Por decirlo de la manera más diáfana posible: Marc Ferrer se ha marcado con El corazón rojo una película “Amics del Festival” con todas las letras. Una suerte de meta exploit del DA que da rienda suelta a episodios muy familiares para todos aquellos que amamos este festival. Un recorrido, en clave de jolgorio post-irónico, por la escenita cinéfila autoral a través de una estructura formal equivalente a un Rohmer pasado de vueltas junto al sentido del elenco-familia propio de John Cassavetes.
Junto a todo ello se eleva el habitual tono ‹queer› de sus producciones. Una imagen, sin embargo, que, aunque juega con la frivolidad en las relaciones, sean casuales, frustradas o sencillamente idealizadas, resulta precisa y fina en el análisis. Ello se debe principalmente a la no sacralización de la frustración o el deseo sino más bien a una idea vivencial contemporanea. Es decir, Ferrer no aspira a estilizar su mundo sino a ofrecerlo puro y sin cortes.
No está pues en la intención del cineasta ofrecer un retrato universal, a la manera de cierta filmografía indie americana, sino de fotografiar un ambiente y un lugar. Se trata pues de una pequeña instantánea local, delimitada en tiempo y espacio que apela a un cierto romanticismo y a una especie de jetismo ‹way of life› también trasladado al recurso cinematográfico. En este sentido, la inclusión no acreditada de Garrel ejemplifica perfectamente el aprovechamiento casi “edwoodiano” de los elementos disponibles.
Estamos pues ante un cine que va incluso más allá del calificativo de guerrilla para ser directamente de comando totebag. Una oda tan divertida como atinada que incluso deja margen para el recochineo al respecto de totems habituales del DA como Hong Sang-soo o el ya mencionado Garrel.
Aunque sea por una cuestión meramente extra cinematográfica El corazón rojo tiene una cualidad evocadora, una capacidad de recordarnos como son las primaveras en el festival. Su temperatura, sus fiestas, los encuentros con la cinefilia, el escapismo de la sala para la cervecita de turno… Imágenes que seguro Marc Ferrer no filmó con esta intención pero que a día de hoy nos hacen disfrutar la película doblemente. Como una promesa de un espacio y un tiempo robados pero que seguro volverán.