Pasado casi un mes desde el triste fallecimiento de Francesco Rosi, y tras la trabajada semblanza que a modo de homenaje le dedicamos el día de su muerte, me apetecía escribir sobre la primera película que manifiesta todas las virtudes artísticas del autor napolitano con el humilde objetivo de mantener viva en mi memoria la llama que desprende la destreza de este combativo y espléndido cineasta. Y es que si bien sus dos primeras experiencias como realizador tuvieron el lastre de ser compartidas con otros dos directores —Goffredo Alessandrini y el legendario Vittorio Gassman respectivamente—, hubo que esperar a la producción de El desafío para que la ideología y dialéctica de este proletario del séptimo arte alumbrara sin prebendas ni obstáculos en el imaginario de ese entusiasta cine italiano de los cincuenta nacido de las orillas de la corriente neorrealista.
El desafío formó parte de ese grupo de producciones brotadas bajo el amparo de la coproducción entre Italia y España, sin duda una asociación que permitió vislumbrar algunas de las mejores y más populares películas del cine europeo de los sesenta y que para desgracia de ambos Estados ha dejado de sembrar sus frutos en los últimos tiempos. De este modo, el dinero aportado por la productora hispana Suevia facilitó la presencia en el rol protagonista de José Suárez, un rostro siempre impactante que gracias a sus colaboraciones con Juan Antonio Bardem y Manuel Mur Oti se encontraba a finales de la década de los cincuenta en un espléndido momento de forma. Además de su nacionalidad compartida, la cinta se aleja de esos melodramas sociales carentes de fuerza y temperamento que plagaron las pantallas transalpinas a lo largo de esta década gracias a la virulencia de un primerizo Francesco Rosi, que a pesar de ciertas licencias narrativas propias de su inexperiencia como máximo responsable detrás de las cámaras daba ya muestras de su talento como narrador, resultado de las enseñanzas impartidas por su mentor Luchino Visconti, así como de esa querencia por plasmar los problemas sociales que la tenaza criminal imponía en la existencia de las capas más bajas sitas en el sur de la nación italiana.
En este sentido, la cinta centra su acción en la ciudad de Nápoles. Rosi se encargará de trazar en los primeros compases del film la arquitectura de una ciudad en ruinas demolida por las bombas lanzadas desde los bombarderos de la II Guerra Mundial morada por toda una galería de personajes arribistas que aprovechan la desolación local para enriquecerse intercambiando artículos bajo los oscuros designios del mercado negro. Así, emergerá en pantalla Vito Polara (José Suárez), un joven huérfano de padre que malvive en un destartalado edificio de viviendas próximo al puerto de la ciudad napolitana junto con su madre y hermanos. Vito se destapará como un ambicioso, a la vez que imberbe, contrabandista de tabaco, que atisbará la oportunidad de abrir su núcleo de negocios hacia el contrabando de artículos alimenticios al observar la subida del precio de los zapatos derivado de una huelga provocada por las mafias locales con el objeto de incrementar el valor monetario de la mercancía. Por consiguiente, con la colaboración de sus dos amigos de la infancia y compañeros de tráfico de nicotina, Vito tratará de negociar por su cuenta y riesgo con los agricultores de los alrededores saltándose de esta forma el control ejercido por el caudillo local Salvatore Ajello. A pesar del poder de coacción ejercido sobre los trabajadores rurales por parte de la mafia local, Vito logrará construir con su valor y arrojo un pequeño imperio mercantil ajeno a los decretos y dictámenes pronunciados por Ajello, hecho que inducirá a que la organización mafiosa comience a observar a este nuevo empresario como una amenaza a su monopolio económico. Un acontecimiento que no podrá ser consentido por este eje destructor de libertades y progreso individual.
