La voz de Chavela Vargas fue una de las más reconocibles durante el pasado Siglo XX. Costarricense de nacimiento y mexicana de nacionalidad, Chavela siempre tuvo un lazo muy especial con España a través de varios artistas como Sabina, Serrat o Almodóvar. Poco antes de su fallecimiento (agosto de 2012), el director y bailaor Rafael Amargo cruzó el Atlántico hasta Ciudad de México en busca de la cantante para rodar un documental que recogiese sus últimos sentimientos en una larga y productiva vida.
Sin embargo, pese a lo que pueda parecer por el título y el cartel de la película, no sería un error señalar que el documental está más centrado en la figura de su director que de la teórica protagonista. Es cierto que un recurso muy utilizado en la historia del cine de no ficción es el de seguir los pasos del documentalista para llegar hasta el documentado, pero en esta ocasión descubriremos que Amargo va mucho más allá y se autodeleita con alguna escena que, en el conjunto de la obra, posee una aportación más que dudosa.
Más allá de este asunto, Amargo ha sabido manejar muy bien los tiempos del documental. Pese a que el mismo niega ser “un director al uso”, la estructura de su obra sigue el canon establecido en la materia, con un comienzo alentador y un final que busca la lágrima del espectador. En el núcleo central, explora el alma de la protagonista a través de una entrevista profunda, con mucha carga emocional en ambos personajes, pero quizá algo excesiva en cuanto a su duración.
Chavela está acompañada en este relato por algunos de sus allegados que le acompañaron durante su carrera personal y profesional. Aunque, si nos atenemos a lo que relata durante la mayor parte del metraje, su verdadero sueño hubiera sido pasar más tiempo con Federico García Lorca. El poeta murciano está muy presente a lo largo de la obra e indirectamente protagoniza una de las escenas más emotivas, cuando una muy humana Chavela lamenta su temprana muerte. Una carta de Lorca es la excusa que utiliza de Amargo para abrir el documental, pero por desgracia, la escena donde se revela su contenido pasa muy de puntillas en la cinta.
Un aspecto brillante de la obra de Amargo es la utilización de la música. Se nota que el director conoce a la perfección este mundo, porque cada tema suena cuando las imágenes más lo piden, Chavela se arranca a cantar aquella memorable canción justo cuando los ojos de sus espectadores más leales están a punto de ceder. La emotividad del documental es palpable, no es el medio sino el fin de la misma.
Eso sí, hay que tener en cuenta que es mejor conocer bien la obra de la cantante antes de ver la película. No es este un caso como el de Searching for Sugar Man, donde era más recomendable saber lo menos posible para ir descubriendo a Silvio Rodríguez en cada minuto. Esta vez, cuanto mayor sea el grado de conocimiento acerca de la cantante, más se disfrutará de la obra de Amargo. Es evidente que el director ha querido rendir su tributo a Chavela sin tener en cuenta a las generaciones más jóvenes, que en su mayoría desconocerán el personaje, y se ha centrado en aquellos que años atrás vibraron con su música.
El amor amargo de Chavela es, muy posiblemente, el último documento audiovisual en el que podemos oír una voz que durante más de 90 años sedujo a millares de personas en todo el mundo. Rafael Amargo quedará en la memoria como uno de sus últimos testigos. Más allá de la calidad cinematográfica, lo que no se le puede negar al director es su don de la oportunidad. De la bendita oportunidad, en este caso.