En su tercer largometraje, el director húngaro Gábor Reisz se adentra en los días previos a los exámenes finales de Abel, en los que trata de apurar sus estudios y, de paso, descubre sus sentimientos por Janka, su mejor amiga. Sin embargo, todo se va al garete cuando llega el día de su último examen y se queda completamente en blanco, añadiendo a la vergüenza que es el único estudiante en años que suspende los finales en ese instituto. Encontrando una excusa inesperada en el comentario sorprendido de Jakab, su profesor de historia izquierdista, al observar la escarapela que lleva en su traje, el resultado de su examen termina convirtiéndose en un escándalo nacional que Abel alimenta de manera consciente para evadir su responsabilidad.
Narrada en capítulos introducidos por intertítulos, y que permiten observar los puntos de vista de cuatro personajes centrales (Abel; Jakab; György, el padre ultraderechista de Abel que vuelca sus exigencias académicas en un hijo que no muestra el mismo interés; y Erika, la periodista que descubre y publica sobre el caso y halla el éxito profesional de la noche a la mañana) en diversos momentos de la narrativa, el aspecto fragmentado que resulta, y que en diversas ocasiones no sigue una linealidad temporal, parece evocar al de una reconstrucción de hechos a través de sus piezas; sin embargo, la cinta no destaca por una estructura particularmente no lineal y sus juegos con saltos temporales y perspectivas aparecen contenidos en un hilo narrativo fácil de seguir y de una causalidad inmediata durante la mayor parte de su metraje. De este modo, lo que se encuentra en esta película, a grandes rasgos, se puede prever y bebe de muchas otras historias en torno a una pequeña mentira que se vuelve un asunto de debate público gracias a la labor mediática.
Por este motivo, El caso Abel Trem, a pesar de sus intentos por presentar al menos algunas cosas de una manera visible y llamativamente distinta, no destaca tanto por su forma y estructura como por su contenido discursivo; es decir, lo que expresa al respecto de la sociedad húngara moderna, su ‹establishment› político de extrema derecha, sus modelos de identidad nacional y la relación de visible desencanto y desprecio forjada tanto con su propia historia como con sus vecinos de la Europa occidental en el presente. Es un cóctel denso que, más allá de ideas genéricas, contiene detalles que, como alguien sin relación emocional con Hungría y su sociedad, considero que se me escapan; pero es en cualquier caso muy interesante e incide en sus rencores y en sus profundos cismas ideológicos, por medio de un bulo periodístico que se magnifica en la medida en que apela a estos. La carrera de Erika asciende meteóricamente pese a su trabajo deficiente —nunca contrasta con la versión de los profesores—, mientras que Jakab ve amenazadas su vida y estabilidad, y las viejas fricciones entre este y György resurgen a raíz de la noticia. Por otro lado, Abel va lidiando con unos remordimientos cada vez más difíciles de soportar, en especial cuando Janka le echa en cara su actitud.
Reisz, en su condena firme tanto de los bulos como de los sesgos cognitivos que permiten que una mentirijilla adolescente se convierta en un asunto de Estado, señala claramente en Jakab a una víctima, alguien que se encuentra ideológicamente en las antípodas de su sociedad actual y que causa un recelo que es combustible para las difamaciones. Sin embargo, Jakab no es una víctima perfecta y la película señala muy bien cómo su indefensión e incredulidad le llevan a moverse con torpeza, echando más leña al fuego cuando debe apaciguar y siendo incapaz de articular una respuesta coherente. La película, en ese sentido, expone los estragos de la desinformación también a un nivel individual y emocional, mediante la plena desarticulación de su víctima y la explotación de sus imperfecciones, no como una transferencia de culpa sino como una demostración de la fragilidad que todos mostramos frente a la presión social y que el sensacionalismo periodístico expone sin escrúpulos.
El caso Abel Trem es un estudio muy elocuente sobre el efecto de los bulos y de las bolas de nieve que generan, que apela a un sentimiento de impotencia por un lado y de vergüenza creciente e insoportable por otro. A este nivel, su eficacia no deja lugar a dudas, aunque no deja de incidir en un desarrollo emocional que no por pertinente es menos recurrente, dando la sensación de que esto ya se ha visto en numerosas ocasiones. En ese sentido, no creo que su narración requiera innovar para ser efectiva; es más, considero que funciona mejor cuanto más convencional se siente y más apela a estructuras conocidas. El problema, y lo que desluce ligeramente el resultado, es que parece tener la intención de hacerlo, de manera tímida y ocasional, en su forma, y esto genera una expectativa que no se termina de cumplir. La película que queda de esta pretensión irregular es sin duda peor de lo que podría haber sido sin ella, pero no socava los méritos ni la pertinencia de una historia como esta.