La vida es una función sobre cualquier escenario, tal vez esa es la idea que permanece después de ver a Petr Capek en acción. El protagonista es un director teatral cerca de los cuarenta que regresa a las tablas después de pasar tres años en inactividad. Tiene la intención de llevar a escena la obra de teatro clásico Fedra en la versión escrita por Miguel de Unamuno. Los obstáculos que se le presentan son el abandono de su actriz protagonista. Sumado a la burocracia del ayuntamiento que le recorta un presupuesto ya escaso y lo vigila en sus ensayos férreamente. Además de una relación complicada con su esposa, debido a los motivos laborales de ambos, junto a la dejadez en las responsabilidades familiares, las referentes a su abandono del trabajo doméstico, tanto como a su falta de implicación siendo padre de un bebé. Aunque lo más difícil será llegar a un estreno que se aproxima de forma inexorable. La vida también es un ensayo.
El quinto largometraje del director, guionista y montador chileno es el resultado de la financiación recibida como proyecto por el Festival cinematográfico de Jeonju en Corea del Sur. Por esta razón la coproducción depende de aquel país, unido a la República Checa, Francia y, por supuesto, Chile. De igual manera son interesantes las condiciones de rodaje y posproducción de la película, efectuadas a contrarreloj durante dos semanas de grabación en jornadas nocturnas, ya que los actores del film estaban pluriempleados en series de la televisión checa durante el día. Los motivos para terminar la copia con una fecha precisa para el estreno se deben a la condición de presentar el montaje final en Jeonju para poder recibir la financiación principal. Es decir, casi menos tiempo del empleado en redactar esta reseña.
Alejandro Fernández Almendras entrega su primera producción rodada en el extranjero con un ejercicio curioso de aproximación a la textura estética del cine checo o de países afines, ya pretérito. No se trata únicamente de la elección de una fotografía en blanco y negro como referente inmediato del cine europeo de los años cincuenta o sesenta, un trabajo de plasmación en imágenes contrastadas en la pantalla, fruto de la colaboración de Inti Briones como director de fotografía, bien captada en interiores como pueden ser el apartamento de la pareja protagonista, el hotel en el que se aloja la primera actriz o las diferentes partes de la sala de teatro. Una fotografía matizada en la oposición y alejamiento de Petr y Katerina, un matrimonio en crisis. Planos llenos de sensualidad e iluminación escultural de los cuerpos desnudos en el encuentro erótico de Petr y Karolina, la intérprete de la obra. Una planificación que limita el formato de 35 mm expuesto en su mínima expresión, prácticamente de 4:3, que usa en plenitud la escala de primeros planos para expresar el distanciamiento conyugal o la cercanía de los amantes. Utilizando las zonas de luz que separan el escenario de las menos iluminadas en el patio de butacas. Esta capacidad cercana al expresionismo de los lugares delimitados por la sala de teatro no tiene su correlación en la captación de los exteriores de Kladno, la pequeña ciudad en la que sucede toda la acción, más descuidada por el uso del teleobjetivo y cierta prisa en la planificación de los encuadres callejeros.
Hra es la palabra que denomina el juego en el idioma checo, un título que se traslada como The play en su estreno mundial —El estreno en algún país—, que también podría ser traducido como La función gracias al juego de teatro dentro del cine, pero no forzado, que maneja el cineasta. La película es fácil etiquetarla como drama romántico o melodrama suave desde un punto de vista más occidental, mientras que por el tratamiento eslavo de la historia y su reflejo en la pantalla, visto desde un punto de vista epidérmico de la sociedad checa, podría calificarse como una comedia. No solo por la situación personal del trío protagonista con un hombre machista, celoso, inmaduro, todo lo más difícil de hallar como personaje propenso a la empatía con el espectador o reflejo de lo que queremos ser. Una caracterización a la que se enfrenta bien Jirí Mádl con sus compañeras de reparto. Se añaden los avatares o dificultades que sufre un personaje, que camina derecho a su redención sintetizada en ese plano familiar que cierra el film. Virtudes que ayudan al interés de un largometraje sencillo en su planteamiento y resolución, entretenido en su desarrollo, terminado con la convicción de tener buenos personajes y solvencia narrativa para una producción correcta, evocadora del arte dramático.