Nunca me cansaré de reivindicar el cine de oro mexicano, un auténtico desconocido —desgraciadamente— en Europa y sorprendentemente, dado los vínculos culturales e idioma que compartimos con México, en España. Cada película que descubro de esta espléndida época artística del cine me sorprende y consigue emocionarme profundamente, no solo por la tremenda calidad cinematrográfica de las películas más emblemáticas del cine de oro (a título informativo mis diez favoritas sin contar el cine de Luis Buñuel serían: La perla, María Candelaria, Vámonos con Pancho Villa, Macario, Aventurera, La otra, Flor Silvestre, El esqueleto de la señora Morales, Doña Perfecta y El hombre sin rostro) sino por la inquietante carga moral, muy adelantada a su época, de una crudeza sugerente que ostentan gran parte de las películas realizadas en esos años. Siento un poco de vértigo al escribir esta reseña. Tengo la sensación de que nunca antes me había enfrentado a una película tan importante en la historia del cine como esta El compadre Mendoza, considerada por los críticos y expertos de cine mexicanos como la tercera mejor película de la historia de México, si bien gran parte de los cinéfilos del país azteca la sitúan como la mejor película de la historia de su país (¿entienden por tanto mi vértigo, verdad?).
Realizada dos años después de la aparición del sonoro en México —recordemos que la primera película sonora mexicana fue la magnífica Santa dirigida por Antonio Moreno— El compadre Mendoza es una película de una modernidad escalofriante dirigida por dos de los pioneros del cine mexicano: el gran Fernando de Fuentes (acreditado como regidor principal) y el no menos grande Juan Bustillo Oro (acreditado como co- director). El guión se basa en un relato de Mauricio Magdaleno (uno de los pilares de la cultura mexicana y gran especialista en escritos que versaban sobre los aspectos políticos y humanos de la Revolución) que tanto Fernando de Fuentes como Bustillo Oro se encargaron de adaptar en pantalla. Uno de los puntos fuertes del film es su asombroso ritmo narrativo de una agilidad semejante a los mejores trabajos de Raoul Walsh, siendo la elipsis el principal recurso utilizado para conferir a la trama de un endiablado tempo fílmico. Como buena película de los incipientes años treinta, las elipsis sirven para otorgar linealidad a una historia no lineal temporalmente, de modo que el paso del tiempo (El compadre Mendoza abarca en sus ochenta minutos de duración más de siete años de la Revolución Zapatista mexicana) es prácticamente imperceptible para el espectador. Únicamente se hace sentir el paso de los años a través del crecimiento del hijo de los Mendoza, que magistralmente es retratado por los dos directores a través de un montaje concatenado logrando unos efectos sensoriales que nada tienen que envidiar a la más famosa elipsis de la historia del cine: la del amanecer en el desierto de Lawrence de Arabia.
Estéticamente podemos equiparar esta magna obra con el cine de los años treinta de Jean Renoir, y por tanto con el realismo poético francés. Encuentro muchos puntos en común con La regla del juego y El crimen del señor Lange, por el hecho de narrar con un cierto distanciamiento ideológico al estilo de los rapsodas que tan solo buscan contar una historia para que sean los oyentes los que tomen la posición que crean justa, las virtudes y sobre todo defectos (en particular las imperfecciones, traiciones, miedos, indignidad y felonías presentes en las interrelaciones humanas a lo largo de la historia) que distingue al home racional y también gracias a las interpretaciones naturalistas de los actores ornamentadas con un hábitat muy mexicano (amplios sombreros mexicanos, cartucheras, mariachis, etc) en el que los planos de interior predominan sobre los rodados en exteriores, si bien estos últimos no escasean a lo largo del metraje. Ambos directores saben imponer un potente poderío escénico en cada secuencia con una clara inclinación hacia las tomas largas y el plano medio lo que confiere al desarrollo de la historia de una singular belleza teatral. Narrativamente debido a su violencia seca y explícita (sin entender violencia como acto, sino como modo ya que para los amantes del cine de acción he de advertir que no hallarán grandes escenas bélicas ni de luchas cuerpo a cuerpo a pesar de su ambientación Revolucionaria) me recordó a las grandes cintas de Howard Hawks, aquellas en las que un seminal arrebato visceral trataba de urdir su particular venganza en contra del Código Hays (como por ejemplo Scarface o Código criminal).
