Nada mal le fue a Federico Veiroj con El apóstata en la reciente última edición del Festival de San Sebastián. Primera película del cineasta con producción española, además de uruguaya y francesa, a la cual se le otorgó el premio FIPRESCI de la crítica internacional y, además, de la mano de Paprika Steen, quien presidía los votos de la Sección Oficial, la Mención especial del jurado. Nada más y nada menos.
El calvario por apostatar queda reflejado en la película de Veiroj a través de Tamayo, interpretado por Álvaro Ogalla, coguionista del filme y amigo del director, el cual queriendo dejar a un lado su vida pasada decide renunciar a su fe católica y poner todo su empeño en que su nombre no salga reflejado en los libros de registro de la Iglesia. Interpretaciones como las de Vicky Peña, Marta Larralde, Kaiet Rodríguez o Bárbara Lennie complementan esta película cuya premisa parece funcionar hasta que, desafortunadamente, llega al juego entre lo cómico y lo inadmisible. El protagonista, un bohemio vividor que no siente apatía por la vida, de repente, mediante pinceladas de humor absurdo y otros tantos momentos de disparate, obtendrá fuerza de valor para levantarse de la cama y ocupar sus días enteros en conseguir apostatar. Los impedimentos claros que le implantará la burocracia eclesiástica no harán mella en su empeño ni en su interés. Como en el anterior trabajo de Veiroj, La vida útil, encontramos otro momento de cambio en el personaje, de liberación ante una situación límite que parece no tener remedio; aunque en el caso de El apóstata, el tono es más bien agrio y rígido.
El trasfondo del personaje funciona, inquieta y, a su vez, atrae, pues se trata de un treintañero anclado en su juventud, incapaz de comprender el paso del tiempo entre las relaciones humanas y sin oficio ni beneficio, algo inconcebible para los jóvenes de hoy en día. Sin embargo, cuando se le introduce en la mente la idea de apostatar, sentimos cierto respeto y apoyo a su causa. Hasta aquí todo puede parecer propio de una película grandiosa, pícara y polémica en ciertos aspectos. No obstante, y muy a mi pesar, la elección del personaje protagonista es lo que falla ante todo en la cinta, y con ello tira por la borda los ochenta minutos de metraje. No es excusa la evidente inexperiencia de Álvaro Ogalla, pues para realizar un papel omnipresente se precisa de algo más de talento, carisma y chispa. Ni siquiera en las partes en las que parece estar durmiendo son creíbles. Destacables son las excasas apariciones a cuentagotas en escena de Bárbara Lennie, mujer con tablas, camaleónica y verosímil, que vuelve a Donostia tras ganar la Concha de Plata en la edición anterior. Quizás es el acierto asegurado que Veiroj sabía que iba a tener la cinta.
El apóstata es una película de momentos, no destaca en su conjunto. Sin embargo, la idea parece haber funcionado, y es que toca un tema cálido en nuestra cultura como es el bautismo que se nos practica cuando no tenemos capacidad de decidir, algo que sucede rápido y sin complicaciones, pero a la hora de querer renunciar por nosotros mismos, en nuestro justo juicio, todo es burocracia y papeleo para después tener que seguir luchando. De todos modos, aunque la iglesia precise de asuntos en los que la crítica y la denuncia puedan llegar a cuestionarla, no merece una película tan malograda.