Las comedias de situación no suelen defraudar a nadie: No son tramposas ni enrevesadas, no se pierden en matices ni palabras no dichas. Hay películas comerciales, destinadas a obtener la carcajada del público masivo. Es lo que ocurre en la nueva película de Diego Kaplan, Dos más dos, una comedia construida a base de guión y buenas interpretaciones, que entretiene sin llegar a deslumbrar.
Desde luego, probablemente no sea una de esas películas que se quedan en la memoria del espectador, pero cumple su propósito: Es divertida, es provocativa y aborda el tema de la comedia romántica desde una perspectiva bastante curiosa, pues en la cinta vemos el fenómeno “swinger” (Intercambio de parejas) en todo su apogeo: Personas asentadas y materialmente satisfechas que aprovechan esta veta del amor libre para tratar de experimentar nuevas aventuras. Por supuesto no son inmunes a las complicaciones que acarrea este modo de ver la vida.
Richard (Juan Minujín) y Betina (Carla Peterson) son una pareja de unos 40 años, que una noche les confiesan a sus amigos Diego (Adrián Suar) y Emilia (Julieta Díaz), también pareja, que ellos son “swingers”. Pronto plantearán a sus amigos que compartan esta práctica con ellos, algo a lo que Emilia se presta entusiasmada, aunque a Diego, más conservador, le costará más aceptar esta idea.
De este modo, son los actores quienes van desarrollando una historia plana, pero que nos transmite matices a través de sus personajes. Tanto en los prejuicios contra una práctica socialmente vista con reticencia de Diego como la serenidad vital de Richard, o lo desinhibido de Bettina contra la timidez aventurera de Emilia nos muestran actitudes, no ya ante el sexo, sino ante la vida que pueden ser dignas de elogio. La química entre los cuatro juega un papel esencial, pues la relación entre ambas parejas es el núcleo de lo que vemos.
La interpretación de todos ellos es correcta, sin llegar a ser nada destacable tampoco, salvo quizá un histriónico Adrián Suar, cuyo maniático y conservador personaje será el encargado de sacarnos una sonrisa durante la primera parte del film. También se nota la ausencia de algunos secundarios que aligeren un poco la historia principal (salvo la honrosa excepción de Alfredo Casero como gurú del sexo, cuyas pocas apariciones son siempre estelares).
Técnicamente, además de que alguien debería decirle al montador de la película que existen recursos más allá del fundido en negro para cambiar escenas, pese a tratar todo el asunto con el erotismo que corresponde al intercambio de parejas, el largometraje no llega a ser explícito, se queda en sugerente. Se habla de sexo mucho más de lo que luego se ve, no vemos absolutamente nada más de lo permitido.
Y es que, al final del todo, la sensación que tiene uno al salir de ver esta cinta es que son sus pretensiones comerciales las que la alejan de convertirse en un producto mucho mejor. Pese al buen planteamiento inicial, las correctas interpretaciones, y el punto de vista novedoso sobre un tema clásico, sus pretensiones de llegar a un público masivo hacen que caiga en tópicos manidos que ya hemos visto mil veces en pantalla, restándole calidad. El final feliz, las pretensiones moralizantes y el cambio de ritmo y estructura narrativa entre la primera y segunda parte del metraje nos hacen preguntarnos más por lo que podría haber sido con un poco de más de valentía por parte de sus creadores.