Hay muchas maneras de explicar a menudo las razones por las cuales una película funciona o no. En el caso de Eismayer casi podríamos hablar de una conjunción astral de elementos: una potente interpretación, un tema comprometido (que a la vez es basado en hechos reales) y un abordaje del asunto que no tiene tapujos. Todo ello también podría desembocar en un resultado regular, por así decirlo. Un producto que cayera en la pornografía sentimental, en la forma de pivotar sobre el protagonista obviando matices o en una reivindicación grosera del colectivo LGBTQ.
Si bien es cierto que un inicio el personaje de Eismayer puede parecer histriónico, exagerado, algo así como un “sargento de hierro” pasado de vueltas (que ya es decir) no deja de ser un recurso acertado para entender mejor el proceso interno del personaje, la lucha interior que padece y el sufrimiento ante su sexualidad reprimida. De alguna manera toda la violencia que muestra toma otro carácter. Ya no estamos ante una especie de psicópata unidimensional sino ante a alguien que no sabe cómo canalizar su frustración.
Desde luego que esta no es una historia de amor normal dado el contexto en el que se desarrolla y las dificultades intrínsecas al mundo militar. Sin embargo nada parece artificial ni forzado. Ni se exagera el trauma, las dificultades o el posible acoso ni se cae en una dulcificación del asunto. De hecho, el proceso es retratado con una naturalidad que implica unos tempos donde las cosas “suceden” por así decirlo no con ánimo determinista o por capricho del guión. Es en este sentido donde se aprecia más la capacidad de David Wagner, director de la obra, en saber mantener la distancia emocional justa con sus personajes y su historia. Un juego de equilibrios meritorio dada la dificultad que entraña y más tratándose de un debut.
Cierto es que hay pequeños deslices que ponen de manifiesto la condición de ópera prima tales como la necesidad de reiterarse en algún recurso (por ejemplo la elipsis) que funciona a veces perfectamente y en otras parece sencillamente una necesidad de hacer patente que es un tropo formal del agrado del director. Algo así también acontece con el desarrollo dramático en su último tramo, donde se suceden ciertas repeticiones que hacen que haya una sensación de estancamiento, como si Wagner no supiera muy bien hacia donde ir después de lo brillante de su punto de partida.
A pesar de ello esto no supone en absoluto un retroceso en cuanto a la capacidad de generar emoción y empatía por unos personajes que podrían ser (y son) en cierta manera antipáticos y bastante impermeables a lo emotivo, tanto en la forma de generarlo como de recibirlo. Quizás precisamente por ello Eismayer es capaz de ser un producto áspero y al mismo tiempo enternecedor. Un film compacto en cada uno de sus aspectos, que va directo al grano y que posiblemente consigue más a nivel reivindicativo a través de sus aristas que ciertos discursos purpúreo en lo exaltado y plúmbeos en su contenido.