«Entonces, ¿qué me dices de los combates de boxeo? Metemos a dos hombres en el cuadrilátero con la esperanza de que se maten a golpes. Si no lo hacen, ya pueden prepararse.»1 Preparémonos. Bukowski, en uno de sus sabios y brillantes arrebatos dirigidos hacia la estupidez humana (contra la suya también, y no lo oculta, por supuesto), alude a la figura anhelante de violencia. Una réplica de un original que se remonta a Dios sabe cuándo (quizá al propio Dios que observa su creación) y que consiste en la deliciosa satisfacción que supone la contemplación del sufrimiento de un tercero siempre y cuando no lo ejecutes tú de manera directa. Una especie de sadismo encubierto que ha permitido la construcción de grandes negocios desde mucho tiempo atrás. El primer sentimiento de dolor de Adán y Eva en sus primeras cazas tras la expulsión del Paraíso; sacrificios expiatorios de los pueblos; luchas de gladiadores; ejecuciones públicas; La balsa de la medusa de Gericault; corridas de toros; caídas de gente en público; la guerra de Irak televisada; Justin Bieber de farla at the disco. Boxeo. Al ser humano, por norma general, le atrae ver a alguien que no es él ni ningún ser querido partirse la cara hasta caer aturdido o muerto. No tiene por qué gustarle, y es casi seguro que no encontrará belleza alguna en todo esto. La cuestión es que el hombre lo ve interesante. Y el interés, a veces para bien otras para mal, es el motor más poderoso. Un claro ejemplo de ello fue el coitus interruptus que produjo Béla Tarr en El hombre de Londres (Hungría, 2007) y que a muchos llevaría a abalanzarse sobre la pantalla para intentar abrir la puerta que cerró en tan oportuno momento.
Yo abro ya la puerta. Juho Kuosmanen, como hizo el director húngaro pero tomando otro camino radicalmente diferente, provoca una sensación que también rompe la tensión exacta entre observador y víctima en manos de otro con El día más feliz en la vida de Olli Mäki. Una película que aborda la vida del boxeador finlandés, concretamente el fragmento de tiempo que se corresponde con las dos semanas que van desde la preparación hasta el combate que, según su manager y la sociedad finlandesa en general, encumbraría al panadero de Kokolla como héroe nacional. Será el día más feliz de su vida, le motiva su entrenador. Pero El día más feliz en la vida de Olli Mäki no va de héroes. Tampoco de héroes caídos como en Nadie puede vencerme (Robert Wise, EEUU, 1949). Más bien Kuosmanen decide reflejar los días previos a un acontecimiento superficial de una persona que recela de las multitudes y que busca la vida sencilla. Que pasa del envoltorio del éxito porque le agobia, en resumidas cuentas. El Thomas Pynnchon del boxeo, si se le dejase. Pero no le dejan. Y ahí está la pugna. Una lucha entre lo que se espera de él y lo que él realmente es que termina por hacerle dar vueltas en un espacio pantanoso buscando la liberación. O esperando a que llegue.
Volviendo líneas más arriba, El día más feliz en la vida de Olli Mäki retrata los días previos al evento. En todas sus dimensiones, se entiende. Y es que el combate está continuamente presente, es evidente. Pero también lo está el amor incipiente que Olli comienza a sentir por Raija. Es así como surge un enfrentamiento en un tercer nivel. Ya no es la rivalidad física que se olvida fuera del cuadrilátero; pero tampoco se trata de la oposición emocional entre el Olli huidizo y solitario y el Olli no natural que se ve forzado por la sociedad. En una tercera escala, y que ya no concierte a las preocupaciones de los personajes sino de manera directa al que percibe la obra desde fuera, el espectador, atendiendo a sus necesidades polarizadoras y de categorizar todo aquello que se le pone al alcance, según avanza el film no sabrá muy bien si se encuentra ante una película que plasma un acontecimiento histórico que concierne al boxeo sin más o ante algo más complejo que da forma a una historia de amor bella y entrañable como ninguna otra. Y es que ver la compenetración absoluta entre los dos elementos de la pareja en una escena en la que la timidez del boxeador ante la presencia de su novia le impide abrazar a una mujer para realizar una fotografía publicitaria mientras Raija se sale de la sala para que él pueda realizar la tarea pone los pelos de punta.
Es en este punto en el que la cita inicial de este texto vuelve a tomar protagonismo. Kuosmanen no mete a dos hombres en el cuadrilátero con la esperanza de que se maten a golpes, sino que los introduce en él para que cobre sentido toda una historia que sobrepasa el acontecimiento. Una historia que ahonda en la personalidad tímida y enérgica de un hombre que está pasando una época feliz, aunque ciertos obstáculos se la intenten truncar (sin mala intención, eso sí, para su mundo circundante la felicidad es otra cosa) y que escarba hasta el punto de hallar la falta de correspondencia entre mundo interior y realidad externa dada que es habitual en todo humano. Es llegado este punto en el que ese placer que las personas sentirían al ver un combate de boxeo (el espectador de la película, en este caso) desaparece por completo. Y es que este sufrimiento, el que está capas por debajo de los posibles golpes que se lleve Olli, ya no nos hace ninguna gracia. Kuosmanen no nos hará rabiar por cerrarnos la puerta sin dejar ver lo que hay detrás como hizo Béla Tarr, sino que nos hará querer dar varios pasos atrás por haber visto demasiado.
1 BUKOWSKI.CH., Ausencia del héroe. Relatos y ensayos inéditos (1946-1992). Anagrama, Barcelona, 2012, p.112.