No cabe duda que esta primeriza muestra de arte de Rosi ostenta las principales cualidades que convirtieron al napolitano en uno de los tótem del cine de autor de tintes políticos a nivel europeo. Su carácter propio se manifiesta ya desde el mismo guión, escrito por Francesco y su colaboradora y legendaria guionista del cine italiano neorrealista Suso Cecchi D’Amico, que había trabajado anteriormente con el director de Salvatore Giuliano en la redacción del guión de la magnífica Bellísima de Luchino Visconti. Las letras surgidas de la mente de la coescritora responsable de textos de la índole de Ladrón de bicicletas hace ostensible esa capacidad intrínseca en los técnicos que aspiraron la simiente del cine en las trincheras del neorrealismo para describir el corazón invisible de la ciudad napolitana gracias a una perfecta delineación de ambientes urbanos que capta de forma fidedigna la atmósfera derrotista periférica presente en los suburbios de la villa italiana. Así, la trama dibujará con mucha garra esa dicotomía que relaciona el progreso individual desarrollado a través del sudor de la frente obrera con la corrupción colectiva existente en los ámbitos que ejercen el poder, ya sea este político o criminal, y que impiden con sus funestas armas coercitivas el ascenso social de esos emprendedores «outsiders» que reniegan ser esclavos del credo dominante. Sin duda éste un punto que bautizaría como una obsesión recurrente en el cine de Rosi expuesto en todas y cada una de las mejores obras del italiano como por ejemplo las posteriores El caso Mattei, Cristo se paró en Eboli, Las manos sobre la ciudad o la bélica Hombres contra la guerra.
Quizás uno de los escasos puntos débiles del film se halle en la convencional trama amorosa que adorna el vestido cardinal del argumento. En este sentido un tanto florero resultará el personaje de Assunta (que adquiere el rostro de la sex symbol Rosanna Schiaffino), la vecina y posterior mujer de Vito que no dejará de adoptar un plano insustancial únicamente integrado para dotar al film de esas gotas de sensualidad melodramática que exigían los espectadores que acudían a comprar su entrada a los cines de los cincuenta. A pesar de este rol secundario, es de recibo resaltar la fogosa presencia de la Schiaffino que gracias a la pasional puesta en escena esgrimida por el autor de Excelentísimos cadáveres protagonizará alguna de las secuencias de mayor temperatura sexual que un servidor recuerda haber visto en el cine de esa época (excitante sin duda es la secuencia en la que Vito desvirgará a su ingenua vecina en la azotea del vetusto edificio de apartamentos que habitan, ante la impasible e inerte presencia de las sábanas colgadas en los tendederos vecinales, radiografiando Rosi el orgasmo del momento de forma metafórica mostrando las piernas y pies desnudos de la bisoña Assunta). Más relevantes y mejor perfilados resultan los dos personajes secundarios que acompañan a Vito en su discurrir en el universo empresarial, así como esa semblanza primogénita de la entidad familiar de influencia matriarcal donde las «mammas» jugarán un papel primordial en el mantenimiento del orden doméstico.
Sin embargo, como hemos dejado patente en las líneas antecedentes, no es precisamente el retrato de la psicología individual de los personajes la principal virtud del film —más allá de la espléndida performance de José Suárez que borda un papel que parece hecho a su medida desde Italia—, sino que el valor cinematográfico de una obra que puede ser tachada de poco original en su planteamiento dogmático reside en la trepidante exposición dramática del viaje recorrido por ese ambicioso joven integrante del proletariado oprimido por los órganos de poder que se enfrentará sin miedo a los obstáculos que minan su camino. Derivada de la pujante propuesta bosquejada por Rosi, algunas escenas despliegan toda la fascinación específica del napolitano, siendo sumamente magnética la secuencia costumbrista de la boda de Vito y Assunta así como la posterior escena paranoica de persecuciones y amenazas comerciales que sigue a su compañera de aura nupcial con la que culminará la obra en una inolvidable episodio rodado con el naturalismo inherente de los autores neorrealistas en el mercado de abastos de la ciudad. Sin duda una representación fatalista del infortunio que persigue desde tiempos pretéritos a la subyugada clase trabajadora que pondrá la guinda final a una obra que sirve de perfecta carta de presentación para conocer el arte de ese altavoz de los desfavorecidos que fue el gran Francesco Rosi.
Todo modo de amor al cine.