A estas alturas hay que preguntarse qué reacción pretende Eduardo Williams encontrar en el espectador. Porque a veces pareciera que cada nueva propuesta es un ‹reboot› de la anterior con algún que otro detalle novedoso en cuanto a lo técnico, pero al fin y al cabo seguimos en una constante de recorridos eternos, sin principio ni fin, divagantes, que por momentos son maravillosos y absorbentes, y en otros gratuitos y bastante confusos en cuanto al qué; más teniendo en cuenta los toques ficcionales, porque aunque hay un aura documental muy marcada (que a veces incluso rompe con la cuarta pared de manera incómoda), la mayoría de los diálogos están improvisados en base a nociones bastante generales tanto de lo contemporáneo como de lo onírico.
En pocas palabras, esta obra es un recorrido; por costumbre se diría “la historia es…”, pero aquí no hay historia, ya que a pesar de la duración y los personajes no hay un desarrollo de trama, sin que esto sea una crítica en sí misma. De hecho, se podría argumentar que parte de la gracia de la propuesta es su negación del desarrollo, de la convención narrativa; los sujetos se mueven… e interactúan, pero sus charlas se dispersan en sinsentidos, y los sinsentidos refuerzan el no avance. Teniendo en su título el número 3, es imposible no relacionar esta obra con sus precedentes, porque curiosamente esta tercera parte (ilusoria en su noción de “tercera”) está aún más desprovista de imposturas que El auge humano original, donde la obsesión por el recorrido supera la pretensión de cualquier discurso. Aunque quizás haya un punto temático fundamental a pesar de lo vago en su planteamiento, y es que todos los personajes son jóvenes habitantes de países subdesarrollados, jóvenes que se intercambian entre las diferentes regiones y se mezclan en los diálogos como si los distintos idiomas fueran perfectamente comprensibles por los extranjeros a pesar de las diferencias regionales.
Es esto último lo que hace difícil comprender esta cinta como un ejercicio puro de experimentación formal, pues en la obra al final subyace algún valor esencial postmoderno difícil de dilucidar quizás incluso para el mismo realizador, un estado sistémico de alienación en el que los sujetos nunca se sorprenden ni re-orientan a pesar de todo lo delirante que los rodea. Pero, por supuesto, esta es una interpretación que puede pecar de sobreanálisis de lo visto.
En el apartado técnico resalta el hecho de que la cinta se filmó con una cámara de 360 grados que permite en postproducción reencuadrar los planos a conveniencia generando en varias ocasiones un efecto curioso de difusión o deformación de los rostros y el espacio, haciendo en cierta manera de la cámara un arma con la cual jugar, a lo que también se suman la forma de integrar en la imagen el CGI como el uso del croma. La edición amerita asimismo una valoración particular, pues en ocasiones choca su ordinariez, introduciendo escenas de insertos de manera abrupta entre otras o jugando con las proporciones y las distancias de la imagen sin temor a perder resolución, lo que por momentos confiere a la obra una sensación de no estar terminada, de ser apenas un avance de montaje.
Si se toma El auge humano 3 meramente como una experiencia onírica y de tránsito a través de las distintas geografías, esta puede ser una experiencia amena y gratificante que gracias al aura contemplativa y realista del estilo de Williams permite al espectador formar parte a través de su duración de mecánicas disímiles que, a pesar de su inverosimilitud, aguardan una conexión sólida con lo cotidiano. Pero quien espere una reflexión más concreta alrededor de alguna problemática conexa con los países y las juventudes retratadas es posible que se sienta un poco frustrado, o incluso para aquel que pretenda sustraer una novedad mayor en cuanto a la apuesta narrativa y temática del realizador.