Cada película de Gianni Amelio en cartelera es motivo de celebración para cualquier cinéfilo que aún sigue la generación que sirvió de puente y transición entre el neoclasicismo y la posmodernidad en la gran pantalla. En su última película, El caso Braibanti (2023), el director nos sumerge en el fango oscuro y frío de la homofobia, explorando sus ramificaciones políticas y sociales que afectan a aquellos que se desvían de la norma.
Antes de adentrarnos en el trasfondo de la película, comencemos desde el principio. La historia se basa en un caso verídico que sacudió a Italia en la década de los sesenta, cuando las leyes del régimen de Mussolini aún tenían influencia tanto en el sistema judicial como en el ámbito social e ideológico. Braibanti, un poeta y escritor, establece una relación consensuada con uno de sus alumnos, quien es mayor de edad. Sin embargo, es juzgado por ello bajo el concepto de plagio o subyugación moral e intelectual, como si el amor fuera considerado una forma de subordinación al estilo de la dialéctica del amo y el esclavo propuesta por el filósofo G.F. Hegel.
Pero está claro que, como bien sabemos, no se juzga el supuesto plagio o subyugación moral, ni siquiera la posible relación de poder entre ambos, sino la homosexualidad y su diferencia con respecto a la normalidad. Y por ello, antes de hablar sobre el caso, resulta necesario recordar las palabras de Michel Foucault, ya que son sabias y un bálsamo que corrige la supuesta normalidad, entregándonos una visión más abierta, necesaria y sincera de nuestra posición en el mundo. «La normalidad es un mecanismo de control que produce y reproduce la conformidad y la obediencia a través de instituciones y discursos poderosos», afirmó el filósofo en Microfísica del poder. Y, en este contexto de conformidad, la necesidad de Braibanti, su amante y las relaciones que sobresalen de la norma rompen, descomponen y reconstituyen dicha norma. Pero, antes de construir un nuevo mundo, el dolor que sufren Braibanti y su amante es angustiante. El primero experimenta humillación pública, exclusión y privación de una vida social, mientras que el segundo es ingresado en un psiquiátrico y expuesto a los métodos de la época: electrodos, golpes y medicamentos para reprimir el deseo… Como si fuera necesario exterminar el placer de Eros y borrar su huella.
Gianni Amelio se aleja del preciosismo sin perder el gusto por lo bello, pero sin hacerlo por una cuestión superflua. Es decir, el director se abre distante, frío y fidedigno al caso, así como a sus estragos. Pues, como bien sabemos, no hay mayor frialdad que la de seguir al mundo con todas sus letras. No es de extrañar que, ante la película y su caso, su dolor y llamada, nos venga a la memoria el caso de Pier Paolo Pasolini. Este último, en manos del fascismo, murió indignamente, torturado y mutilado no solamente por ser del otro bando, el que lucha y se levanta, sino por querer de una manera distinta a la que el sistema nos ha dicho, que resulta ser una de sola.
Y qué mejor manera, en este caso y antes de concluir, en el que la homosexualidad es considerada un delito, y en honor a Braibanti y a la fidelidad de Amelio hacia la verdad, que recordar un verso de Pier Paolo Pasolini.
«Si vuelve el sol, si desciende la tarde,
si la noche tiene un sabor de noches futuras,
si una tarde de lluvia parece volver
de tiempos tan amados y nunca del todo poseídos,
ya no soy feliz al gozarlos o sufrirlos:
no siento ya, frente a mí, toda la vida…»