Una casa repleta de post-it de colorines, unos sinuosos movimientos de cámara y lo que bien podría ser una declaración de intenciones formal queda confrontado ante una desorganizada habitación de hotel en la que no sabes en que momento ni de donde puede salir una muchacha. Si bien esa presunta declaración de intenciones resulta difusa debido a la contraposición, sus dos protagonistas están más que presentados… o quizá no; aunque baste con echarles un vistazo como para terminar reconociéndolos en un marco no muy extensible: ella, rubia, estilizada y algo pija, ávida de que su novio termine sus frases y asienta a cualquier petición; él, con pinta de no haberse duchado en un tiempo, barba de dos días, gafas de sol y aspecto un tanto chabacano, como del típico gañán cuyas intenciones sabes que no pueden ser del todo buenas.
Quien hubiese pensado mal, acertará, aunque Castagnetti no dispone los elementos y el avión de pasajeros como único contexto para mostrar el nacimiento de una historia de amor, sino para mostrar cómo se retoma, o algo así. Sea como fuere, el contraste entre los personajes centrales deja de ser tal al conocer que ya había habido un contacto anterior (por nimio que fuera), así que el francés tiene en él la excusa perfecta para no envalentonarse con la premisa de desarrollar la historia amorosa en un avión, y recurrir a los sobreestimados flashbacks, cuando no pesadillas y otras gaitas.
Si algo hace bien ante ese panorama, una vez sabemos malgastada la premisa, es enlazar los retales a modo de flashback con el presente, con el momento que nos ocupa en el relato, vaya. No obstante, los aditivos estilísticos son lo de menos en lo que se supone debiera ser una comedia romántica (a juzgar por la ajustada pero clarificante galería de secundarios), y aunque ese mentado contraste debería forzar situaciones más cercanas a una película de Dany Boon que a una película gala de miras refinadas, lo cierto es que nos encontramos ante una patente falta de ideas y/o recursos al desarrollar esa faceta, que sirve más bien para definir las avenencias/desavenencias de esa pareja en lugar de para dotar del picante adecuado a una propuesta que saldría mejor reforzada con unas gotas (más) de humor.
El humor, ya que no sobresale si nos centramos en la pareja protagonista, bien debería encontrarse en algún lugar, como por ejemplo los siempre socorridos secundarios; y lo cierto es que trazas hay, una intención de que el amigo «loser», la madre desconfiada y algún que otro personaje más de el do de pecho existe. Pero una cosa son las intenciones, y otra los resultados, que aquí quedan en clara evidencia. No tanto porque los actores al frente no den la talla, de hecho hay una particular química entre Sagnier y Bedos, y esos secundarios para nada desentonan, pero los intereses de Castagnetti van en otra dirección, y quizá ello devalúe el resultado final.
Tanto es así que el cineasta termina creyéndose su rol como confabulador de un romance imposible, y entre injertos salidos de un anuncio de Channel, interludios musicales que van de estilizados e incluso algún coqueteo con el cine de Michel Gondry (!), uno termina por perderse un poco. Se agradece, no obstante, que en El amor está en el aire se evite esa típica ñoñería que podría repeler a más de uno, y aunque en su lugar se opte por prácticamente santificar a los personajes, como mínimo el film huye de la sensiblería y tiene claros sus objetivos. Que en su conclusión se aleje de ranciedades varias y ese conservadurismo del que hacen en ocasiones gala algunos títulos de caracter romántico (véase Les doy un año), es un incentivo más para enfrentarse a un film que se ve sin torcer el gesto (a no ser que las ínfulas formales de Castagnetti mortifiquen a alguien), pero al que no le habría venido mal un tanto más de chispa.
Larga vida a la nueva carne.