Si bien la historia es puramente mexicana con una idiosincrasia muy autóctona (como hemos comentado anteriormente la cinta se ubica en plena Revolución Zapatista rememorando las luchas que tuvieron lugar entre los seguidores de Emiliano Zapata y del General Huerta), el recurso de ambientar la historia en esta época, no es más que una excusa para aflorar el verdadero sentido de la sinopsis, que no es otro que retratar el comportamiento de ciertos terratenientes (trasladado al mundo actual, empresarios ventajistas) que utilizan la guerra como medio de obtención de beneficios, sin que el posicionamiento ideológico sea un obstáculo para hacer tratos con ambos bandos en su propio provecho. Así la cinta es protagonizada por un personaje de esos que dejan huella e invitan a la reflexión tras el visionado: Rosalío Mendoza (interpretado de forma magistral por un espléndido Alfredo del Diestro, que literalmente lo borda) un terrateniente que no hace ascos a hacer negocios tanto con los zapatistas como con los regulares del ejército de Huerta con tal de satisfacer sus ansias lucrativas. Así el carácter buitre e interesado de Rosalío Mendoza es proyectado a la perfección por la circunstancia de que en la Hacienda del susodicho se sustituye sin pudor alguno el cuadro que preside el salón principal (con la figura de Zapata o Huerta) en función del bando que visita el palacete, agasajando a sus visitantes con viandas y bebidas alcohólicas con las que saciar sus cándidas almas. Sin embargo este carácter aparentemente mezquino del protagonista, refrendado por un criado igualmente corrupto que suscita el mismo rechazo ante su forma de afrontar la vida, se maquilla a lo largo de la trama al otorgar a Don Rosalío un temperamento muy humano, centrando su retrato en los aspectos más amables en lugar de cebarse en los perniciosos. Esta es una cualidad que provoca una cierta empatía con el personaje que supondrá un enorme dolor en el tramo final de la cinta.
El carácter oportunista de Don Rosalío es fomentado desde su cuartel general, la Hacienda, un emblemático lugar donde se viola obscenamente la honestidad en favor de la impudicia. Don Rosalío es un hombre solitario, despreocupado y pragmático, nada dado al romanticismo como bien se enorgullece de ello, que vive alejado de la ciudad de México donde se encuentra sita la empresa familiar regentada por sus dos hermanos. Empresa usurera que se jacta de exprimir a través de préstamos cicateros a los hombres de negocios necesitados de liquidez debido a los problemas financieros que les acarrea la guerra. En una de sus escasas visitas a la Compañía familiar, Don Rosalío conoce a Dolores (interpretada por la angelical Carmen Guerrero), la hija de un empresario ahogado por los intereses exigidos por los Mendoza. Rosalío se enamora a primera vista de la belleza de Dolores y casi automáticamente terminará casándose con la bella dama.
Durante la celebración de la ceremonia nupcial (estupenda escena la de la boda revestida con una exquisita fotografía y montaje que rememora a las grandes escenas nupciales de cintas como El cazador o El honor de los Prizzi), en la cual son invitados los simpatizantes del ejército de Huertas, una avanzadilla del bando de Zapata asalta la vivienda. Uno de los Generales al mando de los rebeldes decide ejecutar tanto al Coronel del ejército de Huerta invitado a la boda como al propio Rosalío, pero la intermediación del idealista General Felipe Nieto (amigo personal del hacendado y gran admirador de su sibilina forma de relacionarse con ambos bandos) salva de una muerte segura al voraz latifundista, hecho éste que es agradecido con admiración por la joven Dolores. Desde el momento en que Felipe cruza su mirada con Dolores se siente que ambos caen perdidamente enamorados el uno del otro, si bien el carácter honesto de ambos, incapaz de cometer traición en contra de sus seres queridos, les insta a retraer su pasión instintiva.
Sin duda el General Nieto (interpretado por Antonio R. Frausto) es el personaje de mayor dignidad moral de la trama, al cual se le reviste con una cierta aura mística, casi religiosa sentida por el ropaje blanco y la limpieza de los actos que lleva a cabo. Su carácter incorruptible en favor de sus ideales, a los que nunca abandona ni traiciona aunque se le ofrezcan todos los tesoros disponibles en el mundo, le convierte en una especie de Mesías que trata de guiar a sus seguidores hacia una mayor justicia social, anteponiendo el humanismo y la racionalidad al salvajismo. Un hecho importante que define el carácter del General es el enorme sacrificio que soporta al rechazar declarar el amor que siente hacia Dolores, ya que su filosofía le impide traicionar la confianza de su amigo, anteponiendo el interés ajeno al suyo propio. Sin duda el ideal de persona que claramente adopta la mítica del perdedor que no encuentra su sitio en un mundo corrompido por la ambición y el egoísmo.
