¿Sueña el personal docente francés con la industria del cine? La respuesta es una incógnita aunque, viendo la cantidad de largometrajes de ficción o documentales que tienen como protagonistas a profesores, alumnado, la escuela pública y universidades galas, cabría la posibilidad de una contestación afirmativa. Sobre todo porque la corriente de films que se sitúan en centros escolares tutelados por educadores heroicos llenos de ideales, dedicación plena a los alumnos y voluntad de superación están en el cine prácticamente desde que nació el séptimo arte. Atendiendo a la cinematografía de distintos lugares, se pueden hallar ejemplos de la vertiente escolar, del melodrama o del drama costumbrista, en casi todos los países. Aunque los films más reconocidos provienen en gran parte de Estados Unidos, con preponderancia de actores y actrices en el rol de profesores, nominados a sus premios gordos de la Academia. También del cine chino, del japonés, más el de varios países europeos del este. Todos ellos aportan otros casos de films canónicos del subgénero. Pero si hay un estado que domina por encima de todos los citados, este no es otro que Francia. A la reciente Una razón brillante se suma este mes de abril El buen maestro, una traducción —más ficticia que libre— del certero título original Les grands esprits, un título esperanzador para esas grandes mentes que forman el grupo de alumnos díscolos, en un instituto suburbial parisino, adolescentes a los que se confronta el profesor de literatura François Foucault, durante un año en el que se le traslada desde el Henri IV, uno de los mejor instituto de París, para ejercer como profesor y tutor de la clase. La mayor diferencia entre la película de Yvan Attal es que parte de un guión con grandes posibilidades, acerca de un profesor cascarrabias, asocial y a punto de perder el empleo, casi un personaje de Molière como El avaro, interpretado por Daniel Auteuil. Profesional en liza con una joven alumna de familia árabe —Camélia Jordana— que quiere estudiar Derecho. Los dos se retan dialécticamente durante las clases. Un film que progresaba desde la comedia hasta el drama social, desaprovechando todo el potencial de la historia y la química de ambos protagonistas.
La ventaja del film de Olivier Ayache-Vidal es que, usando todo un material propio de derribo, que parece ser una recopilación de situaciones, personajes y diálogos extraídos de una filmografía tan extensa sobre las relaciones de profesores fuertes con sus alumnos airados, El buen maestro mejora a medida que avanza su metraje. Desde el principio la voz en off del protagonista se superpone a la pantalla en negro con los primeros títulos de crédito, descalificando uno por uno a los alumnos de la clase de literatura, con tanta sorna como justificación, en un arranque que recuerda otros como los de En la casa o La clase, el film de Laurent Cantet del cual retoma también el período temporal de un curso completo. Estas similitudes se acrecientan por el empleo de la cámara inestable, propia de un documental, en las primeras secuencias. Pero el elemento que perturba un poco la trama es el encuentro y comida posterior de François con una funcionaria del Ministerio de Educación, unas escenas que van del flirteo por parte de él, a la propuesta coyuntural que le hace la ministra para que se traslade al instituto de los suburbios. Quizás el esquema fabuloso de El príncipe y el mendigo resulta un poco forzoso para que se desarrolle la película, pero al menos la distingue respecto a otras producciones coincidentes.
Una vez que la cinta se ubica en las afueras de París, concretamente dentro del instituto, el film va creciendo en interés, sin salir de la línea marcada por el profesor experimentado y fuera de lugar, que se transforma en un entorno levemente hostil, sin resultar amenazador ni agresivo. Los mayores aciertos son la diferencia de edad entre los profesores del claustro, a los que supera en una generación François, cuando los demás son docentes que rozan la treintena, secuencias que acreditan la forma de imponer la disciplina de un profesor veterano que trata de solucionar todo cara a cara con sus alumnos, frente a otros menos experimentados que piden a la mínima desobediencia un consejo disciplinario. Otra de las virtudes del film es situar la cámara siempre al nivel de los personajes, adultos y menores, sin burlas, ni señalar los defectos de ninguno. Tal vez lo más estimulante del largo sea su adscripción a la comedia como tono y solución al conflicto. Cuando el drama se asoma por alguna secuencia, el golpe de humor espera con el corte al siguiente plano.
Al final no hay encuadres o imágenes que destaquen del conjunto del film, ya que la propuesta visual es funcional, solo ilustrativa para poder desarrollar el guión. Pero el montaje marca un ritmo con estructura lineal de tiempo que fluye alegremente, durante una hora y tres cuartos, sin bajadas de interés. La evolución del profesor y el alumno más travieso, Seydou, crece con cada nueva secuencia sin resultar artificial ni edulcorada. Son estas escenas compartidas y sus enfrentamientos, los momentos que más perduran en la memoria tras terminar la película. El cineasta, autor también del guión a partir de una idea de Ludovic du Clary, saca buen partido a una historia que ya conocemos de otros films, pero que lleva con pulso firme, respeto a los personajes y al público, con una convicción impropia de un debutante, sin titubeos, sin traicionar el desarrollo del guión ni su puesta en escena. Tomando nota del Truffaut de La piel dura antes que El pequeño salvaje. Un film sin nada nuevo que contar, pero tratado con la suficiente personalidad como para parecer distinto a todos sus referentes.