«I’m unclean, a libertine
And every time you vent your spleen,
I seem to lose the power of speech,
You’re slipping slowly from my reach,
You grow me like an evergreen,
You’ve never seen the lonely me at all»
Without You I’m Nothing, Placebo
Egon Schiele, el hombre de anatomía y espejo, una constante mirada al desnudo y la intimidad, de vida efímera, con la disposición de liderar el expresionismo austriaco, sin siquiera llegar a disfrutar de ello. Añadamos su amistad y devoción por Gustav Klimt y tendremos al personaje perfecto para crear una historia de pasión artística a través de sus numerosos trabajos. Carne de película.
Es un momento donde los biopics de los grandes nombres del arte son una constante cinéfila, cuando Van Gogh toma forma desde la acuarela en Loving Vincent o el drama de Schnabel en At Eternity’s Gate, Doillon se acuerda de Rodin, se reflejan cambios de escenario en Gauguin, viaje a Tahití o se busca romper moldes recordando a Paula Becker en Paula (por citar algunas películas que han pasado por carteleras españolas recientemente); lo cierto es que parece una necesidad materializar lo que se esconde tras pinturas, esculturas o alegatos, más allá de la biografía escrita y estudiada de cualquier autor.
Es quizá sobre la figura de afamados pintores donde mayores resultados se encuentran en el cine, pues parece que la necesidad se basa en recrearse en la curiosidad del que siempre quiso mirar detrás del cuadro para ver cómo continuaba la escena. Queremos más, saber de la vida del autor, de sus modelos, de la intención, del instante exacto en que el lápiz esbozó algo que en nuestros días encontramos en alguna pared protegida milimétricamente.
Sin duda un personaje como Schiele, como decía al inicio, es perfecto para reconstruir una historia a partir de su nombre. Es lo que hace Dieter Berner en Egon Schiele, aprovecha una controvertida figura de principios del siglo XX que posee todos los rasgos atractivos del artista erudito y del decadente, con múltiples musas y explorador de la sexualidad real reformulada al concepto artístico.
Lo que más me puede atraer de la reconstrucción de una vida real es comprender el modo de trabajo de cualquier autor. Puesto que es una tarea de una complejidad inmensa, los biopics suelen reducirse a interactuaciones sociales que impriman una parte de esa huella que han dejado en la historia. En este caso, aunque Schiele aparezca a cada minuto en escena, son las mujeres las que marcan su imagen. Él las plasma en el papel y ellas crean una expectativa en su vida. A través de la cronología de sus pinturas, y teniendo en cuenta que se conserva material de la época en la que vivió, se sustenta un relato episódico, como si fuese necesario dejar constancia de los hechos más conocidos y no tanto marcarlos a fuego para que formen parte de un todo. Al tratarse de un pintor centrado en el cuerpo y los límites de sus formas, tal vez se permite con mayor soltura tratar la cercanía de aquellos que posaron para él y no tanto sus específicos gustos a la hora de pintar, algo a lo que sí se inclina la película dirigida por Herbert Vesely en 1981 Egon Schiele – Exzesse, donde el personaje está más perdido en la sexualidad y las contrariedades que su obra causó entre sus coetáneos. Puede que sea un problema que creamos que la excentricidad y los límites de la locura rodean siempre al artista, siempre buscamos el dramatismo excelso. Pero el director se encuentra con la necesidad de pasar de puntillas por la vida de Egon, temiendo ser infiel a la verdad.
La pureza del proceso creativo parece más cosa de Jacques Rivette en La bella mentirosa, pero prima narrar en un corto espacio de tiempo una corta pero intensa vida. Egon Schiele contiene todo aquello que algunos llamarían adicción y lo blanquea, envolviendo la historia en el romanticismo del creador, donde las mujeres pasan y marcan más la evolución de su estilo que a Egon, centrándose en la estrecha relación con su hermana y su musa Wally, mostrando más al rompecorazones que al pintor, aunque es capaz de imaginar secuencias en las que creaba sus grabados más afamados. Con un sentido afectado, Schiele es más bien la excusa para enfrentar amor, fascinación y arte en un mismo entorno, una fantasía a partir de lo que evocan sus pinturas, una mucho más luminosa y agradable de lo que esos trazos continuos y orgánicos que conforman su verdadera obra destilan a simple vista. Un homenaje que pasa por encima del artista, centrando su mirada en las personas que quedaron atrapadas en sus bocetos para la posteridad.