Tras la milagrosa mediación de Felipe, el General zapatista será un amigo íntimo de la familia Mendoza. Esta unión cada vez más estrecha dibujará un triángulo amoroso en el que el General Nieto y Dolores serán los vértices sacrificados que se contentarán con la simple amistad para ser felices, sin buscar un contacto más profundo. Este nexo fraternal alcanzará su cumbre cuando Rosalío decide llamar a su único hijo con el nombre de su fiel compañero: Felipe, lo que les convertirá en compadres. Felipe vislumbrará en su ahijado la figura del hijo que nunca pudo tener con su amor secreto, por lo que colmará de atenciones, visitas y regalos al pequeño Felipe con el que establece una relación padre/hijo más profunda que la existente entre el infante y su propio padre.
Sin embargo el paso de los años cambia la personalidad de Don Rosalío, de manera que su carácter despreocupado, pragmático y optimista se va quebrando, debido a la responsabilidad que siente hacia el bienestar de su esposa e hijo, convirtiéndose de este modo en un hombre miedoso y desconfiado. Esto inducirá a Don Rosalío a huir de sus antiguos negocios lucrativos con ambos bandos, siendo su nuevo objetivo tratar de obtener el dinero necesario con el que abandonar la Hacienda y establecerse en la ciudad, lejos de las cruentas luchas que teme puedan afectar a su familia. Una serie de avatares perniciosos que acarrean duras pérdidas económicas impulsan a Don Rosalío a aliarse con un astuto Coronel del ejército que persigue acabar con la vida del único foco de resistencia que queda por aniquilar que no es otro que el compadre de Rosalío, el General Nieto. Así Rosalío venderá por el vil metal, cual Judas, a su compadre, a pesar del amor incondicional que tanto su mujer como su hijo sienten hacia el bueno de Felipe.
[Spoiler] Las escenas finales se centran de manera magistral en los remordimientos que corroen a Rosalío en los instantes previos a ejecutarse la traición. Los últimos quince minutos de la película son sencillamente magistrales, mostrando con toda crudeza la pesadumbre que fustiga el alma de Don Rosalío, conocedor de que ha cometido un acto vomitivo en contra de la persona que años antes le salvó la vida anteponiendo la amistad al deber que le obligaba como general zapatista. La cinta adquiere una profundidad poética emocionante mostrando con una inclemencia áspera el acto de ultraje que culminará en el asesinato de Felipe Nieto a manos de los regulares del ejército gubernamental. La película se clausura con una escena espeluznante, en la cual se expone con un realismo conmovedor el cuerpo colgado del General zapatista del mástil de la puerta de entrada de la finca de los Mendoza (escena que adopta la forma de una patética crucifixión que hiela la sangre por el estilo descarnado con la que es fotografiada). Acto seguido tanto Fuentes como Bustillo aniquilarán nuestra ya acribillada alma con los lamentos de Dolores y el pequeño Felipe que en su huida en carro hacia la ciudad, previamente urdida por Rosalío, claman por el bienestar del ejecutado Felipe. Sin duda uno de los finales más bellos y turbadores de la historia del cine. [/spoiler]
Espero que estas humildes líneas sirvan para aproximar a aquellos cinéfilos interesados en descubrir un cine clásico distinto al habitual, arriesgado, conmovedor, perversamente bello, generador de debate ético, rico en carga moral y magistral en su concepción, a esta obra maestra del cine no solamente mexicano, sino mundial (para mí sin duda una de las cien mejores películas de la historia del cine de todas las latitudes e incomprensiblemente no incluida en los «prestigiosos» listados elaborados por los más sesudos críticos mundiales) que es El compadre Mendoza. Como el General Felipe Nieto de Dolores, un servidor está perdidamente enamorado de esta película.
Todo modo de amor al cine.
Con todo respeto, demasiado melodramatico, sólo para conocedores; que se destaca en la esta cinta?, Si se pretende destacar el asunto social, pasado el tiempo no ha cambiado mucho.
Excelente película, muy bien lograda tomando en cuenta su fecha de filmación.