Edmond era un burro. Hablo en pasado, como en el corto, la crónica del Edmond que todos conocían… superficialmente. Edmond nació hombre, uno menudo y reservado, dispuesto a trabajar las horas que fuesen necesarias entre toneladas de papeles que clasificar. Era distinto a los demás por el simple hecho de satisfacer su vida sin entrometerse en la de otros. Un contable gris y poco agraciado que se convertía cada día en el entretenimiento de sus compañeros, sobre él recaían todas sus burlas con pocas reservas.
Edmond lo tenía todo, un trabajo, una mujer y una soledad palpable que no surtía efecto alguno en su sonrisa desaparecida. Pero siempre hay un gran día. El día en que la burlas llegan demasiado lejos y en vez de conseguir que la vergüenza apresure sus pasos, descubre lo confortable que es tener lo que nadie más tiene: la seguridad de ser alguien al fin, con esas orejas de asno. Unos informes arrugados que descubrieron que al otro lado del espejo había algo más que la sombra borrosa de un marginado que no sabe proyectar sus emociones.
Seguimos oyendo las teorías de todos aquellos que vivían a su lado pero no sabían conocerle, mientras el protagonista permanece callado, el metraje sigue manteniendo ese tono grisáceo rodeado de fealdad y tristeza que siempre acompañó a Edmond por las escaleras y el metro, los bocadillos siguen siendo pan con algo dentro, pero en este cortometraje, Franck Dion le da una nueva salida a Edmond, para alejarse de la realidad y disfrutar de la esencia que siempre había necesitado para forzar los músculos de su cara hacia un cierto grado de alegría.
Esta alegoría a la individualidad hace libre al hombre pequeño y desgrana la impaciencia que lleva a olvidarlo todo cuando el día a día no supera la opacidad de la rutina y los deseos son otros, porque Edmond es un burro, es su único modo de ver la belleza de lo que le rodea, y ante esa certeza, colocada a presión, nadie desnudaría su cabeza nunca más, si los demás no están dispuesto a aceptarlo, él encontrará el camino para sobresalir a su modo de un rol impuesto.
El final se eleva con gran ternura, es desolador, pero necesario; al menos, Edmond tenía claro al fin quien era, el resto del mundo seguirá especulando sobre su vida mientras se mira al espejo y no define ver más allá de sus faltantes orejas de papel, porque todos no somos capaces de ver al burro en el que nos convierten cada día, mientras sepamos obedecer a la sociedad.