Tras una vida dedicada a Hollywood casi por completo (desde su debut en el 94 con Guerreros de antaño no había salido de los USA o aldeaños para rodar, excepto cuando se puso tras las cámaras para hacer su aportación a la saga 007 con Muere otro día), Lee Tamahori vuelve con un trabajo que, pese a contar con más de un año de existencia, llega ahora a las pantallas españolas (es lo que tiene no estar bajo el yugo de Hollywood, pues la ha rodado sin producción estadounidense en Bélgica).
Se trata de El doble del diablo, film en que se acoge a la figura de Uday Hussein (hijo de Sadam) y un percance que este tuvo en 1996 para justificar un «Basado en hechos reales» que, obviamente y como suele ser habitual, no parece tener demasiado de certero. Y aunque Tamahori se basa en las memorias del doble de Uday, Latif Yahia, que es sobre quien trata el film en cuestión, lo cierto es que como siempre hay pequeños detalles que desmontan esa realidad, aunque sea lo de menos teniendo en cuenta que su director siempre ha tenido cierta predilección por el cine de acción (hecho que, aquí, sorprendentemente, evita con buen pulso).
El film empieza con un coche dirigiéndose hacía la residencia de Uday Hussein donde, efectivamente, viaja el que será su doble, Latif Yahia. Es curioso y muy interesante que desde un buen principio el cineasta neozelandés decida evitar detalles con respecto a la vida personal (aunque más adelante vaya a romper esa dinámica con un par de aportaciones, de primeras sólo hallamos un pequeño comentario en el primer encuentro entre ambos personajes) que llevaba Yahia en ese momento, quizá para desproveer su trabajo de un halo ciertamente dramático que pudiese capitalizar lo que viene siendo un thriller en toda regla. Tras esos primeros minutos acompañados de imágenes de archivo, Uday realiza una petición que, como se presumía, Latif no podrá rechazar.
En El doble del diablo Hussein es retratado como un personaje excéntrico y caprichoso, que toma lo que quiere cuando quiere, y a quien nadie le niega nada a no ser que se quiera atener a las consecuencias de otorgar un no como respuesta al hijo de Sadam. Cuando el propio Latif responde a la petición de Uday con un «Me pides que me extinga a mi mismo» ya podemos comprender la naturaleza voluble del hijo del ex-presidente iraquí, además del proceso de despersonalización al que se someterá su doble de aceptar.
La palabra psicópata no desentona, pues, dirigida a este anárquico personaje con el que Latif tendrá un desencuentro de buenas a primeras: no comparte ni su modo de vida ni su forma de actuar cada vez que se le antoja cualquier cosa, fomentando así un enfrentamiento psicológico que Tamahori no termina de aprovechar como debería, pero que en ocasiones da el contrapunto adecuado a un film que posee menos acción de la que cualquiera podría imaginar en un principio, más si tenemos en cuenta ante el director que nos hallamos, quien venía de dirigir cintas como Next o xXx2.
Obviamente, y ante un panorama así, las cosas no tardarán en salirse de madre en un último tramo donde el neozelandés sí recurre a algún tic más habitual de su cine en una cinta que por momentos peca de abusar en exceso del cliché Hollywoodiense: es lógico tras tanto tiempo inmerso en la industria, pero quizá empaña el resultado final, ya que ni el extremo lujo ni la extravagancia del personaje son capaces de justificar alguna que otra escena.
La labor de Dominic Cooper al frente de un doble papel como el que se le presenta resulta notable, sabiendo interpretar a la perfección las dos caras de la moneda: tanto los excesos (con la consiguiente sobreactuación por momentos) de Uday Hussein, como la mesura y el porte del que parece hacer gala Latif Yahia, consiguiendo así una de las mejores interpretaciones de una carrera que quién sabe si podría despegar gracias a El doble del diablo. Acompaña una Ludivine Sagnier no demasiado entonada y el esperado cierre (intertítulos mediante) que concluye un relato de lo más particular que tampoco está destinado a ofrecer clases de historia (no deja de ser una peli de Tamahori), pero si un grato entretenimiento que convencerá a quien espere lo que verdaderamente la película ofrece. A Tamahori parece haberle convencido la experiencia, pues continúa en Bélgica con la pre-producción a cuestas de su próxima obra, Emperor, firmada incluso por el mismo guionista de la cinta que nos ocupa. ¿Será un resurgir para su carrera?
Larga vida a la nueva carne.