Me proponen en Cine Maldito, mi casa, su casa, la casa de todos (menos la que Jack construyó) que hable de El año de la plaga sin adjetivos calificativos ‹extreme›, ni improperios que dicho producto sin duda merece. Un reto tan entretenido (no como la película en cuestión) como difícil de ejecutar. Sin embargo aquí hemos venido a jugar, y más si estamos en el Festival de Sitges, hogar de grandes películas pero también de broza de nivel inconcebible como esta o la maravillosa The Unthinkable.
El año de la plaga rinde homenaje no solo a La invasión de los ultracuerpos sino que toma consciencia de sí misma, como si fuera Skynet, y despliega una auténtica plaga fílmica capaz de convertir a la audiencia en auténticos clones vegetales sin más aspiración que hacer un poco la fotosíntesis para sobrevivir a la conjunción más o menos ordenada de fotogramas que les pasan por delante.
Se podría decir que de alguna manera involuntaria el film consigue dos de sus grandes objetivos: por un lado ser gracioso poniéndose al nivel de obras magnas como Manos a la obra (asaz joya de la historia de las series patrias) y por otro cumplir con la metareferencialidad pero no precisamente por sus continuos chascarrillos sobre cine sino por el comentario sobre la estructura de cáscara vacía de los clones que se asemeja en grado sumo al del guión de la película.
Podríamos haber incluso asistido a uno de esos productos que ni que sea involuntariamente hace del lol su bandera y convierten una proyección en una auténtica fiesta, pero ni con esas. Ya que no tienes un guión decente, ni una factura de mínimos, qué menos que poner un reparto lo más loco posible, yo que sé, con un Dani Rovira a quien odiar o una suerte de Nic Cage patrio desbocado hasta para ir al lavabo; pero no, en su lugar un reparto random, desganado, que no cree en lo que está haciendo y que se mueven por la pantalla en modo funcionario esperando la hora de fichar (el descanso del desayuno o la salida, tampoco pensemos en ansias por empezar a trabajar).
Resumiendo, a veces es mejor no entrar a ver según qué, aún a sabiendas que lo que te espera no es precisamente El Gatopardo de Visconti. Lo paradójico del tema es que es una de esas situaciones en las que cubrir expectativas no genera una sensación de alivio sino más bien la contraria, es decir, de almorrana molesta sin visos inmediatos de poder aplicar la crema correspondiente. Cierto es que el material de origen tampoco era para ganar el premio Nobel de literatura, pero como mínimo ofrecía algo sólido a que agarrarse, una historia no original pero que no necesitaba del chascarrillo para su construcción fundamental. Algo que los responsables de versión cinematográfica (incluido Marc Pastor, escritor de la obra) han lanzado directamente al contenedor de reciclaje verde (no han acertado ni con el hecho de que el papel va en el azul) haciendo imposible reconocer no ya la obra sino cualquiera de las bondades que aquella pudiera tener.