Una isla perdida en la costa de Nueva Inglaterra es el escenario en el que un veterano farero Thomas (Willem Dafoe) se encuentra con el recién llegado Ephraim (Robert Pattinson) como segundo a su cargo en las responsabilidades del mantenimiento de su actividad. Varados en medio de un horizonte oceánico sin fin, la relación entre ambos se estrecha y deteriora a partes iguales mientras pasan los días y la fatigosa rutina. Una rutina que sobre todo penaliza al nuevo, un joven que lleva la esperanza por un trabajo que le promete progresar y establecerse. Pero la desconfianza por el extraño comportamiento del farero al mando, el aislamiento y la imposibilidad de contacto con el mundo exterior llevan su situación al límite. The Lighthouse fija desde el comienzo una ambigüedad soterrada entre los conflictos que surgen de lo cotidiano mientras construye una atmósfera angustiosa hasta el extremo. Un minúsculo universo entonces se transforma por la mirada de Ephraim, expandiéndose como las tormentas y el agua que los rodean hasta el infinito a través de la proyección de su estado psicológico en su entorno que le lleva a la más absoluta paranoia. ¿Es real todo lo que ve o lo está imaginando?
Estar tan cerca de la luz pero ser incapaz de tocarla obsesiona al protagonista. Los turnos cuidando la lámpara del faro le son vetados y su perspectiva respecto a las razones para que así sea suponen su perdición. ¿Quién es Thomas? ¿Qué hace allí arriba todas las noches? ¿Por qué no le da la posibilidad de aprender las tareas realmente importantes de su cargo? Robert Eggers elige un blanco y negro en su fotografía y una relación de aspecto 1.19:1 que le da a su relato la textura de la imagen de un cuento de terror, de una fábula sobre las consecuencias de llevarse dejar por el deseo y consumirse por el mismo que potencian la sistemática representación de la expresividad de los rostros, los planos en perspectivas forzadas y los grandes angulares. Las referencias al sexo y su claro estado de excitación son claves en momentos recurrentes describiendo una compulsiva liberación de ansiedad que se estimula por el más mínimo elemento a su alrededor: una figurita de formas femeninas, un aparición de una sirena, una pesadillesca visión de otro mundo que podría explicar el voluble estado de ánimo y las decisiones caprichosas de su jefe.
El desarrollo del punto de vista y el tratamiento psicológico —así como una mitología que se establece de manera concreta a través de la sugestión (conversaciones, sueños, …) y mismo miedo—, permiten ver toda una deriva hacia la locura. El deseo por acercarse y experimentar lo que sólo puede fantasear que siente su superior al crear un vínculo con la luz que le esclaviza es demasiado intenso como para no hacer cualquier cosa por lograr satisfacerlo. Este delirio y la imaginería que usa el director para expresarlo estéticamente evocan sin pudor el estilo y la concepción del terror de H. P. Lovecraft, muy preocupado por trasladar al espectador el estado mental del personaje de Pattinson, la proyección que se produce en su antagonista y las resonancias que esto pudiera tener en la verdadera naturaleza de todo lo que se observa que ocurre en la isla, siempre desde la duda y el cuestionamiento del tejido de su realidad. Pero además el film deja claro en su discurso que cualquier manifestación del deseo es destrucción, no sólo del objeto de ese anhelo sino también para uno mismo. Eggers referencia el mito de Prometeo también y el castigo que en la tradición judeocristiana se lleva todo aquel que pretenda tener acceso al conocimiento más allá de lo establecido por el orden divino. The Lighthouse aprovecha estos códigos narrativos universales para apelar a sensibilidades que van más allá de lo cinematográfico, construyendo su propia y única cosmología en el proceso.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.