¿Qué hacer cuando eres un cocinero que pasa por una crisis creativa, tiene una hija que come comida basura para pincharte y estás a punto de perder tu negocio por culpa de una dichosa estrella que te pueden arrebatar críticos de salón? Pues contratar a un pintor que conoce mejor que la palma de su mano todos tus trucos, platos y salsas. Ese es el punto de partida de esta nueva comedia francesa que no tarda en hacerse con la mirada cómplice del espectador: Alexandre Vauclair es uno de esos cocineros narcisistas y mandones que no admiten un solo cambio en sus recetas u órdenes, pero con el paso de los minutos se va destapando en él la faceta de buen tipo capaz de realizar varias horas de trayecto en coche con tal de que Jacky Bonnot, el tipo que parece poder sacarle de esa crisis culinaria, recupere a su mujer. De Jacky poco más se puede decir: bonachón hasta la médula e incluso excesivamente inocentón y bienintencionado, imposible que no genere la empatía necesaria como para llevarse al público en el bolsillo.
Jean Reno demuestra estar perfectamente desenvuelto en una comedia (género en el que ya tocó con ¡Que te calles! o la mítica saga de Los visitantes) a la que le coge el tono rápidamente y nos enseña que más allá de la acción o el thriller hay vida (de hecho, también le vimos hace no tanto cerca del drama en Margaret). En definitiva que para él no pasan los años y, ya sea en un rol u otro, se desenvuelve sin problema pese al encasillamiento que ha sufrido durante años. Su compañero, Michael Youn, pasa de la marciana y fantástica Héros a otra comedia de roles arquetípicos como si nada; quizá sea su porte, o quizá esa cándida mirada capaz de convencer al más pintado, pero la cuestión es que Youn da la talla hasta cuando su personaje debe sacar cierto carácter para no dar manga ancha a los esporádicos brotes de ego de su jefe en la cocina.
Realmente Cohen no ofrece nada que vaya más allá de otra de tantas comedias que conocemos tan bien como Jacky conoce las recetas de Alexandre, pero lo cierto es que su resultado final no desluce. El trabajo del galo está salpimentado por un humor que juega con bazas interesantes (ese enfrentamiento entre la cocina clásica y la ‹nouvelle cuisine›) a la par que sabe hacer lucir incluso secuencias que en manos de otro quedarían en agua de borrajas, pero que en El chef se sostienen gracias a la pericia de un cineasta que sabe administrar bien el ‹tempo› y casi nunca (hay un par de excepciones que bordean lo estrafalario más de lo que desearían) le pierde la cara a la propuesta que le sirve al espectador con la suficiente diligencia y sonrisas esbozadas como para que la experiencia no resulte un mal trago.
No olvida los típicos y consabidos conflictos familiares a los que ya he aludido anteriormente, pero los resuelve incluso con más gracia de lo habitual por mucho que en el fondo todo el compendio de situaciones que obtendrán resolución en El chef no dejen de resultar de lo más previsibles y livianas. Quizá le viene bien, no obstante, ese aire ligero a una cinta que no busca más que la sonrisa cómplice e inlcuso alguna risotada que viene de la mano de una inesperada aparición estelar y del buen jugo que Cohen le saca a todo ese ambiente culinario donde no cocinar con probetas se antoja disparatado, y mucho menos presentar un novedoso y renovado menú servido con ingredientes del colmado de la esquina, algo inviable para un restaurante como el que regenta Vauclair, pero que aquí termina contagiado por una despreocupación que, si el espectador toma como suya, disfrutará con este ligero y agradable entretenimiento.
Larga vida a la nueva carne.