Václav Svankmajer ha heredado de su padre, el mítico animador checo Jan Svankmajer, no sólo el placer por la artesanía del stop-motion, sino una sensibilidad poética netamente oscura y decadente, a menudo puesta al servicio de metáforas o parábolas que pretenden revelar las cualidades más contradictorias, paradójicas y/o conflictivas de la vida humana o de la sociedad en la que vivimos. En El aventurero, su tercer y último cortometraje hasta la fecha, Svankmajer propone una narración alegórica de leve aroma medieval ambientada en un lugar y un tiempo indeterminados. Imbuida por el misterio y por una penetrante sensación de peligro, la trama se propone explicar el orden natural de la vida como resultado de un brutal sacrificio individual, convirtiendo la sangre del ‘privilegiado’ rey caído en combustible terrenal. Una visión enormemente inquietante del funcionamiento de las cosas que rima con el pesimismo (a menudo teñido de un humor negro como la pez) que caracterizó gran parte de la obra de su padre, igualmente inclinada a revelar la podredumbre que se esconde baja todo lo que brilla (o bajo todo lo que nos parece normal).
Haciendo acopio de una elegancia y delicadeza fuera de toda duda, Václav Svankmajer construye un escenario sórdido y fascinante que bebe no sólo del universo malsano del autor de Dimensiones del diálogo, sino de los mundos corrosivos de otros insignes animadores europeos como Jirí Trnka o los hermanos Quay, artistas que hicieron de la oscuridad y la decrepitud dos de los principales motores creativos de sus particulares y reconocibles poéticas. El aventurero del título se sumergirá, así, en los pasillos de un tenebroso castillo gobernado por la maliciosa mano de un puñado de bustos femeninos vivientes, criaturas inhumanas que sembrarán el camino de trampas de diversa índole, emparejando el relato con episodios legendarios como los de Hércules y sus doce pruebas o Teseo dando muerte al Minotauro en el célebre laberinto.
Hermosa y pausada, la película pone de relieve la capacidad inventiva de nuestro hombre a través de una puesta en escena considerablemente imaginativa, repleta de encuadres muy cinematográficos y regida por un tempo muy bien medido, que logra mantener el interés y la tensión del respetable siempre en un punto alto. Asimismo, la animación, sin contener tantos elementos simbolistas y oníricos como la de su padre, resulta siempre sugerente y virtuosa, funcionando como perfecto vehículo de expresión para la particular fábula oscura imaginada por su autor, cuya implacable circularidad encaja como un guante con el tono macabro y mortecino que domina estéticamente la narración. El resultado es una miniatura lírica y tenebrosa que atrapa por la exquisitez de sus formas, lo enigmático de su contenido y lo lúgubre de su conclusión. Una pequeña joya animada que confirma que, a menudo, el talento y la sensibilidad pueden ser elementos felizmente hereditarios.