Edward Berger es, antes que nada, un tipo bregado en el mundo de la televisión de los tardíos 90 y buena parte de los 2000. De origen alemán, su presencia en la dirección de series alimenta la mayor parte de su carrera hasta que la buena acogida de la película Jack (2014) y, casi simultáneamente, de la miniserie Deutschland 83 (2015), le ayudan a dar el salto a los EE. UU. para hacer más miniseries. En este primer salto, The Terror y Patrick Melrose —ambas de 2018— son las dos obras mediáticamente aplaudidas que parecen abrirle las puertas del gran público (y los galardones) y consolidarle como director de todas, todas, con éxitos mundiales en películas como Sin novedad en el frente o Cónclave. Sin embargo, entre medias de todos estos saltos adelante en su carrera, hay una película que se estrenó en el año 2019 que debió de pasar desapercibida o no llegó muy lejos en aquel momento y que, como parte de ese todo que sería su filmografía, también cuenta.
All My Loving (nainonainona… pido perdón) es una cosa mucho más personal e íntima. Casi mundana, por tratar temas más personales, aunque tampoco carezcan de profundidad precisamente. La historia de tres hermanos que están entrando en la edad o década de las crisis existenciales. En algunos casos más justificadas que en otros, todos han atravesado las etapas buenas de una vida que parece llegar al punto desde el que ya solo queda una cuesta abajo. Así, Berger nos los presenta en una reunión algo fallida de los tres que dará paso a la historia individual de cada uno, y que terminará con una reunión de nuevo. Como si se tratara de tres capítulos de una serie, la película se completa en su parte central por la crisis de cada uno de manera independiente. El mayor por una posible enfermedad que afectaría a su posición laboral y a su estilo de vida, la mediana que busca en los animales el consuelo por la pérdida y el pequeño que se siente un poco paria, fracasado y no querido.
Como película episódica tiene sus altibajos y, en este sentido, algunas historias resultan más interesantes que otras. En todas ellas hay un esfuerzo por aportar riqueza y matices a la personalidad de cada personaje, a su manera de estar en el mundo. Un esfuerzo que se centra en exponer la razón esencial que nos explique por qué están todos así, tan tristes o deprimidos, y con una apertura y cierre que nos haga sentir algo. Y ahí es donde se nota que Berger pone todas sus ganas, pero con unas barreras propias del cine europeo más septentrional: unos personajes tan aburguesados que la muestra del vacío existencial resulta en gran medida redundante. Una obra sobre la nada y la familia. O sobre cómo algunos tienen una familia y no les llena, otros la han tenido y el vacío es haberla perdido y otros preferirían no haberla tenido, aunque sea en momentos determinados solamente.
Una serie de personas arrinconadas por las circunstancias de la vida. Por el ‹check› que tenemos que hacer en función de la edad, y más si ya tienes cubiertas tus necesidades básicas. Berger, sabiendo que lo que cuenta no es nuevo, y que tampoco lo aborda de una manera demasiado personal, al menos sí consigue transmitir el nerviosismo y la depresión de sus personajes, con momentos de humor y ridículo como el de la fiesta que se monta uno de los protagonistas con chavales en un ‹pub›, pero, si se compara con los trabajos que abren y cierran este paréntesis estrenado en 2019, sí que uno se va con una sensación un poco agridulce. All My Loving empieza y acaba con dos secuencias que dan a entender mucho más sobre lo que quiere contar —qué es la familia, qué supone y significa, qué papel debe tomar cada persona en ella, etc.— que lo que finalmente acaba por contar. La herida la pone que se cuenten problemas de ricos con los que es difícil empatizar, la sal verlos sufrir, pero al no ser en su todo una comedia… no hay cicatrización, ni limpieza ni desinfección.