En términos cinéfilos los años sesenta fueron de Checoslovaquia, así como los setenta del nuevo cine alemán y los noventa del cine iraní. Pero, ¿qué pasó en los ochenta, esa década que algunos tachan en denominar como la peor de la historia del cine? ¿hubo algún movimiento o país capaz de dar un golpe en la mesa para remarcar su imprescindible presencia en el panorama cinematográfico de aquella época? Con la perspectiva reflexiva a largo plazo que ofrece el paso del tiempo cada día estoy más convencido de que los años ochenta fueron del cine yugoslavo. No solo fueron los años en los que cimentó su carrera internacional Emir Kusturica, sino que igualmente una serie de autores quizás no tan renombrados como el cineasta serbio-bosnio, fueron capaces de sacar adelante una serie de películas de elevado componente crítico y sarcástico que podríamos agruparlas en lo que yo denomino por cuenta y riesgo la comedia corrosiva balcánica.
En esta ola podríamos englobar cintas como El espía de los Balcanes, Marathon family, Línea no regular, Tratamiento especial, Sabirni centar, The elusive summer of 68 y por tanto a cineastas de la talla de Goran Paskaljevic, Goran Markovic y sobre todo al autor de cuya obra vamos a hablar en el presente artículo, es decir, Slobodan Sijan, quizás el director más destacado de esta escuela artística que acometió con descaro y desparpajo la compleja tarea de denunciar las miserias de la sociedad yugoslava desde el prisma de la sátira más corrosiva. Porque sin duda Slobodan Sijan es merecedor de ser bautizado como el Billy Wilder de los Balcanes. Su cine, único e inimitable, aborda complejos temas socio-políticos desde esquemas pertenecientes a la comedia más excesiva y grotesca, centrando su atención en personajes muy pícaros y caricaturescos que sirven para lanzar una ácida metáfora en la que verter los miedos imperantes en la Yugoslavia de los ochenta motivados por un sistema arcaico pleno de ineficiencias y odios que se desmoronaba ante los ojos de los ciudadanos poco a poco aunque de manera imperceptible.
Si bien la cinta más aclamada en términos populares de Sijan es Línea no regular, en la opinión del que escribe, su obra más madura, heterodoxa, inclasificable, y por tanto la que mejor define su cine es Dos estranguladores andan sueltos, cinta rodada a mediados de los ochenta en la que no contento con la mala baba derramada en sus obras anteriores, escupe un picante sarcasmo a través de un relato extraño y confuso que recorre diversos trayectos (desde el cine de terror subgénero «slasher», pasando por la serie B, el thriller, el drama y la sátira) que se beneficia de esta indefinición narrativa para brindar al espectador una fábula oscura y desalentadora (a la vez que divertida) en la que se dibujaban los demonios más obscenos y tremebundos ocultos en el espíritu de la decadente sociedad yugoslava de los ochenta.
Dos estranguladores andan sueltos es un film no apto para corazones y estómagos sensibles, no ya por mostrar algunas escenas de depravación obscena supina (que las hay, aunque es cierto que no es el gore más putrefacto y repulsivo el ambiente que mejor califica al film), sino más bien por el contexto de remarcado “feismo” por el que apuesta Sijan, dado que todos y cada uno de los rincones que adornan el metraje de la cinta están repletos de inmundicia y sordidez, esto es, tanto la fotografía remarcadamente sucia con un estilo más propio del cine experimental más amateur, pasando por el montaje, los escenarios (pisos con habitaciones desordenadas cerradas a cal y canto que evitan cualquier contacto humano con el exterior así como impúdicos baretos underground en los que la frase sexo, drogas y rock ‘n’ roll marca su ley sin control) y principalmente los actores, todos ellos sin maquillaje que repare las taras de sus enfermizos rostros y vestidos con ropajes austeros que ayudan a impregnar el ambiente de un halo malsano y repulsivo, tal como si de una película del tan de moda director austriaco Ulrich Seidl se tratara.
La película fija su mirada inicialmente, al estilo de los reportajes periodísticos de tono documental de los noticieros, en una serie de crímenes, delitos sexuales y asesinatos que están aconteciendo en la ciudad de Belgrado. Así una voz en off se encargará de relatar, con todo lujo de detalles visual y fotográficamente hablando, los acontecimientos delictivos (asesinatos, robos, violaciones e igualmente la presencia de famélicos exhibicionistas que asustan con sus diminutos penes a las ancianas viudas que acuden a los cementerios a velar las tumbas de sus familiares), siendo el hecho criminal más preocupante para la sociedad la presencia de un estrangulador que está sembrando la ciudad de cadáveres de bellas jóvenes. Tras esta presentación, el ojo de Sijan se centrará en un extraño y repelente personaje: Pera Mitic (Tasko Nacic), un vendedor de claveles que vaga por las tascas de los arrabales de la ciudad tratando de endosar su romántica mercancía a las parejas que emborrachan su pasión a la espera de abandonar el local con destino a lugares menos concurridos, y en cuyo lado oscuro se asienta la personalidad del maníaco asesino aniquilador de mujeres, es decir, la del tan buscado estrangulador.
