Con una calidez maternal engañosa la cinta abre en un jugueteo prolongado entre una señora y un bebe; la verdadera madre aguarda con angustia el dictamen del destino, destino que de nuevo se anticipa con un retén de la policía, pues ya en los primeros compases del film se resume a grandes rasgos el drama a proseguir. De manera precisa se señalan los vicios de los personajes principales, su altivez impostada y el cinismo detrás de sus acciones, esto sin implicar que sean necesariamente malas personas, pero sí aquellas que para sostener su poder recurren a artimañas varias que la mayoría reprocharía aún sin considerarlas de gravedad.
A grandes rasgos, la trama describe la convivencia entre dos clases económicas dispares, las mismas que señala el título, y en cierta manera busca desmitificar el estereotipo de empleador generoso, de cómo con frecuencia detrás del trato noble de aquel que tiene poder solo subyace el interés de mantener al empleado dócil. En este sentido, el tratamiento de la cinta es riguroso en cuanto a no sobredimensionar las expresiones de ninguno de los personajes, camino fácil e impreciso a la hora de desarrollar estos temas; por el contrario hay una intención justificada en los ritmos de diálogo entre ambos extremos: la calma del empleado es sumisión, mientras que la del patrón es paradójicamente dominio, ese dominio apacible al que es difícil responder con violencia sin quedar como un salvaje. Y es que detrás de la aparente tranquilidad que generan los paisajes de una Argentina fronteriza y rural en la que el verde y el azul del horizonte cohabitan en un retrato majestuoso de su geografía, hay tensiones que emergen incapaces de ser reprimidas, tensiones que si bien dependen de un detonante mayor en el transcurso de la película, ya están plantadas en la condescendencia insultante que tiene que tolerar el empleado.
El ritmo dilatado de la cinta es difícil de asociar con el de un cine contemplativo, pues si bien hay una distancia notoria entre los planos, los mismos no tienen el espacio suficiente para denotar una intención demasiado meditativa; estos ritmos son más bien los de los personajes y los del mundo del campo, un escenario que aún se resiste a adquirir los vicios de las grandes urbes. Los personajes, al igual que el título, son arquetipos, lo cual no quiere decir que no estén bien retratados sino que en su origen lo que se busca no es la originalidad, más bien la personalidad clásica que puede asociarse a dichos mundos y que es aún válida a la hora de comprender tales conflictos.
El enfoque en la fotografía y el diseño sonoro son naturalistas sin que esto evite que se resalten los diversos parajes por donde transcurre la trama. Lo mismo le da a los personajes una apariencia más cruda y propia de una vida de trabajo físico, de desgaste, de sudor constante, donde la belleza se difumina en razón a las necesidades laborales.
Y con estas cualidades avanza una trama que sin ser radical en ningún momento es capaz de sugestionar lo suficiente para que el drama de los personajes sea verosímil y suscite una que otra necesaria reflexión. Quizás lo que se hace pesado es la falta de novedad en algunos momentos donde las situaciones pecan de predecibles, pero este es un vicio que mortificará más a los exquisitos que a quienes simplemente quieran acercarse una representación de las luchas de clases desde una postura común. Así, la película cumple su cometido sin ser en exceso sobresaliente, dejándonos con un final que en principio parece ambiguo pero que por todo lo que ha rodeado al drama se puede entender como una ruptura entre los falsos lazos.