«Como una ola, tu amor llego a mi vida…»
Rocío Jurado, la más grande, después de ver Kimi to, Nami ni Noretara
No es la mejor manera de empezar una crítica, pero no quiero dejar pasar la ocasión de felicitar a quien corresponda, en especial a SelectaVisión, por traer una cinta como El amor está en el agua, Kimi to, Nami ni Noretara en su título original. Yo, que me alimento de mis rumanos y mi cine de dos personas en silencio mirándose las caras mientras suena la tele de fondo (Dios mío, lo acabo de escribir pero ya me imagino a uno de mis directores predilectos recogiendo un premio en Cannes por una peli así), entiendo que cualquiera que devore y deguste un cine que llega con cuenta gotas a nuestras pantallas se entusiasme con jolgorio y alegría ante pequeños estrenos como este.
Seguramente tampoco sea lo ideal continuar con una reseña confesando que la obra del cineasta Masaaki Yuasa me pilla irremediablemente en otra época de mi vida, que con una década menos pudiera haber entrado en su universo de cabeza a la piscina (tarjeta amarilla por el mal chiste), y que parece una cinta muy enfocada a un público muy determinado, el juvenil.
Lo cierto es que acaba de releer este último párrafo y no quedo satisfecho conmigo mismo. Siendo una observación sincera, no me gustaría transmitir desprecio por esa cosa llamada cine juvenil, como si yo mismo no disfrutara de esta más que difusa categoría. Pero vamos al meollo de la cuestión. El amor está en el agua tiene muchísimos elementos que mencionar, sus aciertos y fallos, pero sobre todo, y va sin intentar mirar por encima del hombro a nada, cursi a no más poder. Avisado queda el personal.
¿Esto es malo?
Nunca. Es su ADN. Entras o no. Se ve venir. Que se estrena el día de San Valentín gente, tampoco vamos a tirarnos a un pozo (segunda tarjeta amarilla por el chiste. Dos más y a la calle).
La obra arranca con rapidez mostrando la relación entre los personajes principales. Ya se sabe la regla, si en los primeros 10 minutos una pareja se enamora y va bien, en breve todo se va al garete. Respuesta dramática negativa, fin del primer acto y todo eso.
Lo que acontece es una obra fantástica sobre la aceptación de la perdida, el amor más ñoño y/o puro que se pueda imaginar y un puñado de personajes apenas descritos pero que funcionan a las mil maravillas, aunque a ratos se observan las costuras o los hilos del guionista sometiendo a nuestros personajes a situaciones por exigencias del guión más que de manera natural. Todo ello con una melodía pop que puede cautivar al personal pero que no puedo dejar de observar como metido con calzador desde producción.
Estamos ante una obra muy ligera, que narrativamente intenta hacer algunas piruetas en su parte final con resultado desigual o ya visto. No obstante, entre el tono amable con toques dramáticos y cómicos que sobrevuela por debajo del gran romance, la cinta va hacia un final que desde el principio todos esperábamos.
Uno de sus puntos fuertes para sus fans, a parte de la banda sonora que comentaba antes, es una animación salpicada de colores vivos, que llega a transportarnos a un verano del amor en toda regla.
Todas las escenas parecen dispuestas para potenciar el romance y, en general, no desentonan mientras la relación entre Hinako, la chica protagonista, y Minato, nuestro intrépido bombero, es de lo mejor de la obra junto la subtrama de los secundarios. También es cierto que las casualidades varias y el pasado de antaño que regresa aparece como porque sí, sin dejar respirar al relato.
En resumen, su público puede quedar más que satisfecho gracias a los aciertos y al tono de la obra, que los hay a raudales (una más, y para casa, ojito).
Por último, no deja de parecerme curiosa la reacción de esos críticos veteranos, a los que un amigo apuntó como “la fiel infantería”, observando la película como se mira a unos pingüinos por Triana en pleno Agosto. Maldita sea, qué viejos nos pillan a algunos este tipo de obras.
Un jarro de agua fría para ellos.
Penalti y expulsión.