«Dos familias de iguales timbres nobiliarios habitan en la célebre ciudad de Verona, a donde vamos a conduciros. Renace su antigua enemistad, y las manos de los ciudadanos mánchanse con sangre de ciudadanos.»
Romeo y Julieta, William Shakespeare
Aunque de Romeo y Julieta siempre se destaca la historia de amor imposible, hay algo mucho más universal que supera cualquier ataque de cursilería: dos familias, Montesco y Capuleto, enfrentadas desde tiempos ajenos a la memoria, que no desean encontrar un día exacto en el que terminar esta disputa. Puede que no sea un tema reconocido por su director, Piotr Adamski, pero Eastern parece querer dar una nueva lectura a la obra de Shakespeare, donde no hay espacio para la palabra Amor, pero sí un desarrollado interés por la Venganza.
Eastern simula plantearnos un juego de niños que socialmente, a cualquier ciudadano de a pie, se le iría de las manos. En cierto modo, la sociedad polaca queda retratada a partir de ciertos ideales de familia, honor y justicia que aparentemente deberían estar obsoletos en nuestros tiempos, pero Adamski encuentra el modo de ponerlos sobre la mesa y diseccionarlos no sin un ataque de estilismo refinado y helador.
No son Montesco y Capuleto, realmente podría ser una pantomima la cita del prólogo del británico si tenemos en cuenta la acidez con la que trata la tragedia Adamski, pero sí encontramos aquí a dos familias que se enfrentan con unas reglas muy precisas y rebuscadas, que se resumen en un honor solo mantenido a cambio de sangre o dinero. Los personajes actúan ajenos a cualquier sentimentalismo, algo que ha dado pie a comparar la película con el nuevo cine griego, pero en realidad es un modo de extirpar la emoción a hechos que normalmente se contagian de rabia, lágrimas y efusividad para así rozar el ridículo y hacer sentir al espectador en un infierno viviente, una táctica sugerente y llamativa, pero también peligrosa si finalmente resulta un abuso. No es el caso.
Pese a la confusión inicial, donde se disfruta más analizando escenarios en los que se suceden tramas aparentemente inconexas, creciendo el ansia de conocer el porqué de los movimientos de dos familias que utilizan a sus vástagos para aniquilarse entre ellos, Eastern parece desplegar las alas cuando, sin salir de su frialdad, pone voz a los actos de las más jóvenes, una revolución interna en la que romper con la desgracia imperante, una rebeldía que defiende el individualismo (sí, por el bien de una mayoría).
Con Eastern nos distraemos con la estética: el chubasquero amarillo, los disparos al aire en plena barbacoa, el mechón de pelo arrancado sin que parezca que la rabia juegue un papel necesario… Hay detalles que rellenan la algarabía visual de un modo satisfactorio, en un espacio contaminado por la falsa idea de tradición (y lo de falsa viene por excesiva) en el que son mujeres, y de paso nuevas generaciones, las que rearman conceptos del modo más brutal, sin perder la oportunidad de recordarnos un marcado estado de sitio en el que la masculinidad siempre tiene el premio patriarcal de la notoriedad aunque la violencia afecte a todos por igual.
Quizá no presente ideas novedosas pese a su cruda y visual crítica al orden establecido cuando son los poderosos los que confraternizan con ellos mismos, pero Eastern sí maneja buenos argumentos para descubrir hacia dónde nos lleva esta representación de odio silencioso y violento, donde un puño apretado da más juego que un disparo en la cabeza.