Capítulo 5: Siempre sale el 36
Llegados a lo que podríamos calificar como ecuador del festival y, quizás de este particular recorrido por alguna de sus propuestas, uno tiene la sensación, puede que precipitada, que si el objeto de reflexión era el estado del (mal) denominado cine de autor la impresión momentánea es que el panorama es cuando menos desolador. No tanto en un sentido categórico de propuestas con graves déficits técnicos, sino de capacidad paupérrima a la hora de encontrar propuestas sugerentes, frescas, con un riesgo que pueda ser imperfecto pero valorable. De momento, al menos en la selección que servidor ha escogido, todo huele a ‹déjà vú›, a jugar a la ruleta rusa y que siempre toque bala.
Edge of Everything es otra muestra palpable de ello. No solo por volver por enésima vez al tema de las ‹coming of age›, cosa que no es necesariamente mala ya que, al fin y al cabo, todo tema se ha visto y reinterpretado desde diversos ángulos, sino porque no hay nada en ella que aporte la misma mínima variación que la haga destacar. Es más, si de algo adolece el film de Pablo Feldman y Sophia Sabella es de una pereza a nivel de escritura y de guión ciertamente preocupante.
Su principal característica es la comodidad de andar por caminos trillados en busca no de una conexión emocional compacta, de irreverencia o de subversión. No, aquí lo importante es deslizarse por un metraje rutinario cuyo principal objetivo es mostrar puntos de ‹shock›, momentos presuntamente impactantes que realcen el resto. Y todo sencillamente como método para un fin que no es otro que hacer de su desenlace una suerte de redención amable, de lección de vida. Un truco de prestidigitador al que se le ven las costuras por todos lados.
Pero si hay algo que resulta especialmente molesto en el film es la poca capacidad para otorgar profundidad. Todo se basa en una guerra de antónimos, situando clichés a lado y lado del espectro. En el mundo adulto se confunde la tolerancia con la insignificancia moral, el sentido común con el capricho. En el mundo adolescente ya directamente entramos en territorio del arquetipo gratuito, donde apenas hay ninguna explicación ni trasfondo para sus personajes. Solo metralletas de tópicos que disparan al bulto, con actitudes y diálogos de vergüenza ajena por aquello que parecen sacados de oídas, sin la menor idea de lo que suponen las diversas realidades a una edad problemática.
Con todo ello se produce algo paradójico. Dado el corto contexto temporal en el que mueve la película, todo resulta precipitado, increíble y al mismo tiempo también da para acelerar la evolución interna de sus personajes a velocidades aleatorias. Desde el inmovilismo cerril hasta una maduración imposible en el lapso de una noche. ¿Qué se consigue con ello? Básicamente incredulidad, indiferencia y hasta un cierto punto de hastío ante semejante despliegue de superficialidad inane. Al final Edge of Everything tiene muy poco de límite, si no es que hablamos de la paciencia del espectador, y sí de convencional. Una partida con las cartas marcadas, una ruleta donde siempre sale el 36 pero a la que no se puede apostar.