El famoso encarcelamiento del director ucraniano Oleg Sentsov es una muestra más de la falta de libertad de expresión que sufrimos a día de hoy. También una prueba de hasta qué punto es necesaria la reivindicación de la misma. Por eso, sólo el carácter activista de El caso Oleg Sentsov ya la hace merecedora de mi respeto. Durante 2014 y 2015, Askold Kurov dio testigo del proceso judicial que se aplicó al cineasta recogiendo las declaraciones de los testigos, jueces, abogados y del propio Sentsov. También acudió a la familia del director, experiencia que en su película tan sólo describe en cuatro pinceladas. Y es que, la escasez de medios de que dispuso Kurov, palpable desde el primer minuto, da una prueba más de la situación, esta vez en relación a los intereses industriales (por parte de los medios y del propio apartado audiovisual, como también la da el hecho de que la película esté sufriendo una distribución incomprensiblemente reducida). Pero aún así, el esfuerzo que dedica el documentalista a plasmar y denunciar los claros indicios de politización judicial del encarcelamiento de Sentsov es tan conmovedor que uno no puede más que aplaudirlo.
Personalmente, la virtud de este producto no la encuentro tanto en aspectos técnicos o narrativos como en el hecho de tener un carácter reivindicativo asombrosamente actual. Me explico. Al final de la película, tras oír el veredicto de los jueces, Sentsov declara: «Las noticias Vesty y Vremia son programas buenos. Su propaganda funciona a la perfección, la mayoría de la población rusa cree lo que dicen. […] Pero existe un buen tercio de población que sabe perfectamente lo que pasa. […] Los hechos están ahí, sólo hace falta que queráis verlos. […] Lo único que espero para ese tercio informado es que aprenda a no tener miedo». Es un texto que podría aplicarse a cualquier país capitalista occidental contemporáneo (concretamente, a sus respectivas ciudadanías y medios de comunicación). De ahí el impagable carácter universal de la película. Porque si algo hace valioso el trabajo de Kurov es su potencial reivindicativo: El caso Oleg Sentsov es una firme denuncia del manipulador monopolio informativo en que se han convertido los gobiernos y sus medios informativos. Una denuncia que puede aplicarse a prácticamente todos los casos de opresión estatal existentes.
Como por ejemplo, a la política del terror utilizada por Donald Trump con finalidades xenófobas. O a la brutal asociación entre los términos “islam” y “terrorismo” que tanto la UE como EEUU se han esforzado en propulsar. O también, naturalmente, al dispositivo catalanófobo que el gobierno central de España lleva meses construyendo: igual que pasa en la película que nos ocupa, el estado español ha conseguido tener la aceptación pública del encarcelamiento de inocentes por cuestiones en realidad políticas; todo gracias al cuidado dibujo de un relato en el que los oprimidos son los delincuentes (“golpistas”, “supremacistas”, “separatistas” e incluso “terroristas”) y los opresores los salvadores del temido enemigo catalán (como en otras ocasiones fueran los vascos o los inmigrantes). De ahí la urgente necesidad de películas como El caso Oleg Sentsov, trabajos cuyo valor artístico reside, precisamente, en el hecho de que, a pesar de no contar con los medios adecuados, dan visibilidad al carácter opresor de los gobiernos y a los derechos oprimidos de sus ciudadanos.