Mitic es un hombre acomplejado y retraído sexualmente que vive en un cuchitril que hace las veces de hogar con su repulsiva y dictatorial madre, la cual tiene totalmente poseída la escasa voluntad de la que dispone Mitic. Sin embargo, tras esta breve exposición de la psicología del asesino, la cinta dará un giro para desviar la atención en otros dos extravagantes personajes: el inspector Strahinjic (un solitario policía de frágiles cimientos psicológicos al que le ha sido encargada la investigación para descubrir al estrangulador) y el joven Spiridon (un alocado adolescente perteneciente a una familia acomodada que lidera una patética banda de rock, el cual fascinado por las noticias de los asesinatos cometidos por el estrangulador comenzará una transmutación de su personalidad para acercarla a la de su nuevo ídolo, al que dedicará una canción que se convertirá en un gran éxito de público de tal modo que su escaso raciocinio terminará oscilando del lado del mal, mutando en un segundo intento de estrangulador).
De este modo la película recorrerá a partir de entonces un enrevesado trayecto en el que se describen por un lado los nuevos avatares asesinos de Mitic, así como las letárgicas y alucinógenas vivencias del nuevo ídolo de masas Spiridon, como las infructuosas e ineficaces investigaciones de Strahinjic, cuyas decisiones no sólo provocarán la muerte a manos de Mitic de un subordinado al que manda travestirse para atraer al asesino en una gélida noche sino que su escasa madurez le incitarán no solo a intentar suicidarse sino a tirar por la borda todos sus años de trabajo. Gracias a esta extraña y aparentemente dispersa galería de personajes, Sijan consigue esbozar una pintura esquizofrénica en la que los caminos de estos tres individuos supuestamente opuestos acabarán confluyendo en un mismo punto, no solo físico, sino principalmente espiritual, sirviendo este esquema tan bizarro para reflejar con sumo éxito la indigencia moral que corroe todos los estratos de la sociedad. Así, tanto las víctimas como verdugos intercambiarán fluidos resultando ambos igual de nauseabundos, aunque del mismo modo despertarán también en el espectador el mismo grado de compasión y piedad ante las desgracias acontecidas, ya que los malos en realidad no son más que mártires torturados por las circunstancias que han sufrido a lo largo de su existencia.
La película está repleta de guiños paródicos al cine de Alfred Hitchcock. Así vislumbraremos fácilmente referencias a Psicosis (gracias a la relación de dominación madre e hijo que terminará con el matricidio de la madre de Mitic y el posterior desdoblamiento de personalidad del asesino que no dudará en travestirse con los vestidos de su madre para cometer sus siguientes aberraciones), pero también encontraremos un sutil homenaje a El hombre que sabía demasiado a través de las escenas sinfónicas de las que se reviste la trama, e igualmente también rememora el Frenesí más enfermo por el hecho de centrar la atención en un estrangulador impotente sexualmente que colma su vacío sexual con orgasmos de muerte.
La fotografía sucia de tono cromático frío con abundante presencia de ocres ayuda a colmar la trama de una asfixiante claustrofobia dominada por la incomunicación y el aislamiento social que oprime la vida del trío protagonista, ya sea desde la enfermedad psicótica del asesino, como de la catalepsia rebelde adolescente incomprendida por unos padres irresponsables, como desde el vacío existencial del inspector de policía cuya vida carece del más mínimo sentido más allá de las ordenanzas laborales. Sijan reviste la historia con un humor muy negro basado fundamentalmente en gags físicos en los que se muestra la torpeza de los personajes que muy bien podrían llevar la etiqueta de los «cartoon’s» de Hanna-Barbera. Para los amantes de los desorejamientos a lo Reservoir Dogs o Django, he de decir que la cinta presenta una de las escenas de desorejamientos más crudas y crueles (por lo divertida que es) de la historia del cine, por lo que a buen seguro la misma será disfrutada por los paladares más selectos del cine más malrollero.
Con un estilo escénico e idiomático que podríamos comparar con el utilizado en obras tan adoradas como puedan ser El vengador tóxico o Bad Taste, sin lugar a dudas Dos estranguladores andan sueltos es uno de los mejores ejemplos para ilustrar el espíritu dominante del aguerrido cine yugoslavo de los ochenta, aquel que con un revestimiento de cine simpático y de entretenimiento encerraba en sus entrañas un agresivo y lúcido mensaje delator en contra de las inmundicias y mezquindades presentes en el alma humana que se adentraba sin permiso y sin miedo a resultar herido, en los farragosos terrenos que hacen del cine el más grande medio para lanzar una reflexión acerca de cual será el destino hacia el que nos dirigimos los atemperados ciudadanos que poblamos este estúpido y a la postre decadente planeta.
Todo modo de amor al cine.