valores tradicionales que la sucesión de desgracias acarrean en el seno familiar.
El planteamiento narrativo que elige Germi para contar la historia es demoledor. Cabe afirmar que El ferroviario es un deprimente cuento de Navidad que describe los agudos avatares que soporta una típica familia de clase media compuesta por el matrimonio constituido por Andrea y Sandra Marcocci y sus tres hijos —la mayor Julia , el adolescente Marcello y el pequeño Sandro el cual parece haber venido al mundo tras un descuido pasional de los cónyuges— a lo largo del espacio temporal del año que separa la celebración de dos Navidades. Durante esta secuencia de tiempo, asistiremos a la demolición de la estabilidad emocional de los Marcocci motivada por una serie de acontecimientos: el embarazo y por tanto matrimonio por obligación de Julia con el chico de la tienda de la esquina que culminará con el aborto del neonato, los problemas con el juego del indolente Marcello, las dificultades de aprendizaje unidos al despertar a la vida del travieso Sandro y la vida resignada de la sufrida madre Sandra. Si bien el responsable directo de los padecimientos que digieren los Marcocci no es otro que el inestable y violento cabeza de familia, el primario Andrea, un vehemente conductor de ferrocarril adicto a la bebida depositario de una personalidad autodestructiva e inconformista que arrastrará a la tragedia a los componentes de su estirpe.
Podemos dividir la obra en tres actos claramente delimitados trazados por el estado de ánimo que ostenta Andrea a lo largo del film que sirven para describir la trayectoria descendente desde una serena felicidad hacia el más oscuro de los infiernos. De este modo la película comienza con una maravillosa escena en la que el pequeño Sandro acude animosamente a encontrarse con su padre en la estación de ferrocarriles tras una jornada de trabajo. En un principio Andrea es descrito como un veterano funcionario del ferrocarril estimado y apreciado por sus compañeros que muestra un carácter alegre y cercano con su familia (aunque algo borrachín y amante de la juerga). Únicamente se muestra arisco con su hija Julia a la cual no perdona el hecho de haberse quedado preñada por lo que no duda en maltratarla psicológicamente desterrándola del cariño familiar. Sin embargo el punto de inflexión de esta aparente tranquilidad se produce con el acaecimiento de un desafortunado accidente ferroviario provocado por un suicida que es arrollado por el tren manejado por Andrea. Este suceso provoca un inmenso shock a Andrea el cual falto de la concentración necesaria para conducir un tren se despistará y no obedecerá una señal de stop sita en las vías, hecho éste que a punto está de originar un grave choque con el tren que circula en sentido contrario. Este error humano acarreará la suspensión de Andrea el cual caerá en degracia laboral siendo degradado a un puesto de menor responsabilidad y por tanto de menores ingresos económicos.
El acaecimiento el incidente da entrada al segundo acto de la obra. Andrea se considerará una víctima del sistema de trabajo draconiano impuesto por la empresa y descontento con el trato recibido por parte de sus compañeros (los cuales tratarán a Andrea como un apestado) se auto impondrá un peligroso aislamiento que va minando paulatinamente su inestable carácter. Andrea muta en un hombre irascible y agresivo que no dudará en imponer su violencia en el ámbito doméstico (particularmente impactante es la escena de la paliza que inflinge a Julia tras el descubrimiento de la aventura que su vástaga está manteniendo con un joven desconocido). Igualmente Andrea también traicionará a sus compañeros de trabajo al no respetar la huelga anunciada por los sindicatos ferroviarios en aras de mejorar las condiciones laborales de los trabajadores, tornándose de este modo en un esquirol a ojos de sus amigos.
El último acto tiene lugar con el abandono del hogar familiar de un Andrea moralmente destruido. El dolor psicológico padecido por los dispares lances experimentados transformará el dolor psíquico en enfermedad física. La cercanía de la muerte transforma a Andrea que retornará al hogar familiar y se reconciliará en un último acto de regeneración con sus antiguos compañeros, facilitado este hecho gracias a la celebración cristiana del perdón de los pecados que es la Navidad. Sin embargo la dicha nunca es completa en casa del pobre, y el aparente retorno a la felicidad chocará de frente con un triste acontecimiento que culminará la epopeya familiar con una poética y emotiva escena.
Sin duda El ferroviario es una de las películas más sugestivas de la historia del cine italiano y en mi opinión uno de los mejores trabajos del neorrealismo tardío ubicándose a la altura de films como La Strada o Las noches de Cabiria. Germi traza con un preciso compás la hecatombe de los cimientos familiares de una pujante clase media italiana, un reino integrado por familias de emigrantes rurales incapaces de alcanzar el sueño de prosperidad con el cual arribaron a las ciudades, de modo que la ilusión de triunfo no es más que un espejismo en el que solo hay cabida para el fracaso, cortocircuitando de este modo la débil moral de los ilusos soñadores. Por tanto el desamor, la infelicidad, y la pobreza latente son hábitats que se apoderan de la trama, impregnando la atmósfera urbana de una decadente angustia existencial. Esa quimera tan buscada, es decir la esperanza, únicamente florece a través de la mirada y los recuerdos del piccolo Sandro, foco del anhelo de un futuro más justo en la Italia industrializada.
Dotada de una cotidianidad cercana al documental, Germi opta por componer una fábula pesimista y a la vez redentora, apoyado en unas magníficas escenas de interior, las cuales dominan a los espacios naturales. No obstante la cinta ostenta una de las más bellas secuencias rodadas en exterior del cine italiano de los cincuenta, que no es otra que el reencuentro entre la bella Julia y su pequeño hermano Sandro rubricada con una vitalista carrera de ambos por las soleadas calles de una luminosa Roma. Igualmente son magistrales las escenas en las que Sandro y sus compañeros juegan al fútbol en plena calle sirviendo unas minúsculas piedras como improvisadas porterias, secuencia de un cercano costumbrismo para las generaciones que no crecieron al amparo de internet y los teléfonos móviles. Aunque son las escenas de violencia doméstica las que se marcan en la memoria del espectador, gracias sobre todo al naturalismo de las interpretaciones de todos los actores que aparecen en pantalla. El gran Pietro Germi brinda una interpretación memorable en la cual desfigura su rostro desde la compasión a la brutalidad con el simple recurso de su triste mirada, al igual que el pequeño Edoardo Nevola cuya mirada fisgona y ausente de desencanto colma de piedad la cinta.
Película prácticamente desconocida entre los amantes no solo del cine italiano sino también entre los seguidores del cine clásico en general, pocas obras han descrito con tanta clarividencia la destrucción moral que la insatisfacción y la carencia de oportunidades hace emanar de las profundidades de la mente humana. Una joya que enamorará a primera vista a aquellos que la contemplen por primera vez con la mirada curiosa de un niño.
Todo modo de amor al cine.