La cerveza, un nexo social de extremo sabor. Es lo que debió pensar Joe Swanberg al crear esta perfecta unión de alcohol y relaciones públicas en un mismo ambiente. Drinking Buddies nos muestra la espumosa y clarificante sensación que provoca un ligero toque de embozamiento místico y ligereza sensorial en su clara opción de juntar almas gemelas que se entienden a través del vaso (el medio lleno y el que se encuentra vacío a la mitad de su capacidad).
Eso es, la amistad entre hombres y mujeres como una posibilidad plausible, y la poca importancia que tiene separar géneros para encontrar la afinidad entre ellos. Partimos de una destilería de cervezas donde dos personajes con una fresca pero arrolladora personalidad comparten trabajo, bebida y risas en cualquier estancia en la que se encuentren. Los caballos ganadores son Olivia Wilde y Jake Johnson, ambos con un aspecto tan natural que traspasa la pantalla para encandilar a cualquiera que les mire. No es tanto su aspecto y sí su informalidad e interacción la que llama nuestra atención a gritos. Es el colegueo que se va transmitiendo poco a poco hasta demostrar una solidez innata lo que indica que estamos ante la relación de amistad más imperfecta y encantadora que podamos recordar… en este momento, hasta que la enlacemos con nuestras propias vivencias.
Y es que Joe Swanberg y su equipo de magníficos ya saben lo que es esto de coleguear, no sé hasta qué punto las cervezas serán vitales, pero se mueve en un selecto círculo de realizadores que parece que últimamente estén en todas partes, y todos ellos tienen nombres, apellidos y una incipiente carrera en la que destacar, ya sea como directores o actores invitados en las películas de los otros componentes. Me refiero a Ti West (The Sacrament), Adam Wingard (Tú eres el siguiente) y el resto, que en cierto modo desconozco pero puedo citar, como son Amy Seimetz y AJ Bowen, pero comparten actores y apariciones especiales sin inmiscuirse en el modo de crear de los demás, cada uno en su propio estilo e inquietud que no ensombrece a los demás.
Más allá de una historia cerrada donde hay una amistad, un flirteo que se prolonga más allá de lo correcto y unas parejas que están ahí para recordar que existen límites, lo que veo, aprecio y disfruto es de los pilares, de Kate y Lucas en plena esencia, de la sonrisa y forma despreocupada de asumir el día a día, de un marcado interés hacia sus gestos y movimientos, un par de personas cuyo eje central se encuentra mojado con esa amarillenta bebida a modo de marmita mágica.
Socializar a ese nivel de empatía suena muy peliculero, y los accidentes casuales en lo que «conflictear» en una manida amistad dan algo de ritmo a estos días que se ven pasar y que evolucionan a pasos agigantados por las pequeñas cosas que hacen de la vida algo que parece interesante. De esto dicen que va el indie ¿no?
Será por un tema de barbas o bicis, pero resulta confortable plantarse ante un vaso y disfrutar de la compañía y de una conexión que, de un modo poco comprensible si alguien toma la vía racional (totalmente inexistente, que al fin y al cabo somos animalitos indefensos a todas horas), nunca supera la barrera de la jarra de cerveza que se interpone entre ambos, para eso existe la vida más allá del líquido en el que algunos se bañan. Una historia que sigue la norma del «todo sigue igual» aunque los cambios se sucedan por doquier. Para eso están los Drinking buddies, para que el principio sea parecido al tranquilizador final.