Eephus (Carson Lund)

A primera vista una película como Eephus, que se podría resumir como la retransmisión intimista de un partido de beisbol, tenía todos los números para resultar una experiencia poco menos que indigesta. Esto es así hasta el punto de que, como si hubiera cierta consciencia de ello, el propio film sitúa a dos personajes comentando el largo rato que llevan viendo un partido de un deporte que les resulta tan incomprensible como hipnótico. Sin embargo, Eephus cumple la máxima de que el deporte es todo menos deporte estrictamente hablando, siendo una metáfora de muchas otras cosas.

Entonces la pregunta resulta pertinente: ¿De qué va Eephus? ¿Qué es lo que nos trata de contar su director Carson Lund? Pues de alguna manera, algo tan aparentemente sencillo y genérico como la vida. Cosa que al final resulta todo lo contrario: un asunto terriblemente complejo, donde las capas de lectura y los asuntos a tratar tienden al infinito.

Y es aquí donde el film adquiere ese tono necesario. El béisbol es un deporte cuya duración es extensa de por sí, pero que en este traslado cinematográfico se estira casi hasta rozar lo absurdo. La razón es justamente esa: la vida tiene su fin, cierto, pero a veces sus circunstancias rozan lo inacabable e inabarcable. Así pues asistimos a un combate (todo es un combate según uno de los personajes) donde parece que no se puede parar hasta que haya una victoria y una derrota. Y en su transcurso conocemos anécdotas, pormenores y ‹background› de sus protagonistas, pero no tanto para dotarlos de profundidad y generar empatía, que también, sino para conformar un marco general, un contexto, un teatro vital donde todos jugamos un papel.

Ya el propio campo donde se juega es una metáfora. Un equipamiento destinado a la demolición para construir una escuela. Un futuro que aparentemente es mejor pero que deja cadáveres tras de sí en forma de experiencias pasadas sin que quede resquicio para la memoria. Una ‹tabula rasa› que además parece contradecir el hecho de que lo que aparentemente es mejor, un equipamiento educacional, pueda ser al mismo tiempo destructor de sueños y recuerdos.

Con estos mimbres Eephus se va deconstruyendo, a medida que se desarrolla el partido, en algo cada vez más abstracto, más surrealista si se quiere. Conforme avanza el día y la luz cae todo se convierte en sombras. No es gratuito que se contextualice en otoño, casi en Halloween. Es un reflejo otoñal, esperando esa noche de los muertos donde figuras fantasmagóricas siguen actuando como si creyeran estar vivos. Esperando un final épico que la propia película desmiente en la marcha silenciosa de sus protagonistas y unos fuegos artificiales fuera de campo.

Finalmente, Eephus acaba por teñirse de una melancolía desencantada, de final de época solo recordada y a duras penas por sus protagonistas. Una película que en su desarrollo juega con códigos cercanos a la comedia y que acaba casi bordeando lo fantástico en un desenlace que podría ser digno de un episodio dramático de La dimensión desconocida. Más que un ‹coming of age› un ‹age going away›.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *