Hemos conocido a muchos James Bond, en ese indeterminado momento en el que la experiencia y la elegancia los convertía en el hombre idealizado al que encomiar difíciles tareas. Pero cada uno de ellos ha pasado al olvido (como agentes especiales) en cuanto han alcanzado cierta edad. Desconocemos al Bond anciano, al jubilado y desgastado galán con suficiente pericia como para salir de cualquier embrollo quejándose de achaques varios, cambiando el estimado cóctel agitado por algo con menos glamour y más potencia. Simplemente nos han negado su existencia, o al menos lo han intentado hasta que Maite Alberdi, siempre afín a trabajar con la experiencia de la tercera edad, nos ha presentado a Don Sergio. El gran caballero de finos modales. El agente topo.
En ese camino intermedio entre la ficción y el documental, esa genial interpretación de la realidad con una ligera manipulación a golpe de guion, se gesta una trama en la que un anciano hiperactivo tiene la oportunidad de convertirse en un espía de primera. Nos divertimos viendo su preparación, y esperamos con un entusiasmo que se va mimetizando con el del protagonista a que pueda comenzar su nuevo trabajo, probando nuevas tecnologías, congraciándose con los compañeros, sintiendo el reto en sus carnes. Es aquí cuando todo escapa al control de una historia pactada, y el libre albedrío hace acto de presencia al traspasar las puertas de ese hogar de personas mayores, donde debe acercarse a una de sus habitantes y controlar si su estancia es la adecuada.
La sencilla tarea se torna en una aventura donde las emociones florecen como una primavera cualquiera. Don Sergio es un caballero, indagador nato, ojos y voz de este dilema, y nos encandila con su forma de introducirse como uno más en la residencia. El hombre que en un inicio se siente ajeno al lugar en el que se encuentra, que mira con ojos golosos a su alrededor para indagar en la obra y milagros que compone la estancia del resto de residentes, llega a un punto en el que empieza a sentir. Y así nos sumergimos en la revolucionaria visión de la realidad.
El agente topo irradia un sentido muy íntimo frente al olvido, la familia, la soledad. Don Sergio es una herramienta con la que romper ciertas barreras, no para comprender lo que pasa en un caso concreto, sino para someternos a un examen de conciencia sobre las distancias que la vida decide tomar por sí misma. No hay sentimentalismo rebuscado, ni siquiera el paternalismo o condescendencia sobre un tema que se conoce y en muchos casos se ignora. Por contra, a través de un supuesto juego de intromisión, la vida se abre paso y nos invade, una vez más, a través de la cotidianidad. No lo hace desde la comodidad del anónimo que se encuentra tras la cámara, sino que encontramos esas verdades en la mirada del cómplice, aquel que interactúa en todo momento con la historia, resultando un regalo contar con este filtro que reacciona a todos los estímulos que recibe.
Maite Alberdi consigue con El agente topo una película excepcional, un acercamiento a los olvidados por el tiempo que nos inunda y a la vez exprime con contundencia, resultando un bello y en ocasiones oscuro relato con un gran ‹gentleman› adictivo y locuaz que viste de gala algo tan sencillo como el hecho de hacerse compañía los unos a los otros. Cómo hacer grande el indagar entre los más cercanos para conseguir las mejores e insólitas historias, toda una proeza de la improvisación.