El director italiano Paolo Virzì regresaba al cine de historias cruzadas 9 años después de su celebrada y aclamada El capital humano. En 2022, con Siccità, la apuesta crece con un mayor número de familias implicadas en el desarrollo casi siempre inesperado de los acontecimientos. Pero claro, cuanto mayor es el propósito, mayor también es el riesgo de no conseguirlo. O, como diría gente más preparada que yo: cómo el intentar emular el modelo (inalcanzable) de Robert Altman en Vidas cruzadas (Short Cuts) puede acabar dando como resultado una versión de No mires arriba a la carbonara.
Podemos estar tranquilos, a pesar de los presagios o las comparaciones. Siccità aguanta el tipo con bastante soltura y con la idiosincrática personalidad que caracteriza al cine italiano más internacional (incluyendo personajes arquetipo y actores reconocibles, aunque no reconocidos). Es irregular, como suele serlo este subgénero cinematográfico, y va tomando forma a medida que cada personaje va siendo enlazado con los otros, pero yo no tengo prisa (ya que estoy aquí). Y, claro, también tiene momentos que sobran a la vez que aportan el humor que no tienen las escenas que quieren ir al grano, pero es que necesitamos conocer a cada personaje y su contexto para que nos interese algo su vida.
Su vida y el contexto. En la ciudad de Roma lleva 3 años sin ver caer una sola gota de lluvia. El río Tíber está más seco que nunca. Las restricciones en el uso del agua dependen del barrio y las clases. Para todo hay que hacer cola durante horas. Revueltas ciudadanas, policías reprimiendo y oprimiendo y, como si no fuera suficiente, la sensación creciente de una nueva pandemia o el riesgo de que nuevas enfermedades provenientes de algún tipo de insecto hayan aparecido más allá de África.
Ficción distópica, pero que solo retuerce un poco la realidad para darse forma. Porque, si Siccità muestra un mundo postapocalíptico, el apocalipsis debió de ser muy parecido a lo que está pasando ahora. Ciudades con sequía desde hace meses recibiendo turistas en hoteles con piscina, pijos jugando al golf en campos enromes regados cada día, periodistas recomendando ducharse en 2 minutos y cada 3 días a 40 grados. Los romanos lo saben mejor que nadie, seguramente. Roma como escenario del fin de este mundo capitalista (y del que quede). La metáfora, en pantalla, transmite toda la sequedad posible, incluyendo como parte de ella la enfermedad del sueño que rodea a cada personaje.
Sin embargo, el interés por todas las consecuencias de la sequía y la construcción de este mundo quedan un poco al margen cuando alguna de las historias entrelazadas carece del suficiente interés. A veces por el trazo más grueso, pero otras simplemente por lo reciente de la pandemia de 2020, que hace que te acuerdes de los nombres y las caras de expertos que salían todo el rato en la tele sabiendo de todo y en las redes como salvadores y consejeros desde casas con balcón y patio. Es decir, que está todo muy bien hilado y Virzì va a hacer daño, pero no es fácil conseguirlo en una película de 2 horas con tantos personajes. Meritorio, en cualquier caso.
No había visto nada del director y guionista italiano. Desconozco sus tics o su impronta, pero, en lo que se refiere a Siccitá, su dirección y hasta la fotografía más próxima al “filtro Oriente Medio” funciona gracias a la aridez de Roma como metáfora del desierto emocional que envuelve a los personajes y, por contraste, al agua como elemento amniótico, vital y, al mismo tiempo, depurativo. Es, repito, una película imperfecta, como sus protagonistas, y depende del día seguramente seremos más condescendientes con el resultado final o más intransigentes.