Con el desarrollo de la tecnología parece existir una tendencia en la animación a intentar ser más realista, buscando dar la impresión de encontrarte frente a personajes de carne y hueso. Isao Takahata rompe con todo esto ofreciéndonos una animación personal, que transforma la realidad generando nuevas sensaciones y aportando sentimientos en cada plano del film. Hay que exprimir el formato y lo interesante de la animación es llegar donde la realidad no puede, o al menos, hacerlo de una forma distinta. En este caso el film consigue exprimir al máximo las capacidades expresivas del formato. Takahata después de su obra más conocida La tumba de las luciérnagas —un drama ambientado en la Segunda Guerra Mundial— nos presenta su última película de animación El cuento de la princesa Kaguya —una adaptación de un cuento tradicional japonés— donde Takahata demuestra una vez más que es un genio a la hora de transmitir emociones. El director nos ofrece un film que se queda grabado en la mente y en el corazón.
La obra está basado en «El cuento del cortador de bambú» que es considerado el texto más antiguo del folclore japonés. Un cortador de bambú que encuentra a una preciosa princesa en miniatura en un tallo, en ese momento la adopta como su hija. Kaguya conocida por sus amigos como «brote de bambú» es una niña alegre, cariñosa e inteligente que corre por el bosque abrazando la libertad. El campesino recibe del bosque una cantidad tremenda de oro y vestidos de seda que interpreta como un mensaje del cielo para que Kaguya viva como una princesa rodeada entre lujos. En ese momento, la princesa Kaguya es arrancada del bosque y de sus amigos para tomar el camino de una princesa, encerrada en un palacio donde aprenderá a comportarse y prepararse para casarse con algún importante príncipe.
Hay cosas que el dinero no puedo comprar, como los nobles y el emperador, que por mucho que lo intentan no pueden hacerse, a pesar de todo su poder y dinero, con los sentimientos puros de la princesa. Para Kaguya ser feliz es poder volar como un pájaro de la mano de sus amigos. Su padre solo quiere lo mejor para ella, pero sus buenas intenciones terminan siendo una cárcel. La sociedad dictamina que es lo mejor y nos hace olvidar que es lo que realmente nos hace felices. Un cuento que nos retrata la sociedad japonesa de la época, sus costumbres y protocolos, que ocultaban tras el maquillaje la tristeza de los rostros. Una familia de campesinos pobres que acepta lo que la sociedad dice que es mejor, lo más alto de la pirámide, olvidándose de sus propios sentimientos y de los de su hija.
Isao Takahata dibuja en el corazón del espectador, nos sumerge en la profundidad de la rica cultura japonesa llena de sentimientos e ideas. El estilo de la animación entra en consonancia con el contenido ayudando a estimular en el espectador las emociones del personaje. Una melodía que se graba en la cabeza y que acompaña cada línea en el papel. Un canto a la libertad, al amor, a la naturaleza y al campesinado. Una historia que enamora y te hace desear poder bucear más por ese universo, volando de la mano de la princesa Kaguya. En 2013 fue estrenada en Japón y no recibió la acogida que se esperaba, esperemos que en Europa se aprecie como es debido la belleza de este film al que el Takahata ha dedicado alrededor de siete años, volcando toda su personalidad para ofrecernos de un cuento popular —con una historia quizás muy conocida— en una obra única que no se olvidará facilmente.