La extraña cualidad que posee un género como el thriller le otorga esa capacidad intrínseca para abordar desde terrenos tan desiguales como cercanos un motivo dramático cuyas aristas cobran una reverberación de lo más particular en el segundo largometraje de Thomas M. Wright tras las cámaras, esta El extraño protagonizada por Joel Edgerton y Sean Harris. El ya tan habitual «Basado en hechos reales», toma una concepción muy distinta siendo así, más que una acotación en torno al carácter del producto, la matización de una crónica bajo la que se filtran visos de una realidad nunca enmascarada por el germen criminal de la misma.
El extraño se conforma así como un thriller áspero y seco en cuyo interior reverberan capas de una humanidad que se cierne con negrura sobre el relato. Todo a través, en especial, de la tenebrosidad de una puesta en escena que embebe a determinados espacios de una irrealidad muy en consonancia con los ecos interiores de un personaje que laten a raíz de una voz en off desde la que describir un estado, otorgando forma a unas reflexiones que fluyen como algo más que los mecanismos anexos a la propia narración del film.
De estilo sobrio, las imágenes y diálogos que Thomas M. Wright compone, sirven asimismo como ente propagador de una información que articula el film, deslizando de alguna manera una cierta ambigüedad que, si bien se rompe parcialmente en su conclusión —remitiéndonos al personaje al que da vida Edgerton—, modula tanto un tono escurridizo como unas intenciones en más de una ocasión ajenas al que se supone debería ser epicentro del relato —que no es otro que la investigación acometida en torno a Henry Teague, encarnado por Harris—. Un hecho constatable en una serie de secuencias que son tan capaces de actuar a modo de lente deformativa sobre la figura del presunto asesino, como de trazar una extraña pulsión afectiva cuyos propósitos se antojan tan sorprendentes como difusos a sabiendas del contexto en el que se mueve en todo momento El extraño.
Es, de hecho, el rechazo frontal a cualquier tipo de violencia por parte de Teague, así como la presencia de un pasado que parece perseguirle sin descanso, y no por el (presunto) crimen que le pondrá frente a Mark, el policía infiltrado interpretado por Edgerton, aquello que arroja más certezas sobre la figura de un individuo cuyo retrato psicológico se delinea más sobre las suspicacias que genera; en ese marco, Sean Harris sobresale de nuevo como un intérprete que halla en lo inquietante de sus facciones un reflejo a cualquier abismo (no tan) comprensible, esgrimiendo cualquier gesto, por pequeño o evidente que sea, como una suerte de arma de doble filo donde el desconcierto se puede cernir con facilidad incluso en el ámbito más común.
Con estos mimbres, Wright construye un thriller que desliza una suerte de atmósfera paranoide sobre cada fotograma, cimentando así un ‹crescendo› en el que dibujar las múltiples aristas y matices de un ejercicio que no se queda en la mera exposición de los hechos, en la superfluidad de un relato suficientemente descarnado por sí solo; más bien al contrario, El extraño es capaz de amplificar los rasgos de ese relato condensando una condición por momentos impropia del género, desde la que el cineasta australiano tensa y destensa según lo requiera un arco narrativo (e incluso dramático) que en ningún momento pende de la cadencia de esa crónica: la entidad y determinación con que Wright maneja los tiempos y hasta se permite dilatar determinadas secuencias hacen de El extraño una de esas piezas que elevan el género sin necesidad de ahondar en aspectos más gráficos que bien podrían desmantelar el film con facilidad.
Larga vida a la nueva carne.