Realizada en el marco de la German Film and Television Academy Berlin y apadrinada por el conocido cineasta húngaro Béla Tarr, The Strange Little Cat es el debut del bávaro Ramon Zürcher que junto con su hermano Silvan Zürcher (a la producción) enarbola esta extraña danza del absurdo en un marco que en realidad no parece el idóneo para tal precepto: la casa de una familia que acogerá bajo su techo a diversas generaciones en lo que parece ser una inocente reunión doméstica.
Ese marco, generalmente asociado o bien a la comedia romántica más bienintencionada (como podría ser La joya de la familia), o al drama familiar más oscuro (con el que nos han deleitado desde Dinamarca con títulos del tamaño de Celebración o la más reciente Melancolía) se caracteriza en el trabajo de Zücher por lo que podríamos definir como una deliberada indefinición genérica en la que es difícil adivinar las intenciones del cineasta, pero donde el amplio abanico de personajes de los que se nutre la obra es capaz de dibujar situaciones que nos llevan desde la comicidad más distendida hasta una tensión extrañamente latente en el núcleo de esa vivienda.
Los estridentes gritos de una niña cada vez que oye el sonido de un electrodoméstico, los viajes esporádicos de un gato que a la más mínima ocasión emigra a latitudes más elevadas, el comportamiento de una madre que parece a punto de estallar en cualquier momento… forman un peculiar microcosmos en el que Zürcher se mueve con una destreza inusitada llevándonos de un espacio a otro (aunque generalmente nos encontremos en esa superpoblada cocina) a través de un puñado de planos estáticos capaces de condensar la acción sin ceder ni un sólo milímetro de terreno como herramienta principal y básica.
Cuatro paredes sirven para concentrar el movimiento (únicamente encontramos algún que otro plano en el exterior de esa casa) y ello no parece molestar al cineasta alemán, sino más bien servir como escenario para desplegar las virtudes de un cine que encuentra en la perfecta planificación de cada secuencia uno de sus mayores aliados, y se siente preparado para hacer confluir las distintas acciones que se desarrollan en cada estampa sin necesidad de moverse del rectángulo dibujado por el prisma de la cámara, transformando cada pequeño retal en una suerte de cuadro en movimiento.
El hecho de encontrarnos ante el trabajo de un estudiante no precipita precisamente la propuesta a unos códigos genéricos de fácil identificación ni desplaza por un solo momento la identidad de una propuesta que más bien parece surgida de las entrañas de un autor con una personalidad ni siquiera perdida en un proceso creativo donde las consignas del autor de Sátántangó tuvieron cierto peso, pero no fueron un escollo para que Zürcher encontrase esa identidad que transforma a The Strange Little Cat en una de esas piezas tan mínimas como imprescindibles, en especial por configurar un cine en el cuya naturaleza se superpone a cualquier factor que pudiese definir sus ejes.
No es de extrañar, pues, que The Strange Little Cat haya tenido un recorrido que la ha llevado a ser una de las grandes sorpresas del pasado curso, y es que esta libérrima —dentro de los límites de una cinta acotada por su propio presupuesto—, singular e insólita obra es la muestra perfecta de que una idea llevada hasta las últimas consecuencias también puede resultar válida jugando las cartas que se tienen con tenacidad, y tanto esa ambigüedad que destila como el atípico modo de conformar una cinta que no se sabe nunca exactamente qué es —pero posee uniformidad y la enorme capacidad de sugerir tanto con tan poco—, son precisamente muestras de una inteligente y atrevida puesta en escena que cautiva con una extrañeza y frescura dignas de elogio.
Larga vida a la nueva carne.